En La cúpula de cristal, última publicación de la editorial Mágicas naranjas, se reúnen algunos de los versos de La cúpula de cristal multicolor y de Espadas y amapolas, libros iniciales de Amy Lowell, poeta nacida en Massachusetts en 1874. En el prólogo de su traductora, Daniela Camozzi, figura un dato que impresiona: Amy hizo que la actriz Ada Dwyer Russell, su viuda, quemara toda la correspondencia que habían mantenido por años.  Pero Camozzi, en un acto de justicia más que poética, se las rebuscó para que el género oculto del objeto amoroso quedara explícito. En el poema “Obligación”, por ejemplo, aprovechó esta posibilidad que brinda el español de definir los géneros (que, por supuesto, para otras situaciones sirve para enfatizar el binarismo), y consiguió hacerla decir: “Desplegá tu delantal para que yo/ lo colme con mis regalos/ y que tus brazos apenas puedan evitar/ que se caigan al suelo./ Quiero que se derramen sobre vos/ y te cubran por completo, / así es la urgencia que siento/ de darte alguna cosa, / al menos estas pobres naderías / ¡Querida mía!”.  Obviamente, esta rima final tan cantada, también es un truco de Camozzi, que traslada la rima de la versión original (producida entre el anteúltimo, antepenúltimo y ante antepenúltimo verso, “need/ something/ thing”) a una nueva en castellano, en otra zona del poema (entre el último y ante último: “al menos estas pobres naderías/ querida mía”).  Quizás sea exactamente esto traducir: acompañar, no hacer espejito, no repetir literalmente, si no entrar en el juego del otrx, ser unx aliadx, unx socix ocasional, una parternaire. Cuenta Daniela Camozzi en su nota de traducción: “¡Ah, pero entonces es juego también! Aventura y diversión que compartí con Amy, imaginándonos amigas como en el poema Pléyades donde fuimos dos nenas con las estrellas como juguetes”. Para esta traductora, cuyo camino cuenta con perlas como las obras de Joseph Brodsky, H. P. Lovecraft o Muriel Rukeyser, trasladar un poema de una lengua a otra es parte de la misma actividad literaria que la hace autora de libros como La brecha que existe entre los cuerpos (Baltasara editora, 2018), con lo cual el disfrute, el goce, no pueden quedar afuera y mucho menos si hay celebración y hasta humor, como en estos versos de Lowell: “Brillás en mi corazón/ como la llama de infinitas velas/ Pero cuando acerco las manos a tu calor/ mi torpeza extingue la luz/ y termino chocándome contra las mesas y las sillas”. Afortunadamente, Mágicas naranjas da, además, la posibilidad de hacernos apreciar las dos versiones, en inglés y en castellano (y con letra grande y un diseño que invita a adorar este libro por su virtud estética). 

Amy Lowell, que fumaba grandes habanos y peinaba prominentes rodetes chignon, fue desde 1912, una lesbiana confesa (había nacido en 1874). Para entonces ya había acumulado suficientes libros en su biblioteca que compensaron de modo autodidacta la prohibición de estudiar. Imaginista, discípula de Ezra Pound, y una de las primeras mentoras del verso libre, Amy falleció en 1925 y su obra completa fue publicada treinta años después. El poema “Pétalos” arranca así: “La vida es un río/ al que arrojamos/ pétalo a pétalo la flor de nuestro corazón/  el final oculto en un sueño/ flotan alejándose de nosotros/ y solo vemos su alegre, temprano comienzo”.  Este remate no es más hermoso que el resto de los versos de La cúpula…, donde no faltan verdades poéticas, abstracciones que sin embargo se tornan absolutamente reales por su encantamiento lírico. “Todo lo mortal tiene algo inmortal”, afirma. Siguiendo este camino podría decirse que el lenguaje escrito u oral, expresión de lo mortal, a través de la poesía, las plegarias o la música, planta en este mundo la semilla de lo sagrado, y es esto lo que Amy Lowell concluye en su ars poética, Fragmento: “¿Qué es la poesía? ¿Un mosaico/ de piedras de colores que de golpe se combinan/ y arman un dibujo? más bien es vidrio/ trabajado pacientemente hasta alcanzar/ un Matiz de esplendor suntuoso que haga/ de la belleza, alabanza; donde los rayos de sol/ transmutados en luces de arcoiris se colmen/ de un sentido mítico que aspire a lo divino”.