Una anciana (Gladys Cooper) vive encerrada en la habitación de un edificio en ruinas por temor a que la muerte la sorprenda. Lleva mucho tiempo escapándole a la guadaña y con esa intención, hace años que no sale de su casa y no abre la puerta a nadie. Pero ahora, desde la calle, un  joven bellísimo que parece estar herido y cuya rubia cabellera resplandeciente es lo más lejano posible a la oscuridad de la Parca, le pide auxilio. ¡Encima es policía! Toda la fantasía para la dama longeva que otrora fue una joven increíblemente bella a quien le gustaba pasearse bajo el sol. Desconfiada y con terror, la anciana corre dubitativamente el cerrojo. Ella casi sabe la tenebrosa verdad, pero el muchacho es amable, tierno y sensual y le habla con palabras embriagadoras mientras la contempla hipnótico. Finalmente, la mujer no puede resistirse y lo deja pasar. Como era de prever, el joven es un embustero y resulta ser el Sr. Muerte. “Para todos tiene la muerte una mirada. /Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, escribió Cesare Pavese. Pero qué importa que la muerte nos engañe si tiene los ojos y el porte de Robert Redford.

El episodio “Nothing in the dark” de la serie La dimensión desconocida emitido en 1962, fue uno de los primeros papeles de Redford en la pantalla. Antes de que se paseara con Jane Fonda descalzo en el parque y antes de que viviera y muriera junto a Paul Newman, víctimas del odio –cual Romeo y Julieta-, en esa película de cowboys que en España  fue perversamente traducida  Dos hombres y un destino. Nunca interpretó a un gay pero no fue necesario para que lo amemos. Alimentando nuestras morbosas fantasías, Redford  reincidió en el mundo del delito con Paul Newman en otro filme donde otra vez… terminaron irremediablemente juntos. Por esos mismos años fue el chico guapo, deportista y despolitizado, que ama intensamente a la comunista Barbra Streisand, en Nuestros años felices. Como si algo de la hechicería del Sr. Muerte se le hubiera impregnado en la piel, aún era asombrosamente joven en los años ochenta cuando fue amante de otras de nuestras fetiches:  Meryl Streep, en la ficción de África, y Sonia Braga, en la vida real. Y si algo le faltaba para entrar al cielo homófilo, dirigió una película que pone en escena a una madre hiper fálica, pesadilla y sueño de gays: Mary Tyler Moore en Gente corriente.

¿Cómo no levantarme entonces temprano el domingo, y como en un ritual amoroso, bañarme, perfumarme e ir marchando raudo a la función especial de las 10 de la mañana del Gaumont, para rendirle el tributo póstumo de las cámaras a quien me enseñó a no temer e incluso a amar la muerte? Ahora que Paul no está entre los vivos, en Un ladrón con estilo, a Robert no le queda otra opción que asaltar los bancos con dos compinches nuevos, Teddy (Danny Glover) y Waller (Tom Waits), aunque solo a él le pertenece ese garbo majestuoso que suelen brindar los años. Con citas cinematográficas directas que evocan las películas con Newman, Butch Cassidy and the Sundance Kid y El gran golpe, y otras referencias que recorren su carrera icónica, el cine se despide de Robert Redford con un personaje que parece hecho a su medida y a su camino artístico: Forrest Tucker, el delincuente que odia el capital y las jaulas de hierro pero ama los códigos.

En “Nothing in the dark”, el Sr. Muerte no se llevaba a la veterana a la fuerza hacia el más allá. Simplemente le tendía la mano con una sonrisa encantadora, guiñaba el ojo y la anciana se decidía voluntariamente a partir en sus brazos a descansar del mundo terrenal. Hoy, como en 1962, a Redford le basta con mirar carismáticamente la cámara para convencernos de lo que quiere y llevarnos adonde él quiera.

Un ladrón con estilo (The old man and the gun, Lowery, 2018), se estrena en Argentina el jueves 21 de marzo.