Las imágenes de archivo ilustran el pasado majestuoso de la calle Corrientes, con sus veredas repletas de personas vestidas con sus mejores ropas y los teatros de revista ofreciendo espectáculos glamorosos protagonizados por grandes vedettes ante plateas repletas. La escena contrasta con un presente grisáceo, dominado por las fachadas descuidadas y la ausencia de aquellas multitudes. Lo que une ambos periodos es la vigencia de un pequeño edificio ubicado justo al lado de la librería de saldo Dickens. Allí, pasando una puerta igual a tantas otras, vive Luisa Escarria junto a sus dos hermanas. Un nombre que quizás no diga demasiado, acorde al bajísimo perfil adoptado por esa mujer nacida en Colombia en 1929. Sin embargo, se trata de una de las fotógrafas más importantes del espectáculo argentino. Tanto así que prácticamente todas las estrellas de los ‘60, los ‘70 y principios de los ‘80 pasaron por su estudio. Una lista que va desde Atahualpa Yupanqui, Tita Merello, Libertad Lamarque y Luis Sandrini hasta Moria Casán, Susana Giménez, Alberto Olmedo, Jorge Porcel y Juan Carlos Altavista. La historia de Luisa es la historia del cultura popular, y también la del documental Foto Estudio Luisita, que desde hoy se verá, como no podía ser de otra manera, en pleno epicentro de la calle Corrientes, más precisamente en la Sala Lugones del Teatro San Martín.

Ganadora del Premio del Público del último Bafici, donde se proyectó en el marco de la Competencia Argentina, la ópera prima de Sol Miraglia y Hugo Manso pone la cámara al servicio de la historia y los recuerdos de Luisa, empezando por las primeras fotos tomadas en su Colombia natal cuando asistía a su madre. Que se trate de dos mujeres dedicadas a la fotografía en los años 40, cuando el oficio era una cuestión masculina, les permite a los realizadores abordar el carácter vanguardista de su trabajo, algo también aplicable a sus inicios en la Argentina, cuando era mirada de reojo por su sola condición de mujer. Así y todo, Luisa siguió adelante a fuerza de un ojo atento a los detalles. Su fórmula era infalible: nunca pedía poses estrafalarias sino que dejaba que las sesiones fluyeran con naturalidad, priorizando la comodidad del fotografiado. De allí la ausencia de impostaciones y grandes gestos. En sus imágenes priman las miradas, un gesto de coherencia absoluta con alguien que hizo de los ojos su herramienta principal de trabajo. Lo hizo incluso cuando, con la caída del teatro de revista de principio de los ‘90, tuvo que dedicarse a fotografiar a numerosas bandas de cumbia que por aquellos años empezaban a copar la escena musical local.

Más allá de ese archivo personal atesorado en su casa –30 cajas con 22.500 imágenes–, lo que nunca tuvo fue reconocimiento, tal como afirma una de sus hermanas. En ese sentido, Foto Estudio… se propone un homenaje doble. El primero es la propia película, que parece enamorada de su protagonista y, por lo tanto, apuesta más al apego que a la distancia, a la emotividad antes que a la observación. El segundo es la preparación de una retrospectiva de la obra de Luisa, curada por la propia Miraglia, donde llegarán los merecidos aplausos. En el medio también habrá lugar para el reencuentro con aquellas vedettes que supieron pasar por su estudio, además de las previsibles añoranzas a un pasado que ya no volverá. Una triste certeza que la visita al Teatro Maipo no hará más confirmar. Allí, en la inmensidad de la sala vacía, las hermanas cuchichean sus sensaciones con cara de asombro y nostalgia. “No tenemos a nadie conocido”, dice una. “Nos sentimos extranjeras”, completa la otra. Completar es otra palabra clave, pues Foto Estudio… aprovecha el vínculo de la realizadora con las hermanas para mimetizarse en sus charlas. De Luisa se desprende una profunda necesidad de compañía, de recorrer los últimos años de vida junto a esas dos mujeres que con el correr de los años son parte de una misma persona.