Corría marzo del 2015 y la telenovela Babilonia parecía la destinada –como solía suceder con las ficciones de la tradicional Red O Globo– a hegemonizar el horario de las 21. Sin embargo, en su primer capítulo, dos actrices, Fernanda Montenegro y Natalia Thimber, se dieron un beso apasionado precedido y seguido de dulces caricias y se produjo el escándalo. No era el primer beso entre mujeres en una telenovela brasileña. En 2011, una teleserie paradójicamente llamada  Amor y revolución que narraba una historia de amor en el contexto del golpe de Estado que depuso al presidente João Goulart (revisionismo telenovelesco que coincidió con la intención política de Dilma de investigar las violaciones de los derechos humanos cometidas durante la dictadura militar brasileña) fue el escenario del primer beso lésbico ampliamente publicitado por la popular cadena SBT (Sistema Brasileiro de Televisão). Pero, en el caso de Babilonia, el hecho de que se tratara de dos actrices octogenarias, consagradas por el público y la crítica (Fernanda Montenegro es la protagonista de Estación central cuya interpretación le disputó el Oscar a la mismísima Meryl Streep) y que en la ficción además de besarse, se amaran tiernamente al punto de conformar una familia de toda la vida (parafraseando a Foucault no hubiera importado que la pareja de lesbianas se dieran un revolcón pero que despertaran felices al otro día resultaba intolerable) encendió la mecha neoconservadora. Las redes sociales se dividieron entre el recientemente exiliado Jean Wyllis a la cabeza de los defensores del amor otoñal lésbico y el Frente Parlamentario Evangélico del Congreso Nacional que lanzó un comunicado donde hablaba de la “clara intención de ofender a los cristianos”. En el mismo comunicado firmado por el presidente del Frente, el diputado João Campos, clasificaba al beso gay como una moda, “como una forma encubierta para diseminar la ideología de género, atacando directamente a la familia natural”. Se convocó a no ver el folletín y a boicotear también los productos que auspiciaban el programa. El pastor y diputado Marco Feliciano defendió el boicot y el senador Magno Malta diseminaba mensajes contra la novela en las redes sociales (estrategia que luego fue ampliamente utilizada contra la “ideología de género” en la campaña de Bolsonaro). A su vez, Silas Malafaia de la Iglesia Asambleas de Dios, se refirió al programa como "un instrumento de la podredumbre moral". 

La prédica evangelista tuvo eco. Luego de un estreno masivamente exitoso ya en el final de la primera semana, Babilonia perdía un tercio de su audiencia registrando el peor índice de rating en cincuenta años de una novela de horario central de la Red O Globo. En forma concomitante, comenzaba a triunfar estrepitosamente su competidora, Moisés y los diez mandamientos, promocionada como "la primera novela del mundo basada en una historia bíblica" y producida por la Rede Record liderada por el fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios, Edir Macedo. 

Al mismo tiempo que el sexo se volvía furiosamente heterosexual en las novelas, que la desmesura sexual era propia de villanos y castigada con la muerte y las plagas, que la disidencia sexual era cuestión  de vicio pero no de amor, uno de los directores de Moisés trazaba un paralelismo entre la crisis brasileña de la era Dilma y la opresión del pueblo hebreo y la necesidad de dar un mensaje de esperanza a Brasil. Lo demás es historia conocida. 

La red O Globo siguió cumpliendo su rol tradicional –que cumple eficazmente a partir del golpe del ´64 de cuyas políticas fue la principal beneficiaria– defendiendo a las élites económicas dominantes desde su concentrado conglomerado de medios masivos pero particularmente desde noticieros (su papel es innegable en la formación de una opinión pública que desprestigió la imagen y apoyó la destitución de Dilma). Con relación a las telenovelas, inmersas en ese complejo entramado que implica la negociación simbólica con autores, productores, investigadores de mercado, instituciones como la Iglesia, los movimientos negro, feminista y LGTB, entre otros actores, perdió cierta capacidad de captar y expresar la opinión pública. Y eso fue capitalizado por la Rede Record. A Moisés…, le sucedieron otras novelas bíblicas de la misma cadena y calaña moralizante. Entre ellas, cabe destacar El rico y Lázaro, presentada por uno de sus productores, Delmar Andrade, como una novela “muy bella”, con un tema “muy rico y actual”: una disputa entre ricos y pobres con “una historia que transmite muchos valores”. Valores que ya anticipó Marx en el siglo XIX cuando caracterizó a la religión como “la ilusión de un mundo sin corazón”, el “sollozo de la criatura oprimida” o en la más famosa de sus definiciones, “el opio de los pueblos”: aceptar los sufrimientos de la vida terrenal y perecedera, del trabajo alienado y de la pobreza como condición para el acceso al Reino eterno de los Cielos. La armonía y el fin de la grieta prevalecían sobre la lucha de clases. 

El tiro de gracia de la evangélica Rede Record fue la novela Apocalipsis, basada muy libremente en los textos bíblicos y en donde la degeneración sexual contemporánea conducía a un ejemplificante fin del mundo. La novela de 155 capítulos finalizó en junio de 2018. Ya para entonces, Michel Temer había cumplido su siniestro cometido en el proceso de destitución de Dilma y se encontraba vilipendiado por los medios y la opinión pública a causa de los casos de corrupción en que se hallaba involucrado y de las políticas impopulares que había implementado, faltaban pocos meses para las elecciones presidenciales y el terreno cultural estaba preparado para el advenimiento del Líder-Mesías que en un mismo movimiento, resolviera la catástrofe económico-social y restableciera la moral, es decir ordenara el caos apocalíptico brasileño.

Ya Michel Foucault advirtió que el dispositivo de sexualidad, es decir, los discursos y las prácticas que conforman el poder-saber sobre el sexo y la sexualidad es nodal para la construcción del poder moderno en tanto articula la anátomo-política –el cuerpo individual como blanco del poder– y la biopolítica –el control sobre las poblaciones–. El disciplinamiento de los cuerpos y la modelación de mentes y almas que precisa el orden económico-social, encuentran su punto de anclaje principal en las técnicas que apuntan al uso de los placeres y a lo que llamamos a grandes rasgos, la intimidad del sujeto. La lógica héteronormativa y patriarcal de las novelas religiosas con su economía de lo sexual y su negación sistemática de las diversidades, es la punta del ovillo de esa madeja infinita que comienza enredando el conjunto de los cuerpos y las mentes para adoctrinar sujetos y poblaciones a las nuevas necesidades del mundo laboral y económico.

La sujeción de las fuerzas creativas y su conversión en fuerza productiva, en sujetos útiles y cuerpos dóciles, precisan necesariamente de los discursos normalizadores y clasificadores de la sexualidad. Por eso adquieren prevalencia bajo la égida de Bolsonaro o de Trump, entre tantos fósiles actuales. “La sexualidad es algo que creamos nosotros mismos, es nuestra propia creación” afirmaba elocuentemente Foucault. De allí que las sexualidades disidentes puedan crear nuevas formas de amar, de pensar, de sentir y de vivir y oponerse a la economía sexual y política del neoconservadurismo. Resistir es, como piso, volver a Babilonia.