“Todos soñamos a nuestros muertos”, le dice Eli a su padre tratando de calmarlo, cuando las cosas empiezan a ponerse extrañas al interior de Yo, mi mujer y mi mujer muerta. La película que se estrena hoy, dirigida por el español Santi Amodeo y protagonizada por Oscar Martínez en el papel de Bernardo (63) –un reconocido profesor y arquitecto que acaba de enterrar a su mujer y comienza a tener visiones de ella–, empieza a cambiar a partir de esas palabras dichas por su hija Eli, encarnada por la actriz Malena Solda. Desde ese momento, cuando las apariciones fantasmales terminen por obligarlo a emprender una excéntrica aventura para cremar a su esposa y esparcir sus cenizas en la Costa del Sol, España, también se abre otro de los puntos que marcan el rumbo de la película: el de un padre que perdió su brújula y debe ser guiado por su hija. 

“Se generan al principio situaciones incómodas, porque hay que armar nuevos arreglos, nuevos contratos, redefinir los roles. Eli se enfrenta a un padre que es muy inflexible, muy rígido, y al que después le va a costar muy caro esa rigidez”, dice Malena Solda a PáginaI12, quien llegó a la película recomendada por el propio Oscar Martínez. “Yo nunca había trabajado con él, y lo admiraba mucho. Es muy difícil lo que logró Oscar en la película, los estados de emoción en los que entra su personaje, tan verdaderos. Por suerte pudimos hablar mucho y pensar juntos nuestros personajes, el vínculo entre ellos. Además Santi era muy preciso sobre el tono que buscaba, no quería que termináramos en un dramón ni tampoco en una comedia liviana. Cuando la vi terminada me encantó, era como la había imaginado la primera vez que leí el guion. Tiene un tono muy particular, cargado de sensibilidad, con climas muy sutiles alrededor de un tema tan complejo como es llevar adelante un duelo.”

Ese tono, que se mueve entre lo satírico y lo sombrío, podría enmarcarse en el de una comedia negra. Pero el cruce entre Bernardo y Eli abre la película hacia el drama que implica transformar los vínculos más íntimos. Y se vuelven también el testimonio de un cambio de época. “Bernardo quiere que su hija cumpla el mismo rol que cumplía su mujer. Para él es natural pedirle que le vaya a hacer las compras. Hasta que ella le deja en claro que no tiene tiempo para hacerlo, y él va cayendo en la cuenta de que ahora las reglas, las costumbres, son otras”, dice Solda, esta actriz multifacética que viene de protagonizar la exitosa serie televisiva Cuéntame cómo pasó, de trabajar en una versión de La tempestad en el Teatro San Martín –con dirección de la británica Penny Cherns–, y que está a punto de dirigir su primera obra de teatro. “Su esposa se ocupaba de él, de su ropa, de alimentarlo, de que la casa estuviera linda, de educar a la hija. Bernardo no intervenía. Era un tipo exitoso en su trabajo y de lo demás se ocupaba ella. Su hija hace que todo eso cambie.” 

–Desde el comienzo, Eli toma una actitud casi “paternalista” con su padre. ¿Cómo trabajó ese aspecto del personaje? 

–En muchas ocasiones, que suele ser algo que se pasa de largo, las mujeres tenemos ese rol. Tuve como referencia varias amigas que atravesaron por una situación similar y que fueron ellas las que les dijeron a los padres: “listo, bien o mal, como se pueda, hay que seguir adelante”. Después preparé una serie de preguntas que me hacía sobre la vida previa de Eli. ¿Desde qué momento sabía que su madre iba a morir?, ¿cómo era el vínculo con su padre mientras su madre vivía? Aunque el espectador no reciba textualmente esa información, es algo que se va transmitiendo.

–¿Qué función te parece que tiene la ficción al momento de representar estos cambios sociales?

–Es muy positivo que se muestren. La ficción ayuda a procesar los cambios que está atravesando la sociedad. Uno se identifica y puede reflexionar de otra manera viéndolo desde afuera, con cierta distancia. Es edificante que la ficción retrate estos temas. Pero no creo en el “tener que”, no soy dogmática. Es positivo que haya opciones y que entonces la gente elija lo que necesite, que cada uno pueda ver por dónde va su camino.

–El otro gran tema que se desa- rrolla en la película es el de la muerte, pero ya desde otro registro, que está más emparentado a lo irracional, a lo que no se puede manejar. ¿Por qué lo enfocaron de esta manera?  

–Lo que pasa es que los momentos de duelo son así de complejos. Hay situaciones que son totalmente absurdas. Bernardo no las puede resolver de la manera habitual, con su corrección, porque está muy vulnerable, muy parapetado en “yo quiero esto, yo viví esto, a mí no me van a decir qué quería ella”. Entonces la hija lo fuerza un poco. En última instancia se trata de su resistencia al dolor. Me identifiqué mucho con esa situación. Estás viviendo una tragedia y hay momentos que son muy absurdos porque estás tratando de acomodar tus emociones, tu cuerpo y tu alma a circunstancias que son nuevas. Por momentos querés aceptarlas, y hacés el duelo, y en otros momentos las negás, porque son demasiado dolorosas. 

–Cuéntame cómo pasó y la película Nueces para el amor fueron los dos trabajos que te dieron más exposición, ambos ligados a la última dictadura militar. ¿Te atrae en particular esa temática?

–Estoy frente a un trabajo interesante cuando detrás hay una historia con contenido, un mensaje. En esos casos, se trata de aprender de la historia de nuestros pueblos. Socialmente, Cuéntame cómo pasó era interesante porque además de contar la historia política, retrataba la vida cotidiana de esa época.  

–¿Fue tu papel más difícil, a partir de la complejidad de esa época?

–No fue tan difícil porque esa etapa de la historia yo lo revisité varias veces como actriz. Pero Mecha, mi personaje, sí fue uno de mis más queridos. Por la devolución del público, y porque me permitió mostrar como actriz recursos que no tenía dónde mostrarlos. Al tener el protagónico de una serie diaria en la que al personaje le pasan tantas cosas, podés empezar a apelar a tus recursos. Salen a la luz la acumulación de novelas, películas, libros, documentales, poetas que tenés dentro. En ese cruce está lo que hace que un personaje, finalmente, se vuelva o no atrapante.