Mayormente dedicada a la comedia, la carrera del sevillano Santi Amodeo presenta una película atendible: Astronautas (2003), pop y vertiginosa. Todavía no estrenada en España, la coproducción con Argentina Yo, mi mujer y mi mujer muerta es el resultado de la popularidad que El ciudadano ilustre tuvo en mercados internacionales. La protagoniza Oscar Martínez, con el gesto más avinagrado que nunca, ya que de eso trata justamente la película: de un hombre que acaba de perder a la mujer de su vida, y parece no querer perdonarle eso a la vida. Aunque, claro, como siempre sucede en el cine mainstream con todo personaje negativo, el guion le dará ocasión de convertirse en otro.

Bernardo (Martínez, que tiene La misma sangre también en cartel) es un eminente docente de arquitectura (la eminencia persigue a Martínez), que no se caracteriza por su apertura ni transigencia. A un alumno que se permite discutirle un concepto lo forrea de manera bastante agresiva. Tampoco es una persona a la que le guste exteriorizar sus emociones. En el entierro de su mujer se muestra triste pero no derrama una lágrima. Luego convierte su casa en algo parecido a una cripta, apagando luces y corriendo cortinas. A la mujer –que murió joven– la amaba y sin embargo no respeta su deseo, que consistía en la cremación. Tampoco respeta la opinión de la hija (Malena Solda), que quiere hacer valer la de la mamá. La entierra, pero unos días más tarde le avisan de una profanación inaudita: a ninguna persona no odiada públicamente le hacen lo que le hacen a este cuerpo. Horrorizado, Bernardo acepta cremarla, yendo a desperdigar las cenizas a un balneario de la Costa del Sol, donde ella pasó grandes momentos.

Allí Bernardo conocerá a un agente de bienes raíces en problemas (Carlos Areces, protagonista de Balada triste de trompeta y coprotagonista de Los amores pasajeros) y a una chica andaluza (Ingrid García Jonsson). Ellos lo ayudarán en la investigación que emprende en un club nudista al que concurría su esposa, y que lo llena de sospechas y recelos. Aun aceptando el lugar común dramático del cascarrabias que al final aprende a vivir, lo inaceptable de Yo, mi mujer y mi mujer muerta (un título de lo más mentiroso, ya que no hay otra mujer que no sea la muerta) es que la película misma parece muerta. No hay motivaciones que no sean las escritas en el guion, no hay vida donde debería haberla (los nuevos amigos de Bernardo), no hay lugar a donde ir, no hay sensación de justificación para la película en su conjunto. Y cuando una película no se justifica, está enterrada.