Cuarenta y tres años después, Susana Sastre, sobreviviente del campo de concentración de La Perla, en Córdoba, recuerda: “El 24 de diciembre de 1976, vísperas de Navidad, los militares estaban enloquecidos porque habían detenido a una persona y empezaron a sacar de la cuadra a algunos de nosotros para que la reconociéramos. En el medio, ellos nos habían hecho la promesa de que ese día haríamos una reunión para celebrar la Nochebuena. Llevaron un par de damajuanas de vino, algunas gaseosas, pusieron unas mesas en la cuadra y permitieron a los detenidos que se levantaran y ayudaran en el armado de la ‘fiesta’. A las ocho de la noche entraron a la cuadra varios torturadores, entre ellos Luis Manzanelli y el Nabo Barreiro, muy excitados, transpirados,  corriendo porque se les hacía tarde para ir a festejar en sus casas con sus familias. Yo no me quería levantar de mi colchoneta. Me parecía que no podíamos hacer un festejo ante tanta muerte. Pero se acercó Tomás Di Toffino y me dijo: “Participá porque tenemos que estar todos juntos, quizás ésta sea la última vez que lo hagamos. La verdad que tenía razón, así que me levanté y me uní al grupo en algunos chamamés que los gendarmes cantaban a coro con un par de guitarras. Pero no sabíamos quién era esa compañera que había quedado ahí, en la sala de torturas, tendida y abandonada porque ellos se tenían que ir a festejar a sus casas”

Esa mujer, luego se supo, era Herminia Falik, trabajadora del calzado y militante del PRT. Fue detenida en una parada de colectivo, hay quien dice que fue una cita cantada, y otros sostienen que los militares se jactaban de su olfato para reconocer subversivos. La revisaron y le encontraron panfletos de su actividad sindical. De ahí a La Perla hubo solo un paso.

Liliana Callizo, otra sobreviviente, dio su testimonio sobre ella para el libro “La Perla” que escribieron Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo: “Me llevaron a la sala de torturas, me sacaron la venda y vi delante de mí un cuerpo mojado, herido y desnudo. La mujer estaba sobre la cama elástica, tendría unos 25 años, se retorcía, daba saltos por la corriente eléctrica que le aplicaban. Sentí el olor a carne quemada, a sudores, al agua podrida del tacho. Sobre ella estaban el Sargento Hugo Herrera y el Sargento Luis Manzanelli con un garrote de madera. A dos pasos miraba el teniente Primero de Ejército José Carlos González, apodado Juan XXIII, por su ‘profundo cristianismo’. Combinaban picana con golpes de garrote y fustazos, mientras ella gritaba: ‘Mis hijos no, mis hijos no’.”

Herminia Falik agonizó abandonada hasta la mañana siguiente. Su hija Silvia, que tenía un año cuando quedó huérfana, porque su padre Rodolfo Vergara también fue desaparecido, dio su testimonio en los juicios por los crímenes de La Perla:

“Me criaron mis abuelos. Ellos me contaron la verdad desde un inicio, que mamá y papá fueron secuestrados y estaban desaparecidos. Pero yo tenía esperanza de que algún día volvieran. Así  los esperé hasta los quince años, cuando un novio me confirmó lo que siempre temí: 'tus padres están muertos', me dijo al darme parte de la información que me faltaba. A mi bisabuelo lo mataron en Auschwitz, a mis padres en La Perla. Me obligaron a andar por la vida sin piel, porque cuando uno es un bebé como era yo, lo único que tiene de la madre es su voz y la piel. La mamá es la piel de un bebé, y cuando uno anda sin piel todo arde.”

“Cuando di testimonio en el juicio por los crímenes en La Perla –cuenta ahora Silvia– sentí que pude darle cuerpo y devolverle su historia a mi madre. Yo soy actriz y poeta y creo que el arte y la docencia me salvaron, el arte como herramienta de construcción colectiva es sanador. De mamá me queda como legado su último gesto cuando, destrozada por la tortura, fue abandonada por los verdugos que querían irse rápido a festejar la Navidad con su familia. Agonizante, con el cuerpo lacerado y en carne viva, acarició la cara de  una compañera que trataba de aliviarla en sus  dolores. La miró a los ojos y le dijo ‘gracias’, volteó su cabeza y murió.”