Este 22 de marzo se realizó en Chile un encuentro de algunos jefes de Estado de la región, con la ausencia notoria, entre otros, de Tabaré Vázquez y Evo Morales, y con la expresa e injusta exclusión de Nicolás Maduro Moro, presidente legítimo y legal de la República Bolivariana de Venezuela reconocido por la ONU. 

Según sus organizadores el objetivo fue terminar con la Unasur y promover una nueva iniciativa “desprovista de ideologismos”. El reemplazo, Prosur, por la propia ideología de la iniciativa podría denominarse Pro Norte. 

Esta nueva movida regional es una propuesta improvisada, balbuceada por el presidente de Chile luego de su visita a la Casa Blanca e impulsada a su pedido. Es público y notorio que no cuenta con el mínimo criterio de seriedad, ni con el trabajo conjunto de los gobiernos y de las diplomacias de los distintos países de nuestra región. 

Se cumplen, en este 2019, 11 años de la creación de Unasur en aquellos tiempos más felices para nuestros pueblos, cuando los países de América del Sur formalizaron su funcionamiento y su estatuto luego de varios años de trabajos y consensos. 

Unasur tuvo la virtud de ser un mecanismo de integración que facilitó el diálogo político y la solución de controversias, y que evitó intentos de golpes de estado, cumpliendo muchas de las funciones que hasta entonces habían llevado adelante el grupo de Río y la Comunidad Suramericana de Naciones. Puso en justo debate, el concepto de integración hemisférica, que era promovido por Estados Unidos y no había registrado ningún beneficio cierto para nuestros países suramericanos. 

En aquella memorable reunión desarrollada en nuestro país, se elegiría como el primer Secretario General de la Unasur a nuestro compañero y ex presidente de la Nación Néstor Kirchner, una figura central en la resolución pacífica de numerosas crisis: las tensiones separatistas en Bolivia en el año 2008, la rebelión policial en Ecuador en el 2010, las tensiones militares en la frontera de Colombia y Venezuela. La secretaría de Unasur contribuyó al proceso de paz en la región y, sobre todo, generó la conciencia de sentirnos hermanos suramericanos y no pequeñas partes del patio trasero de un imperio cercano. 

En el marco de la Unasur se lograron importantes avances en el proceso de integración, no solo en lo geopolítico sino en los acuerdos alcanzados en el área de infraestructura, de salud y sobre todo de defensa, con la puesta en marcha del Consejo Suramericano de Defensa. La doctrina en construcción era exactamente la opuesta a la que se hizo evidente con el fracaso del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, que estalló en la guerra de Malvinas.  

En los últimos años los cambios políticos en la región, con la llegada de gobiernos muy identificados con vocaciones coloniales, y la consecuente demonización de todos los paradigmas anteriores, conspiraron para paralizar el organismo, sobre todo por la decisión en tal sentido del Presidente Mauricio Macri en tiempos de la reciente presidencia pro tempore de Unasur a cargo de la República Argentina. 

La crisis por la que atraviesa Venezuela sirvió de excusa para promover una clara estrategia de desintegración regional y de recomposición geopolítica en el marco de una creciente subordinación a los lineamientos de política exterior dictados por el Gobierno Estadounidense. 

En el actual contexto regional y mundial la iniciativa surgida en Santiago de Chile es lo contrario a nuestra necesidad como bloque bioceánico suramericano. Se trata de la necesidad de contar con instituciones y mecanismos que puedan colaborar de manera conjunta y coordinada a favor de nuestros intereses. 

La Unasur fue concebida como un mecanismo de coordinación política que promoviera y garantizara el respeto a la autodeterminación de los pueblos, la paz en nuestra región, la estabilidad democrática y la integración demográfica, cultural y productiva. Si se pretende recuperar esos principios es necesario mantener un intenso y persistente diálogo político y construir más y mejor institucionalidad. 

No es vaciando la Unasur y proclamando la creación de un difuso y promiscuo Prosur que se alcanzarán tales objetivos. 

Resulta imprescindible que todas las fuerzas democráticas tanto a nivel nacional como regional condenemos cualquier intento de injerencia externa y de uso de la fuerza en cualquier país de la región, y reafirmemos la vocación soberana de construcción de nuestra propia institucionalidad. 

La Argentina en materia de política exterior debe retomar su mejor tradición diplomática latinoamericana, promovida a través de los años por todos los gobiernos nacionales y populares de distinto signo partidario. 

Desde Mundo Sur promovemos y sostenemos la vigencia del pensamiento de Unasur, la soberanía de los pueblos y la integración regional.

Manifestamos aquí nuestro profundo desacuerdo con la iniciativa de Prosur, a la que consideramos un retroceso manifiesto, incomprensible e injustificable, en el proceso de integración regional, que debiera llevarnos a construir una Patria Grande continental, socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. 

* Ex canciller. Es coautor de esta columna junto con los demás integrantes de Mundo Sur: Roberto Baradel, Carlos Bianco, Marcelo Brignoni, Guillermo Carmona, Jorge Drkos, Martín Granovsky, María Higonet, Ana Jaramillo, Oscar Laborde, Gustavo Marini, Carolina Mera, Eduardo Pereyra, Victorio Tacetti, Nicolás Trotta y Eduardo Valdés.