“Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o a Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo selecto de monopolios internacionales.” Así hablaba Rodolfo Walsh en su carta abierta a la junta militar, un año después del 24 de marzo de 1976.  También en aquella época el discurso oficial proponía la reducción del gasto, el equilibrio fiscal, la apertura al mundo, la reforma del régimen laboral… y todas las recetas que hoy difunden Macri y su equipo.  La identidad ideológica es innegable y apabullante. Lo más interesante es indagar lo específico del macrismo en ese mar de palabras que se repiten, de slogans, de lugares comunes. 

El macrismo es la conquista del poder y la creación de un nuevo régimen, bajo la apariencia de la continuidad de la democracia recuperada en 1983. Es la doctrina de la seguridad nacional generada por el imperio en los años setenta, moderadamente actualizada y adaptada a las condiciones actuales. Los políticos, los intelectuales, los economistas y periodistas que defienden el régimen actual simulan amnesia. Muchos de ellos tienen terror de enfrentar sus actuales certezas con aquel oprobioso pasado, pero de algún modo sufren ese horrible reencuentro. El 24 de marzo es, por eso, la fecha clave: la actual maquinaria de la mentira, el ocultamiento, la persecución, la entrega, la violencia y la traición se encuentra con su propio pasado, un pasado ignominioso al que la sociedad argentina –no el populismo o el kirchnerismo– le ha dictado su veredicto inapelable: nunca más. 

Claro que el presente tiene notas diferenciales. Los Martínez de Hoz de hoy pueden invocar una formalidad electoral de la que el original carecía. Y ese origen electoral no es un detalle menor, accesorio, fácil de subestimar. Quienes hemos vivido los años del terrorismo estatal-imperial no tenemos ningún derecho a ignorar la diferencia. Porque esa ignorancia supondría una profunda irresponsabilidad histórica. Significaría afirmar que el voto popular –último refugio de la democracia agredida al extremo en estos años– y los márgenes de libertad que hoy se defienden de la prepotencia del poder, son apenas cuestiones formales. Supo decir Alfonsín que en América Latina quien no distingue democracia formal de dictadura no distingue la vida de la muerte. Esa es la estela en la que hay que profundizar. Ahora bien, la cuestión es la forma en que se defiende la democracia que todavía vive, aún en condiciones penosas, las peores desde 1983 hasta ahora. 

Si el punto de referencia es la democracia hay que demarcar el concepto, hay que establecer sus límites y saber en qué punto está el salto hacia otro régimen. Macri acaba de reclamar el juicio político del juez Ramos Padilla, bajo una fundamentación macartista e incompatible con cualquier normatividad democrática. No es la primera actitud dictatorial del actual presidente. En su corto período de gobierno ya ha producido gestos análogos contra periodistas, dirigentes sindicales, políticos opositores, abogados laboralistas y muchos otros “enemigos del cambio”. Pero la persecución a un juez que investiga la existencia y el modo de funcionamiento de una organización mafiosa que espía, extorsiona y condena a adversarios políticos del régimen no es una anécdota. Es la revelación de la existencia del régimen y el síntoma de su más absoluta descomposición. Es también la asunción de un fracaso, el del intento de sostener una reestructuración regresiva de la nación bajo la apariencia formal de cierto respeto a los límites que imponen la constitución actual y las leyes que de ellas se derivan. El ataque al juez Ramos Padilla es un salto en calidad. Es la furia que delata la extrema debilidad. Coincide llamativamente con la promoción publicitaria de un Macri histérico, “caliente” con sus adversarios, dispuesto a todo con tal de defender “el cambio”. 

La confluencia de este clima autoritario e intolerante con la catástrofe económica y social no es casual. La caída en flecha del consenso de la sociedad con el gobierno es el contexto en el que debe pensarse el giro autoritario del discurso. Ya no hay nada en la caja de herramientas del régimen que alcance para revertir su declinación. La decisión no está en las manos del gobierno, sino en la amplia y poderosa coalición que lo sostiene. Eso es lo que está detrás de la impresionante ola de rumores que recorre el país: la candidatura “muleto” de la gobernadora de Buenos Aires, el “amplio consenso” que se dibuja alrededor del ex ministro Lavagna y el telón de fondo principal que constituye la persecución legal contra la ex presidenta y su familia. 

Sin embargo, el tobogán en el que ha entrado Macri no es, como algunos parecen creer, un dato menor. Macri no es tan fácil de ser intercambiado, porque es el gran emergente de un proceso político cuyas fuentes son tan viejas como las de su gran antagonista, el kirchnerismo. Macri es el nombre  y el símbolo de una mirada sobre el país, su historia y su lugar en el mundo. Es la cifra de una derecha capaz de unir su disposición a la entrega del patrimonio y al desenfreno de la desigualdad con un ideal de crecimiento personal, de éxito en la lucha por la supervivencia sostenido en los patrones del más extremo individualismo, de la más absoluta indiferencia y desprecio por los que quedan afuera. Macri es un símbolo. Y la decadencia y caída de un mito no es un asunto políticamente menor. Hoy en Argentina constituye un momento crítico, resolutorio, que abre una instancia política decisiva. 

En estas cosas consiste la maravilla de las elecciones libres. Si no existiera la elección de este año sería difícil imaginar una salida política para esta crisis. Hace hoy 42 años las clases dominantes argentinas decidieron poner su poder al abrigo de cualquier pronunciamiento popular. Unos años después se fueron en medio del repudio absoluto del pueblo. Desde entonces rige en el país el Nunca Más. Nunca más terrorismo estatal y reducción a la servidumbre de los ciudadanos y ciudadanas de la patria. Hoy madura un nuevo nunca más. Nunca más la entrega del patrimonio, la violencia social contra los trabajadores, el ataque a los pequeños y medianos empresarios, el endeudamiento a favor de los timberos locales y globales, la represión y la persecución de la diferencia política. Será el mejor homenaje a los héroes y mártires que hoy recordamos.