“Una vez le escuché una frase que me gustó mucho a un cineasta: ‘Estoy muy contento con el tamaño de mi público’. Siempre me quedé con esa idea. Así que no tengo una sed de que crezca infinitamente”, explica Alex Anwandter, icono del pop chileno. “La gente que me sigue es amplia: va desde abuelas hasta madres con sus niños, por lo que es extremadamente transversal la respuesta que recibo. Cuando alguien se refiere a mi música como gay o LGTB, no salgo a defenderme debido a que sí lo es. Me interesa hablarle, acompañar y existir para esas personas. Es súper importante para mí.”

A tres años de su último recital en Buenos Aires, el músico establecido en la actualidad en la ciudad de Los Angeles, desde donde atiende al NO, regresará al país como unos de los actos del Lollapalooza local. “No voy a hacer un show mejor ni nada parecido. De hecho, me gustan las cosas más íntimas. Pero hace tiempo que no voy para allá, y me entusiasma bastante. Mucha gente me pide que toque en otros sitios que no sean el Lolla, pero eso escapa de mis manos.”

¿Por qué te mudaste a Estados Unidos?

--Fue una cosa más de la vida que una decisión artística: tengo familia acá y salió la oportunidad. Ha sido una experiencia buena e interesante. No pretendo dominar el mercado ni nada parecido. Quería una nueva vida. Aunque en un punto acá pasa lo que sucede cuando uno está en Sudamérica, que es consumido por los conflictos locales. En Estados Unidos los conflictos locales son conflictos mundiales. Pero hago el esfuerzo por saber lo que está pasando allá.

Te estableciste allá en una época en la que los artistas de origen latino tienen cada vez más impacto en escenas más modernas, como Helado Negro, Devendra Banhart o Nicolas Jaar. ¿El futuro de la música latinoamericana está allá? ¿En qué circuito te movés?

--No estoy de acuerdo con que el futuro de la música latinoamericana esté acá. Tenemos la oportunidad de construir cosas en nuestros países, y eso es un trabajo muy importante porque mucho del desarrollo de la música latina tiene que ver con la industria. No todo se trata de dinero sino de identidades artísticas. En mi opinión, el desarrollo de la música chilena en los últimos quince años se produjo justamente por la ausencia de una industria. Por eso logramos una suerte de identidad que no respondía a lo que pasaba en otros lugares.

¿Te animarías a cantar en inglés?

--No tengo planeado hacerlo. O no creo que lo necesite. Por otro lado, no es tan fácil lo de la integración de los artistas latinos en Estados Unidos. Pitchfork no reseña música en español. Sólo lo hace cuando incluyen inglés o algo de spanglish. Lo que me parece una puerta cerrada.

Volvés a Buenos Aires con nuevo disco, Latinoamericana (2018), un trabajo con hilo discursivo reivindicativo. ¿Puede ser que la nostalgia y la distancia hayan generado ese imaginario?

--La distancia me dio una perspectiva que antes no había tenido. Viviendo en Estados Unidos, las noticias me llegaban juntas. Estar lejos me ayudó a entender que había problemas regionales, y pude ver con claridad cómo el fascismo reaccionó a décadas de avances y crecimiento social. También hice Latinoamericana como un esfuerzo de expandir mi disco anterior, Amiga (2016), cuyo foco era muy exclusivamente chileno.

Dijiste que este cuarto disco solista de estudio tuyo está inspirado en el sonido de Chile en 1978. ¿A qué te referías?

--Fue una volada mía. Me puse a imaginar una música que nunca existió. El ‘78 en Chile debe haber sido el punto más oscuro de la dictadura, y la música popular era inexistente. La interpretación oficialista era un folklore aséptico, ultra patriota y horroroso. Lo que me pasaba como músico, y especialmente como músico latinoamericano, es que admiraba a David Bowie, Talking Heads y Roxy Music, quienes generaron cosas maravillosas en esa época. Y uno inconscientemente le atribuye cierta superioridad a esa gente y a los países de los que provienen, porque eso no se hizo en Sudamérica. Estados Unidos encargó un golpe de estado a domicilio, y el arte estuvo clausurado siete años. Por lo que quise imaginar cómo hubiera sido nuestra música en ese periodo.

A contramano de lo que parece haber impuesto Spotify, ¿por qué te inclinaste por un repertorio tan extenso?

--Es largo porque me gusta crear obras donde las ideas se retroalimenten. No saco un disco cuando tengo ocho canciones listas sino cuando tengo algo que decir. Es lo que entiendo como un álbum. No respondo a lo que pide la industria, si no estaría haciendo remixes de trap.

¿No se te ocurrió tropicalizarte? Hasta Paul McCartney y Drake lo hicieron…

--Siento que mi responsabilidad como artista está muy lejos del aprovechamiento. Obviamente hay canciones de reggaetón y de trap que me gustan. Pero no tiene que ver con el equipaje musical con el que crecí, y el que finalmente domino. Soy chileno, lo más opuesto al trópico. Somos grises, melancólicos, poetas y oblicuos en nuestras maneras de decir las cosas.

Si bien hacés referencia a que venimos de orígenes dolorosos, porque somos consecuencia de la barbarie, en la canción que le da título a este álbum también hay optimismo. ¿Qué te esperanza? ¿aprendimos algo sobre nuestro pasado?

--Aunque me gustan esos pequeños gestos reivindicativos, el disco no lo encuentro tan abanderado. Para mí es más una exploración de esas temáticas, y de cómo están escondidas en una especie de trama invisible. Latinoamericana partió de un autoexamen del deseo. Siempre encontramos bonita a la gente de ojos claros y cuerpos esculturales, y esa belleza no es algo natural. Se me impuso, alguien conquistó mi deseo. Son reflexiones íntimas acerca de la manera en la que convivo con el colonialismo en mi vida cotidiana.

Puede que parezca sorprendente aún, pero en el tema Malinche cantás de hombre a hombre…

--Se me hace importante porque sigue llamando la atención, y me aficiona la confrontación. Ahí hago un ejercicio de desmantelamiento de una narrativa que es medio absurda. El malinchismo se refiere a preferir al colonizador en vez de a su propia gente. Pero, por otro lado, asigna la culpa de la masacre latinoamericana a la mujer. Es una idea muy patriarcal. Me interesaba desconectar al malinchismo de lo femenino.

En Argentina y en Chile se está trabajando en la deconstrucción del patriarcado. Al punto de que se pidió repensar la propuesta del Congreso de llamar Pablo Neruda al aeropuerto de Santiago, a causa de la revelación del lado oscuro del poeta. ¿Qué opinás?

--Estoy súper de acuerdo. Pese a que era un buen poeta, confesó que violó a una niña en Burma (actual Birmania) cuando era embajador. Es un poco similar a lo que está pasando con Michael Jackson en este momento. La idea, supongo, es descanonizar.

¿Qué te pasa con las canciones que fueron parte de la banda sonora de tu vida, y que ahora, adaptadas al nuevo contexto, tienen otra lectura?

--Me pasó hace poco escuchando una canción de Chico Buarque que me gustaba de chico. Se llama Feijoada completa y es básicamente un instructivo a su mujer de cómo debe preparar la comida porque van a venir unos amigos suyos. Es un proceso de volver a conocer esta información que nos estaban dando. Yo estoy revaluando todo eso.

¿Revaluaste volver a Chile?

--A Chile voy a ir a cantar pero por ahora no tengo planes de volver a vivir. Mis dos trabajos (NdR: el músico de 36 años es realizador audiovisual, y se encuentra produciendo un nuevo largometraje de ficción) involucran mucho viajar.

* Alex Anwandter tocará en la primera fecha del Lollapalooza Argentina, el viernes 29 de marzo a las 16 en el escenario Alternative en el Hipódromo de San Isidro, Av. Márquez 700.