Desde la cárcel, la Princess relata su historia. A la manera de una Scherezade del conurbano profundo, atormentada por pesadillas caníbales, su principal objetivo (“first the first”, para usar una de sus expresiones) es vaciarse del horror de los recuerdos. “Liberarlos de esta madre que soy y que nunca tuve”, explica. No es una mala motivación narrativa, sobre todo si una trans se encuentra en la cárcel, acusada de haber intentado asesinar a un hombre, para colmo héroe de Malvinas, de un puntazo.  

Por haber ido ella misma a la guerra, tras las huellas de un amor imposible,  a dar el culo por la patria, se ganó entre compañeros de prisión el mote de Heroína. De las islas a la cárcel, su voz anima una tragedia moderna. Porque Heroína es un personaje consciente del poder de las palabras, de las digresiones, de los relatos que laten dentro de un relato. Sofocleana de la primera hora, la sombra de la historia libera una batalla en su interior. “¿Viste como esas nubes que se les ponen encima a los dibujitos? Una de esas. Es una especie de sopor, una neblina que se levanta de las cosas”. La nouvelle de Nicolás Correa (Buenos Aires, 1983) registra ese panorama una vez que el manto de neblina se descorre. 

Heroína. La guerra gaucha ( Editorial Kintsugi) es, en principio, la historia de una chica trans contada por ella misma. En forma de espiral, en el relato de la Princess vuelven al presente episodios dolorosos y placenteros, absurdos y coherentes, íntimamente unidos. El relato de la iniciación sexual de la narradora, que tiene lugar en la caja de carga de un camión, se acopla con el de su iniciación literaria: así es como la portada del clásico de la literatura argentina firmado por Esteban Echeverría será orlado por el semen del amante.  

Si bien se puede objetar que la narración condensa varios clichés atribuidos a las trans, a las fantasías de pija de las trans, a la guerra de Malvinas y a la vida en las cárceles, la combinatoria de esas instancias produce un texto extraño, que combina acentos testimoniales y cómicos con varios momentos de cierto poder alucinatorio. Esta última es una característica frecuente en la obra de Correa, autor de cuentos, novelas y poemas habitados por presencias que no son de este mundo. En Heroína, la fe de la protagonista en entidades sobrenaturales y en el poder de los rituales secretos se ve recompensada. “Apenas despuntó el sol me fui derecho para lo del brujito. Qué loco ese tipo, madre mía. Aunque, ya te digo, hace unas magias fuertísimas. De lo mejor. Dos veces en mi vida fui a verlo, nada más. No hay que abusar de esas cosas”. 

Entre patas negras, chilenos temibles y jóvenes mártires propiciatorias (trans), despunta una trama de venganza y expiación en las catacumbas carcelarias bonaerenses.  “No se puede terminar una historia así, porque yo estoy viva y casi todo lo que amé está bien muerto”, dice Heroína. En este punto, el relato de Correa establece un sutil contrapunto entre la situación de su personaje y los casos de muchas personas trans que aumentan, año a año, las listas de víctimas de crímenes de odio.