La Guerra del Chaco había terminado y mientras las mujeres bolivianas se reunían en Cochabamba en un Congreso Feminista para hablar de educación sexual, aborto, derecho al voto y a estudiar en las universidades, un obispo escribió en un diario: “Estoy asustado, apenado al extremo de no poder callar… al saber que aquí se está organizando una sociedad de señoras con fines trascendentalmente funestos (…) hacerlas marimachos, libres de la potestad de los maridos, con todos los derechos del hombre”. Además de disolver el Congreso (lo logró) el obispo quería impedir que las mujeres ingresaran a la universidad: “¿Y creen ustedes lectores y lectoras que los jóvenes decentes se van a poder enamorar de esos masculinos como ellas? ¿Que en vez de tiernas miradas, de lágrimas de pena, de ráfagas de candor, va a encontrarse con un abogadil malicioso e irónico que le muestre, en vez de una sonrisa, un artículo del código? (...) si la mujer de su clase, si la señorita de su medio ya no es mujer con las virtudes que atraen, con las gracias candorosas que impresionan, qué sucede sino otro masculino, más corrompido que él, tiene que buscar en la clase baja a nuestras mujercitas, a nuestras cholitas, que junto con la pollera conservarán el feminismo natural y necesario para inspirar el amor, que los masculinos no inspiran”. Fue en noviembre de 1936, ochenta y tres años después siguen escribiendo lo mismo. Solo cambia el lugar y el nombre del cura. A pesar de la respuesta de un sector del Congreso encabezado por Agar Peñaranda que aseguraba que “el clericalismo es la perdición de la mujer” y que llamaba a deshacerse de las sotanas, el obispo logró polarizar posiciones –no eran pocas las católicas que habían llegado al Congreso como parte de la “Legión Femenina de Educación Popular América”, delegación presidida por el alcalde– y festejó la clausura del Encuentro.Una de las mujeres que formaba parte de aquel Congreso era Esilda Villa, la primera abogada de Bolivia. El recorrido de su formación profesional engruesa el aliento rancio del obispo aterrado. Como la Facultad de Derecho de Oruro no quiso aceptarla, fundó con otras mujeres la Facultad Libre de Derecho y se presentó años después ante la Corte Superior para rendir el examen como Procuradora de Causas. La Corte confirmó que cumplía con los requisitos pero como no era ciudadana (porque no había hecho el servicio militar, servicio que solo hacían los hombres) resolvió que no podía ejercer. Ella pidió entonces hacer el servicio militar, y como se lo impidieron, pidió el mismo certificado de incapacidad q le daban a los hombres que no lo hacían. Tampoco se lo dieron. Mientras Esilda luchaba en Bolivia,  su nombre cruzaba la frontera y aparecía ridiculizada en las viñetas de los diarios. Uno chileno aseguraba que además de comportamiento masculino, tenía bigote y barba. Finalmente la Comisión Interamericana de Mujeres presionó a la Procuraduría  y le dieron el título.  Trabajó en la cárcel pública y fue enfermera en la Guerra del Chaco. Si la familia judicial no quiso aceptarla como procuradora, mucho menos como abogada. En enero de 1938, cuando aprobó el examen final, volvieron a negarle la matrícula porque “las mujeres, así como las personas sordas o mudas tenían prohibido ser abogados litigantes”. La abogada prohibida volvió a la pelea –nunca había salido– y en la rueda de apelaciones, consiguió finalmente que reconocieran su título.                                                                                                        Dos años antes, en el Congreso de Cochabamba, mientras la oscuridad obispal ganaba sillas, Esilda pedía por los derechos de los niñxs, educación sexual en todos los establecimientos educativos del país, que los varones ausentes se hicieran cargo de la manutención infantil y protección legal y trabajo para las madres solteras, guardianas absolutas de sus hijxs.Cuando la lucha no se detiene y las mujeres aymaras conversan en asamblea comunitaria, un cura respira agitado, casi en ahogo.