Hace ocho años, los directores Daniele Incalcaterra y Fausta Quattrini estrenaron El Iimpenetrable, extenso documental sobre la recuperación de cinco mil hectáreas en lo profundo del Chaco paraguayo. El padre de Incalcaterra las había comprado durante la dictadura de Stroessner para dejárselas a sus dos hijos. “Aún hoy mi padre me sigue envenenando la vida” decía la voz en off del co-director mientras avanzaba en un relato con ecos de Peter Mettler, Joseph Conrad y Franz Kafka. La película narraba el largo proceso judicial que iniciaba Incalcaterra para recuperar esas tierras perdidas dentro de un enorme desierto sojero y revendidas nuevamente por un falso propietario. Hacia el final, el co-director lograba que el mismísimo presidente Lugo firmara un decreto que declarara sus tierras como una reserva natural llamada Arcadia.

Años después, luego de la destitución de Lugo, el decreto perdió validez. El vericueto judicial entre ciudades, papeles mal membretados y cuidadores de ruta calzados como capangas vuelve a foja cero. Incalcaterra regresa a esas tierras mal habidas para reiniciar el trámite. Quiere seguir adelante con su proyecto de crear una reserva natural en el medio de un territorio asolado por la agroganadería, el desmonte indiscriminado, las petroleras y lo capitales extranjeros desbandados. Se suele decir que en cine las segundas partes son una copia de los recursos y los aciertos de la primera. En el caso de Chaco esa máxima resulta exasperante. Porque, ¿cómo puede ser que todo el trabajo iniciado por este italiano nacionalizado argentino para recuperar su tierra y devolverla, como él dice en la voz en off, “a la Tierra”, vuelva a repetirse como una pesadilla de la que no puede despertar?

Incalcaterra vuelve entonces a ese “cuadrado amarillo” que marca en un mapa, dentro del vasto y ajeno territorio del Chaco. Viaja en su 4x4 acompañado por su amigo, el ornitólogo Jota. Otra vez, la ruta de acceso a sus 5 mil hectáreas está cerrada. Su terreno está rodeado por la propiedad de Tranquilo Favero, un brasilero hijo de inmigrantes italianos, de 72 años. Favero tiene el típico discurso sojero de la sobre producción. Según él, en un futuro no muy lejano, con la superpoblación creciente, los empresarios en alimentos se verán en la encrucijada de tener que alimentar a un mundo demasiado extenso. Y para él, eso representa un desafío, dice en su oficina luminosa rodeado de cuadros con motivos impresionistas. Esa enorme propiedad, sus campos pelados y quemados, rodean el terreno de Incalcaterra que está en disputa por una reventa. Para volver a entrar a su territorio, el propietario regresa acompañado por un fiscal y por un juez. Las imágenes resultan surrealistas; en una zona sin instituciones legales que representen los intereses de los ciudadanos, cinco tipos que se miden unos con otros, sacan papeles, presentan testigos, y firman actas sobre el capot de la camioneta representando una faceta más de la comedia humana. 

Mientras tanto, el paisaje de fondo transmuta en una imagen posapocalíptica. Incalcaterra, al avanzar en el proceso judicial de recuperación, es consciente que la naturaleza del Chaco avanza hacia su deterioro inexorable. El propio Jota lo dice: el terreno de monte virgen que Incalcaterra logre salvar, sin una infraestructura, se convertiría en una cárcel natural para los animales y las especies autóctonas, rodeadas por la soja y los pesticidas. El monte chaqueño se encuentra en peores condiciones de conservación que hace ocho años atrás. Cada día se queman y se destruyen 2.000 hectáreas de bosque nativo, arrasado por las topadoras y el fuego. El paisaje que la cámara de Incalcaterra y Quattrini registra es desolador; columnas blancas de humo espeso que forman una enorme masa compacta entre el cielo y la tierra. 

¿Por qué no se cumplen las leyes? Se pregunta Daniele en la voz en off. El día que plantó el cartel de la reserva de Arcadia nunca pensó que esa ley obtenida con tanto esfuerzo no sería aplicada. “Acá la tierra es de quien toma posesión. Como en un far west” le dice por Skype a su hermano que, entre desconcertado y divertido, conversa con Daniele desde Italia, y funciona como un engranaje narrativo. Daniele habla y exterioriza lo que le pasa, expone sus ideas y sus dudas en cámara. No son entrevistas, son indagaciones por la búsqueda de un sentido, de por qué las cosas funcionan de ese modo. Son muchos los momentos en los que se lo ve tomándose la cabeza, como si no pudiera entender por qué las leyes paraguayas (y en extensión, latinoamericanas) funcionan como funcionan. Su mirada no deja de ser, en un comienzo, paternalista; el europeo que viene con la idea utópica de cuidar un mundo natural, considerando que los verdaderos propietarios de la tierra, los guaraníes, también pueden hacer un uso comercial de la misma. ¿Por qué ellos serían distintos a Tranquilo Favero? Sin embargo, a medida que el relato cobra fuerza y el puzzle va encajando entre piezas deformadas, crece en Daniele una decisión invisible. Mientras en la primera parte era el extranjero que tomaba armas para emprender el trabajo quijotesco de hacer una reserva, acá los molinos de viento le terminan por ganar la batalla. Daniele deja paso a una lenta resignación; Arcadia sin habitantes que hagan un uso de la tierra seguiría siendo un lugar utópico e inaccesible. Cuando intenta filmar a los guaraníes ñandevas en una convención interna, no se lo permiten; si él quiere “capturar” algo para su película, tiene que entregar algo a cambio. 

La narración se complica y las dudas de Daniele se convierten en el eje de esta segunda parte. ¿Qué hacer? ¿Insistir con la reserva? ¿Insistir con los jueces corruptos que no quieren molestar a los dueños de la soja? ¿Vender y obtener un rédito de 5 millones de dólares anuales limpios? La Arcadia soñada por Incalcaterra como un lugar de paz y prosperidad, un territorio anárquico basado en la fraternidad y el respeto mutuo, revela su inhóspito costado terrenal. Aquel simple gesto de “devolver la tierra a la Tierra” no deja de ser una reflexión sobre la soberanía en un continente arrasado por la violencia, la colonización y la pérdida de sus llamados recursos naturales.  

Chaco se estrena este jueves en el Malba y en el Gaumont.