Un matrimonio desgastado viaja a un pueblo ubicado en la región del Gran Chaco. El lugar dista mucho de ser el ideal si se piensa para una reconciliación de pareja; ya desde un principio la  ruta resulta imposible entre pozos y animales sueltos. El hombre tiene un propósito concreto: escribir sobre varios temas relacionados con los meteoritos que cayeron en aquella zona hace miles de años. “La idea de ir a Campo del Cielo había sido mía. Quería escribir una serie de crónicas sobre los meteoritos que cayeron en esa región del país, sobre la gente de los pueblos aledaños —que dicen, no es gente muy normal que digamos; quería escribir también sobre el mercado negro de meteoritos, sobre los científicos y exploradores que inician investigaciones en toda ley y que, una vez conocido el paño, acaban por corromperse”, dice el narrador, poco antes de que su compañera desaparezca y dé comienzo a “Mi mujer y su chupacabras”, el séptimo cuento que conforma Campo del cielo, de Mariano Quirós, ganador en 2017 del XIII Premio Tusquets Editores de Novela con Una casa junto al Tragadero. 

“La encontramos perdida en medio del monte –me dijo, en voz baja, el policía. Le dio un golpe de calor y se desorientó, a duras penas pudo decirnos que se alojaba acá. Antes de irse, Ruchi me dio un apretón de manos y, en tono aleccionador, me sugirió que cuidara más a mi mujer. Esta zona es más peligrosa de lo que parece”. Sólo que para entonces el lector ya sabrá a qué se refiere Ruchi, incluso estará familiarizado con aquel extraño policía y la importancia que tienen los meteoritos para la visibilización y economía del pueblo. 

Más que funcionar como un punto de inflexión, la  mayor virtud de “Mi mujer y su chupacabras” estriba en generar un cambio de perspectiva en la trama general que conforman los diez cuentos –es el único planteado desde una  mirada ajena, un visitante: el extranjero– donde muchos de los personajes reaparecen y se resignifican para ir armando lenta, gradualmente una especie de obra pictórica de un pueblo al que se lo comienza a descubrir a través de sus habitantes; pero no en tanto sus costumbres o el fácil arquetipo, no hay retratos en el sentido naturalista del término. Los personajes que recrea Mariano Quirós en Campo del Cielo, pueden ser brutales, ingenuos y sensibles, incapaces de hacer el mal, puros más que inocentes, y siempre atravesados por un pensamiento mágico que pareciera haberlos detenido en el tiempo. En “El Nene”, cuento que abre la serie, se narra la historia del mecánico del pueblo que, al tiempo que le hace unos trabajos al oficial Ruchi con los autos (bajo la consigna: “Que quede igual a como está, pero que no se note que es el mismo”)  plantea la difícil relación que tiene con su hijo, Quique, luego de que su mujer lo abandonara y sus otros dos hijos, mellizos, se fueran en búsqueda de su madre. 

Entre el absurdo y un cierto dejo despiadado embrutecimiento, Quirós aborda la temática del abandono, la violencia doméstica y el sufrimiento de un niño que sin madre se aferra a la mitología de los meteoritos para llamar la atención de los adultos. “No sé de dónde le habrá venido el interés, pero un día –nueve años tenía él– se largó a hablar de los meteoritos y no hubo quién lo parar. De repente y sin que viniera a cuento, te largaba algún dato, te contaba alguna anécdota de cuando descubrieron los meteoritos, de las exploraciones para sacarles el hierro, de cosas del espacio que, contadas ahí en mi taller, me rompían bastante las pelotas”. Hombres que van desesperadamente al pueblo en busca de una madre que termina no siendo la propia y sin embargo lo que prevalece en el cuento es la búsqueda, como sucede en “Tibisai”. Chicos criados en un entorno donde los políticos en connivencia con los habitantes  inventan historias míticas, “que los meteoritos eran huellas de civilizaciones lejanas; que eran mensajes enviados a través de los pueblos originarios; que en ellos se escondía, ni más ni menos, que el misterio de la vida”, como en el cuento “El cráter milenario”, donde la amistad entre Lecko, Lucio y Nerón, durante la organización de un festival, derivará en los primeros acercamientos o instintos sexuales pronto a convertirse en vergonzoso secreto por temor al juzgamiento. 

Toda buena literatura rebasa los límites de la historia que cuenta y es de ahí de donde se nutre la variedad de interpretaciones. Mariano Quirós es un narrador con mucho talento para generar clima de tensión, es cierto; pero hay algo más que vuelve a ponerse de manifiesto en los cuentos que integran Campo del Cielo: el modo aparentemente simple con que logra hacer crecer un personaje por medio de sus experiencias hasta lograr  desplazar lo más simple de la anécdota y que se impongan los grandes temas con que dialogan las tradiciones literarias. En “Un meteorito que corre”, por ejemplo, logra atravesar algunos de los aspectos más esenciales de esa época tan enfática que es la adolescencia por medio de Silvio, un joven que tiene como trabajo temporal personificar un meteorito. En el cuento “El boxeador y su extraterrestre”, Quirós vuelve a trabajar el tema de la violencia pero en este caso con un joven boxeador que se deja golpear para tener contacto con los extraterrestres. Naturalmente, lo que hay de fondo detrás del pensamiento mágico es otra cosa y está en relación con su infancia y su padre. 

Campo del Cielo está escrito con una sensibilidad que no es muy común dentro de la literatura argentina contemporánea.

Campo del Cielo Mariano Quirós Tusquets 199 páginas