En los primeros minutos, este documental brasileño se expresa muy bien en términos visuales, con planos elocuentes y un montaje preciso, introduciendo a los protagonistas en su espacio, el del circo. Espacio que siempre es nostálgico, un poco porque refiere a la patria perdida de la infancia y otro poco porque todos tenemos la sensación de que más tarde o más temprano el futuro le dará caza. Tal vez como reacción frente a esa fatalidad presentida, Pagliacci se va llenando de gente de circo –uno de ellos, el argentino Chacovachi– que se pone a explicar el efecto que el trabajo del clown produce en la audiencia, qué representa el payaso y a qué se debe su pervivencia. Con lo cual este documental, que había comenzado hablando visualmente, deriva en un didactismo de verdades más bien obvias, e incluso en una suerte de cine de propaganda de las virtudes del circo.

Los avances de prensa hablaban de que la película seguía el curso de los sucesivos ensayos antes del estreno de la versión circense de la ópera Pagliacci, pero esta línea de relato queda subsumida por una composición más aleatoria. Como si los directores no se hubieran puesto de acuerdo. Se comprende: son cinco, posible record para el cine, dejando afuera por supuesto los films colectivos en episodios. La película se concentra sobre todo en la figura de Fernando Sampaio, clown veterano y pequeñito, ejecutante de tuba que es algo así como el alma del grupo. Así como su conexión con lo que el circo fue alguna vez. Y que tiene a su vez su ídolo y referente, un payaso retirado y nonagenario llamado Roger, a quien Fernando irá a visitar en la, por supuesto, escena más emotiva de Pagliacci.  

Hay un problema: ningún ensayo de nada (cine, música, teatro, danza) es divertido. Tal vez advirtiéndolo, la turbamulta de realizadores opta por imponer la palabra a los ensayos, cuando posiblemente debían haber hecho lo contrario: ir al detalle. Técnicas, peculiaridades, conversaciones, discusiones, silencios, cuerpos, anécdotas, historias personales. Ese detalle micro sí puede ser muy interesante, mientras que el desfile de explicaciones sobre el valor de la risa no lo es. Salvo, sí, algunas ideas que tal vez se podrían haber compactado en 10 o 15 minutos. La de que “el payaso pierde la dignidad con dignidad”, por ejemplo. O que “el payaso tiene que perder”. O la relación de complementariedad entre los payasos “blanco” y “negro” (a los que nosotros llamamos “cara blanca” y “tony”). O, cómo no, los números y cálculos que hace un productor para estimar el achicamiento del circo como entretenimiento, de un tiempo a esta parte. Estimaciones que permiten hacerse un cuadro de situación. Algo que afirmaciones como “rompo mi corazón en dirección al riesgo”, en boca de un payaso, difícilmente permitan.