Los números son una pista segura en su mundo de Asperger. Se golpea y construye un diálogo infinito con Sansón, su perro, descripción de la fantasía a la que recurre para hacerse de un aliado. Se tiran desnudos y los dos cuerpos son una imagen más compleja. Lo evidente deviene en símbolo. Las tetas que le están creciendo y el pubis de muchachita no explican en su biología lo que Alan siente.

En la puesta de Diego Casado Rubio ese cubo de colores que solíamos desarmar en nuestra infancia para nunca más reconstruir, es una estructura separada en unidades. Desintegrado y perdido como el camino que intenta desviar Alan en su ida y vuelta al colegio para que no le peguen. La violencia que recibe la convierte en discurso para las redes sociales donde encuentra consuelo en sus seguidores. En la diferencia entre lo que se ve en la pantalla y esa realidad de la escena que está en la cabeza de Alan, el director permite que podamos percibir el mundo desde la particularidad del síndrome de Asperger. El punto de vista no es externo, habitamos la situación y la comprensión se da desde una empatía precisa y concreta.  

No hay en Millones de segundos una esperanza simple puesta en los derechos conquistados en el último tiempo. La ley no se priva de patologizar a este adolescente e impedirle la operación de reasignación de sexo por su estado autista. La dramaturgia de Casado Rubio está enfocada casi exclusivamente en la perspectiva de Alan y la figura de la madre opera como un contrapunto. Ella es dicha por la palabra de un entorno que la tiene sobredeterminada y el amor que siente por su hijo no le sirve para apaciguar su anhelo de normalidad. Alan asume una voz propia, elaborada desde su voluntad inclaudicable de ser un hombre, aunque deba recurrir a un pene falso para sugerir cierto bulto entre las piernas. Su realidad de chico de pueblo, atrapado en el rasgo biológico de una chica, lo obliga a trabajar sobre la hostilidad que recibe. Por un lado desearía ser alguien sobrenatural que pudiera vengarse, se autodefine como una criatura de otro mundo, un androide que daría lo que fuera por tener súper poderes pero una vez que se descarga, que suelta lo que tiene para decir, aparece la ternura como un fulgor, una estratégica para superar la angustia. 

La necesidad de hacer de su cuerpo una materialidad donde se inscriban las formas de la masculinidad que él desea, se expresa desde la desnudez inicial, donde la biología aparece como una fuente de conflictos para mostrar el proceso de fajarse las tetas y de rechazar la ropa de mujer como la lectura de una imagen política. 

Millones de segundos hace de una situación real, que podría contarse desde el biodrama, una construcción poética. La actuación de Raquel Ameri es indispensable para narrar en esa corporalidad el cruce entre la intimidad más inalcanzable con el momento en que lo insondable se transforma en una intervención sobre el entorno. Ameri entiende el cuerpo como el lugar donde todo se sintetiza y donde se piensa desde la acción. Una válvula para sacar ideas al mismo tiempo que se sufre y se goza porque elegir requiere una actitud casi de púgil y es agotador pelar tanto. El texto de Casado Rubio admite poner en discusión esa contienda permanente a la que es lanzado Alan y se vuelve pedagógico en un sentido político. El punto de vista de Alan hace de la práctica de la incomprensión el escenario donde hoy pueden ocurrir las grandes masacres. En esa ambigüedad de los géneros donde el lenguaje de la época habla desde la superposición y la indeterminación, hay una voluntad que no será descifrada con facilidad y la intolerancia es el esfuerzo por ponerle un nombre que apague esa vida. 

Millones de segundos se presenta los viernes a las 23 y los domingos a las 16 en El Extranjero, Valentín Gómez 3378. CABA.