Hace algunos días la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se pronunció respecto de las prácticas discriminatorias en el deporte, con especial atención en lo que refiere a características sexuales en mujeres y niñas. En diálogo con Mauro Cabral Grinspan, director ejecutivo de GATE, una organización internacional que trabaja sobre temas trans e intersex y miembro de “Justicia Intersex”, ensayamos cómo echar luz sobre el caso de la atleta sudafricana Caster Semenya. Es velocista, mujer, negra y lesbiana perseguida por la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) por “producir niveles de testosterona superiores al promedio” (característica denominada hiperandrogenismo que se encuadra como un rasgo de intersexualidad) de las atletas de su categoría.

La medalla de oro esta vez es para el racismo, la lesbofobia, el endosexismo y las prácticas patriarcales: el caso de Semenya evidencia la discusión acerca de cómo se legitiman las características sexuales como punta de lanza para habilitar/inhabilitar los cuerpos en los deportes de alto rendimiento. Desde hace varios meses la IAFF quiere obligar a la atleta a aumentar artificialmente sus niveles de estrógenos para “nivelar” su producción de testosterona. “Le están pidiendo que se hormone para evitar que esos niveles de testosterona le otorguen “ventaja deportiva” por sobre sus pares”, relata Mauro. 

Dado que su posibilidad de competencia continúa pendiente de un fallo de la Federación que nuclea el atletismo a nivel mundial, su país de origen presentó ante la ONU un escrito que expresa no sólo que forzarla a hormonarse la perjudica físicamente sino también el origen racista, lesbodiante y patriarcal de la imposición. 

El cuerpo de Semenya produce más testo que el promedio, sin embargo en el mundo del deporte podemos encontrar data sobre cuestiones similares a las que no se les aplica la misma resolución: el multimedallista estadounidense de natación Michael Phelps tiene brazos de una longitud superior a la media de sus compañeros y el velocista jamaiquino, hito del atletismo, Usain Bolt, porta la misma característica pero en sus piernas. ¿A quién se le ocurriría exigirle a alguno de ellos que mutile parte de su cuerpo para competir en “igualdad de condiciones” que sus compañeros? A nadie. Es descabellado porque estas vigilancias están sólo habilitadas para cuerpos femeninos.

Cuando un varón trans o cis quiere competir en los deportes de élite, nadie le controla la carga hormonal para establecer si está o no por arriba de los niveles promedio. Al respecto Mauro afirma: “El problema con Caster no es el nivel de testosterona, sino que gana”. Porque llega a la meta primera preocupan sus hormonas y su “aspecto masculino”.

La biología no es la meta, una gran parte de la población tiene niveles hormonales por arriba o por debajo de las medias estándar y eso no se vuelve por sí mismo una ventaja: ventajero es utilizar argumentos biologicistas para enmascarar la discriminación que Caster enfrenta “por ser una campeona negra, sudafricana, mujer y torta”, agrega Cabral.

A fines de abril la IAAF debe expedirse sobre este caso, y si bien la ONU se expresó a favor de la solicitud sudafricana no es este organismo el que determinará los destinos de Semenya, de otras competidoras y en definitiva de todas las mujeres. La Unión Europea apoyó por consenso el pedido presentado por Sudáfrica de no discriminación, sin embargo para ellos no constituyen una forma de tortura, seguramente porque estas intervenciones violatorias aún conservan estatus de legal en muchos países del mundo, cosa que el activismo intersex ha denunciado históricamente. 

El feminismo hace tiempo que entendió que hoy una parte del discurso disciplinador impuesto está sujeto a “la ciencia” o “la biología” como un destino, como lo inapelable. Así muchos popes de la medicina confunden gestación con maternidad, aborto con homicidio o genitalidad con género. El deporte y en especial el deporte de élite, es un efectivo conducto por el cual estos discursos disciplinadores se imponen en nuestras prácticas y junto con él, el racismo, el clasismo, el homo-lesbo-bi-trans-odio y el endosexismo siguen operando invisiblemente en nuestras construcciones. La carrera contra el biologicismo no es de velocidad, sino de resistencia y Caster es hace tiempo una indiscutible campeona.