Primer día de clases en la Universidad, primer teórico después de una larga licencia, dictado por Claudia Pérez Espinosa. Quizás se trate de la facultad de Sociales, quizás la de Filosofía y Letras, pero a juzgar por el estado de pizarrón, mesa y paredes, esto es la Universidad Pública. En ese espacio escueto hace su entrada batiendo tacones la jefa de cátedra. En un clima de tensión, mira a los espectadores sonriendo: los convierte en ese acto casi mágico que puede ser el teatro, en alumnos, estudiantes de Michel Foucault. La pieza es Pundonor, escrita, interpretada y codirigida –junto a Rafael Spregelburd– por Andrea Garrote. Luego de una temporada en el Centro Cultural San Martín y el teatro Callejón, la obra reestrena este año. Y la sala es Hasta Trilce, un espacio amplio por donde se lo mire y que construye más claramente entre escena y platea, la imagen de un “teórico” de la Universidad de Buenos Aires. 

Y es que los teóricos, en su afán expositivo y su larga duración, suelen conllevar –en el  mejor de los casos– la necesidad de un histrionismo por parte del docente para lograr cautivar el alumnado. Hay algo teatral en ese formato y algunas figuras lo han usado a su favor, tal como cuentan las leyendas de David Viñas o Nicolás Rosa. En las últimas décadas se ha adoptado esa matriz en lo que se llamó conferencias perfomáticas, actos de teatralidad leve, en los que la transmisión de una serie de conocimientos se cruza con recursos provenientes del teatro o las artes visuales. Se emula la arquitectura de las aulas, con sus estrados, y también su utilería, con micrófonos y proyecciones. Pero, hay que decir, la propuesta de Andrea Garrote no va por el lado de la performance sino por el del teatro. No es la estructura conceptual de una clase la que retoma, sino la dramática, el pathos que conlleva la docencia en la actualidad, más aun cuando los temas que se transmiten son los que ponen en duda toda idea de verdad, saber y poder. 

La dupla Spregelburd y Garrote es un clásico del teatro argentino. Inició en 1994 cuando fundaron la compañía teatral El Patrón Vázquez, con Dos personas diferentes dicen hace buen tiempo, una adaptación de textos de Raymond Carver. Se habían conocido en las clases de Ricardo Bartis y dado cuenta que tenían ganas de producir un material propio, que había intereses comunes para construir un lenguaje. Desde ese momento Andrea Garrote es una actriz presente en casi todas las obras de Rafael Spregelburd, si bien también hizo sus trabajos como directora y dramaturga en solitario. 

Entonces, la clase que presenciamos es una introducción a la obra de Michel Foucault. Pérez Espinosa oscila entre la exposición magistral, y la deriva mental. Parece que siempre tuviera dos voces peleando dentro de su cabeza: “Foucault retoma el tópico Saber es Poder” anota en el pizarrón cachuzo con letra temblorosa. “¿Y qué es el saber?” dice, “No es más que lo que un grupo de gente que dice qué es verdad; y es a través de esta verdad que el poder controla nuestros pensamientos”. Cuando habla de esos mecanismos de normalización, pareciera estar hablando de los que es víctima ella misma. Una mujer que dedicó toda su vida al saber académico, una vida bastante sombría, y en la que si bien desde la teoría no hacía más que denunciar estos mecanismos de sujeción, en lo personal se sentía más sujeta que nadie. ¿Cómo escapar?  Se preguntaba y se pregunta una y otra vez. Una mujer lúcida, cuyo trabajo es transmitir la pasión por pensar y que no se resigna a que el mundo sea solo esto y que no haya salida.

Más allá de la zona furiosa, del entramado paranoico y certero, de las críticas a la sociedad capitalista y de control, el personaje deja ver que se encuentra en un momento vulnerable, tras un tiempo fuera de las aulas. Sabemos que algo pasó, un incidente puntual en el ámbito académico, que la llevó a los márgenes de la exclusión. Pérez Espinosa también muestra su costado humano, el de una mujer que tiene que sostener una imagen aun desconfiando de las imágenes, para no desbarrancar hasta el fondo. La escena de la clase se abre a la vida privada del personaje, su depresión, su ex pareja, su madre, su sociabilidad, sus hábitos. Todos detalles que le dan cuerpo y dimensión humana, y no solo un sujeto de las teorías y el discurso. Pérez Espinosa está de vuelta, intentando sostener su lugar ambiguo: una señalada que señala, que no se queda tranquila, que aun al borde del precipicio sigue buscando un hueco por donde pensar. 

Pundonor es un monólogo perfecto: la extraordinaria actuación de Andrea Garrote construye un personaje inolvidable, que parte de un mundo reconocible pero extrañándolo y a la vez nos mete adentro de él. Y esto casi físicamente, ya que somos espectadores y también estudiantes. Es tan aguda la articulación entre Foucault y el presente, que por momentos dan ganas de tomar apuntes. La obra se expande, resuena, multiplica sus asociaciones posibles hacia afuera. Entre la universidad pública y el desamparo de una docente, entre una mujer que se expone y la crueldad que le retorna en las redes como un virus. Y también en un movimiento hacia adentro del teatro. Una actriz y dramaturga, que en un momento en que el teatro postdramático, con sus teatralidades leves y cada vez menos representativas parece reinar, decide dar batalla. Un gesto –como diría la propia Pérez Espinosa– ético, estético y político: poner las ideas adentro del teatro, adentro de la escena y fundamentalmente, adentro de la ficción.

Pundonor, reestreno domingo 7 de abril. Domingos 20 hs. Hasta Trilce Teatro, Maza 177.