El viernes pasado se dieron a conocer datos del Indec correspondientes al nuevo censo agropecuario nacional. Según datos preliminares, hay 236.601 explotaciones agropecuarias en todo el país, desplegadas sobre 161.700.000 hectáreas cultivables.
Estos solos dos datos son indicativos de que algo grande y grave ha cambiado en el llamado “campo”, que sigue siendo el gran beneficiado del régimen macrista y el gran ignorado por casi todas las perspectivas políticas opositoras.
Y es que el aumento del tamaño promedio de las explotaciones agropecuarias (que surge de dividir el total de hectáreas por la cantidad de explotaciones) arroja una extensión media de 683 hectáreas cada una. Lo que indica una fuerte y constante concentración, puesto que las últimas mediciones de uso y tenencia de la tierra (en 2004) arrojaban una media de 587 hectáreas. De donde el aumento de casi 100 hectáreas promedio está denunciando un 20 por ciento más de concentración.
Pero no sólo eso. Como ya establecimos con el experimentado agrarista Pedro Peretti –en el libro La Argentina agropecuaria, propuestas para una agricultura nacional y popular de rostro humano, que publicamos hace algunos meses y que PáginaI12 acaba de editar– en el censo del año 2002 había 297.425 explotaciones, dato que comparado con las 236.601 actuales denuncia también el agravamiento de la concentración de la propiedad de la tierra: hay ahora 60.824 establecimientos productivos menos. Y eso en un marco en el que el diario La Capital, de Rosario, destaca que “en los 30 años que cubren los tres últimos censos se perdieron 150 mil explotaciones en todo el país”.
O sea que la tierra, en la Argentina, sigue en el mismo acelerado y peligroso proceso de hiperconcentración ya harto denunciado por nosotros: cada vez son menos los propietarios de mayores extensiones de tierra, y cada vez son menos los productores genuinos.
Pero además hay que decir que el incremento del latifundio nunca es un dato inocente, y tanto así es que la disminución dramática de productores arroja siempre por lo menos dos resultados de gravísimas consecuencias.
Uno es el creciente e incesante éxodo rural, que según el Censo Nacional de 2009 acabó con unas 60 mil chacras mixtas (o sea 60 mil grupos familiares) que se sumaban a los casi 100 mil productores que se fundieron en los años 90, cuando se hipotecaron 12 millones de hectáreas y alrededor de 600 pueblos rurales quedaron al borde de la desaparición. Esto ahora se agrava aún más.
Y la segunda consecuencia, no menos dramática, es el abuso empresarial que aumenta brutalmente la sistemática destrucción de montes nativos en sus latifundios, y todo en su mezquino afán de expandir la frontera agropecuaria.
Basta observar lo que ya sucede en nuestro inmenso vecino Brasil: en la selva amazónica se están talando aproximadamente ocho canchas de fútbol por minuto –sí, leyeron bien: por minuto– para plantar soja. Y ya es un hecho en el mundo la privatización y patentamiento de las semillas por parte de Monsanto (Bayer), lo que obligará a los pocos chacareros que queden a comprárselas año a año pues ya no se podrán plantar las semillas que cada productor quiera.
El contexto global es espantoso y obviamente afecta a la Argentina, porque así como la desigualdad en todos los órdenes tiene ya nivel planetario, los desmontes brutales siguen siendo una característica de la oligarquía argentina.
Ya en diciembre de 2002 el diario Clarín informaba textualmente: “Hay 73 millones de hectáreas de bosques menos que en 1914. Quedan solo 33 millones de hectáreas de bosques nativos. Antes eran unos 106 millones”. Y ahora, una década y pico después y según Greenpeace, en 2015 las Naciones Unidas colocaron a la Argentina como el 9º país que más descuida su territorio. Sólo desde la sanción de la Ley de Bosques hasta hoy se deforestaron unos tres millones de hectáreas.
No hay defensa posible para el latifundio, que más que un concepto es una realidad negada y ocultada. Y que es en gran medida lo que impide la recuperación ambiental así como el desarrollo de proyectos político-agropecuarios como los que necesita con urgencia el Estado Democrático que much@s compatriotas anhelamos.
Eso también habrá que tenerlo en cuenta a la hora de votar, dentro de unos meses, para ver si podemos rehacernos desde las hilachas de país que estos tipos van a dejarnos.