“Aquí entro yo. Tengo que entrar. Vengo de la página en blanco. Vengo a buscar mi tinta negra”. Así se presenta, en estricta voz en off, Óscar Peluchonneau, el policía encargado de perseguir y atrapar al poeta Pablo Neruda en el film del chileno Pablo Larraín, que se estrena este jueves. Basado en un personaje real –como el propio Neruda de la ficción–, el Peluchonneau de la pantalla no es tanto un facsímil del que supo ser, por pocos meses, Director General de la Policía de Investigaciones de ese país, como un personaje creado para la ocasión, suerte de Némesis del autor y, al mismo tiempo, su reflejo del otro lado del espejo. El Neruda de Larraín dista mucho de la típica película biográfica y su figura central se aleja cada vez más del bronce a medida que transcurren los minutos de proyección. Concentrado en un período breve de su vida –aproximadamente un año, luego de su desafuero y pedido de captura en 1948–, el relato cruza el homenaje al policial negro clásico con un aire por momentos onírico e, incluso, se permite un último acto que lo acerca a algunos tópicos del western.

Gael García Bernal, el encargado de darle vida en la pantalla al frágil y conflictuado –pero tenaz e incansable– inspector asignado al caso, pasó fugazmente por Buenos Aires poco antes de que se dieran a conocer las nominaciones a los premios Oscar. Neruda quedó finalmente fuera de la lista de las cinco elegidas en la categoría mejor película de habla no inglesa, pero Larraín sigue en carrera, de alguna manera, gracias a las tres nominaciones obtenidas por su otro proyecto realizado el año pasado (y el primero de su carrera rodado en idioma inglés): Jackie, otro film basado en un personaje real que se corre hábilmente de la biopic oficial al uso y que tiene en su corazón un tour de force actoral de Natalie Portman (su estreno está previsto para el 9 de marzo). Si el realizador chileno parece estar atravesando un período de intensa actividad, el actor mexicano no se queda corto: además de producir y protagonizar la serie original de Amazon Mozart in the Jungle, que ha terminado con éxito su tercera temporada, y de promocionar Neruda en su estreno comercial en varios mercados, el protagonista de Y tu mamá también –que suele alternar proyectos en Latinoamérica con otros de mayor envergadura económica en los Estados Unidos– se encuentra preparando su próximo personaje, una nueva encarnación del legendario personaje del Zorro, donde será nuevamente dirigido por su compatriota Jonás Cuarón.

Además de compartir cartel con Luis Gnecco (como Pablo Neruda) y Mercedes Morán (en el papel de la artista plástica argentina Delia del Carril, segunda mujer del poeta), el film volvió a reunir a García Bernal con Larraín luego de No, la película que retrató la campaña electoral que terminó con la hegemonía política de Augusto Pinochet. En diálogo con PáginaI12, el actor afirma que, a la hora de preparar el personaje de Peluchonneau, fue importante comprender “el tono o la escala musical de lo que Larraín quería lograr. Él siempre toma elementos de la realidad y los reconstruye luego de darles una vuelta. Y convoca a su banda, donde generalmente tocan todos juntos. Creo que en esta película trabajaron tres personas nuevas: excepto Mercedes Morán, Pablo Derqui y el operador de steadycam –que desafortunadamente murió hace muy poco– todos, incluyendo el equipo técnico, fueron las mismas personas que trabajaron en No. Elaborar un personaje junto a Pablo es emprender un camino hacia un proceso creativo, donde resulta esencial generar situaciones, armar momentos. Luego de la apropiación de los personajes, de establecer reglas y puntos de partida desde la acción, desde cosas muy concretas, uno empieza a alocarse, de alguna manera. Porque lo importante es poder tener una lectura muy ambigua, muy abierta. Ahora veo la película y observo cosas que nacieron de una instancia intuitiva, de una especie de páncreas, y que luego se convirtieron en síntesis interesantes.

–¿Podría darnos un ejemplo?

–Por ejemplo, el hecho de que el personaje de Peluchonneau ofrece una lectura posible, que es que él debió de haber sido el receptor natural de la poesía de Neruda. Si Neruda lo inventa, de alguna forma, si crea un enemigo noble a partir del universo nerudiano pero una escala musical borgeana, si crea a este personaje… debería recibir naturalmente su poesía, porque es un ser marginal. Es hijo bastardo, hijo de una prostituta. Y esa era la gente, el público, el pueblo al que Neruda le hablaba. Democratizando la poesía, incluyéndola en el engranaje social. Y a él, sin embargo, no le llegó la poesía. El ejercicio de la fábula que, de alguna manera, suscita Neruda, es que sin saberlo el personaje entra en un espacio particular. Ese juego es consecuencia de muchos elementos instintivos. Una semana antes de comenzar el rodaje conversamos con Pablo y allí surgió la idea de que el personaje debía ser el hijo de una prostituta, alguien de ese mundo. Hay un juego en la película también con el rol de la mujer, en una época donde había mucha distancia, donde el lugar que la mujer ocupaba en la sociedad era muy rígido.

–Si Neruda no es una biopic convencional, su personaje dista mucho de la típica representación del policía o militar latinoamericano.

–Eso estaba escrito y tuvo mucho que ver con encontrarle un sentido a la película. Me parece fascinante lo que hace Pablo. No es un cine de denuncia, no es un cine social, tampoco es un cine de entretenimiento ni derivativo de una especie de fascinación con la estética o el juego dramatúrgico. Hay algo que logran sus películas, de una forma humilde y generosa, pero también con maestría, que es provocar una especie de encuentro de dos mundos irreconciliables. En todas sus películas sucede eso –en No, en Tony Manero, en El club, en Post Mortem–, donde logra conjugar mitologías que de repente juegan entre sí, con un humor que me parece similar al de Milos Forman en su etapa checa. Algo ácido, extraño y precioso. El humor es un punto de partida también, si algo nos causa gracia es porque está bien. Hay momentos aparentemente triviales, como ver a través de una ventana o fumar un cigarro o simplemente subir unas escaleras, cosas puntuales que sin embargo detonan y crecen a partir de los detalles.

–Hay un componente clásico revisitado, además. Una pizca de film noir. 

–Esa es otra de las cosas interesantes de la película, la vuelta que le da al cine negro, por ejemplo. Para preparar el personaje vi varias películas de Jean-Pierre Melville de arriba abajo. Es fascinante esa teatralidad hermosa que lograba. Y el tema del humor en el personaje… es como si Jeff Costello fuese simpático o tuviera un toque de humor. Pero el humor está implícito en varias cosas, incluso desde lo más grande, como ese sistema que se moviliza para atrapar a un poeta. Puesto es perspectiva es ridículo, chistoso incluso: trescientos policías movilizados para atrapar a Neruda. Pablo me lo había mencionado: en esa época Santiago tendría una población de 400.000 personas, una ciudad pequeñita. 300 policías es una locura, algo totalmente desproporcionado. Creo que eso es algo reivindicativo de la película, algo que no hay que olvidar. Muchos de los logros que existen hoy en día, las libertades, la democratización, la participación de cualquiera en la política, tienen que ver con esos triunfos políticos de la posguerra. Logrados en muchos casos por gente anónima, por movimientos democráticos pequeños, triunfos no chamánicos sino pequeñas victorias. Que además eran parciales, nunca totales, y se daban paso a paso. Hoy las podemos vivir y no imaginamos un mundo donde exista una persecución a una ideología política como el comunismo. Y aquel entonces está a la vuelta de la esquina, fue hace nada. Al mismo tiempo, es impensable imaginar lo que está sucediendo hoy en día. Pobres gringos, ellos solitos, por sus propios medios, han logrado crearse una película, una burbuja de disolución extraña de su existencia.

–¿Es posible conciliar el trabajo en una industria como la de Hollywood con proyectos de otra índole como Neruda?

–De alguna manera, es algo muy personal. Porque ya no se puede hablar de una ruta establecida o de salirse del camino. Eso ya no existe. Es una satisfacción personal –y quizás la respuesta es muy idealista–, pero si voy a hacer películas, mejor hacer las que me gustan o interesan. Porque muy poca gente tiene la oportunidad de hacer lo que quiere. Y eso es lo que intento hacer, así vengan de los Estados Unidos o de Latinoamérica. La postura es esa y también la consecuencia, ya que termino haciendo lo que me gusta. Es cierto que a veces salen mal, a veces funcionan mejor, a veces quedan muy buenas y van a vivir por muchos años. Pero ese es mi punto de partida. Lo demás, no lo tengo claro. Evidentemente, si hiciera tres o cuatro películas pequeñas en Latinoamérica al año sería mucho trabajo y, por otro lado, el cine muy independiente o de bajo presupuesto te paga muy poquito, y por lo tanto es muy difícil vivir de ello. Pero si me la pasara haciendo películas muy grandes eso me impediría hacer lo que me gusta. Trato de no pensar demasiado y de hacer lo que me gusta. Soy muy privilegiado en ese sentido y está bueno defender esa libertad. Y provocarla, inspirarla. Me conmueve ver que hay mucha gente haciendo cine bajo esa misma cosmovisión, que es distinta a lo que tal vez hacen otros actores. Hay gente que piensa que la ruta está muy clara: llegar a Hollywood. Para mí es absurdo, es algo que se rompió hace mucho tiempo. Hacemos un cine que se ve en todas partes. Es un momento muy interesante.

–Estuvo nominado nuevamente en los Premios Globos de Oro por la serie Mozart in the Jungle. ¿Lo ve como una satisfacción personal, más allá de lo profesional?

–Desde luego. Además del hecho de que me encanta el proyecto, me ha abierto las puertas al mundo de la música clásica. Eso es algo que aprecio un montón. He aprendido mucho, como todo el mundo que la descubre. Siempre me gustó la música clásica, pero nunca la había escuchado con esta atención. Me puse a estudiar música, incluso. Ahora compro libros de poesía y discos de grabaciones de la Filarmónica de Berlín. Cosas que antes no me ocurrían. Es algo que me han dado el cine y la televisión y hay una parte del público a la cual le ocurre algo parecido. Ahora será el turno de la esgrima, supongo.

Gael García Bernal en una escena de Neruda, de Pablo Larraín.