Quienes no tienen en posición las antenas del indie quizá la conozcan igual, gracias al episodio 6 de la tercera y muy loca temporada de Twin Peaks. David Lynch la eligió para ser la triste voz que cierra ese capítulo cantando en un bar señalizado con neón rojo en forma de arma, que se enciende y dice “bang bang”. Adentro, ella canta “Tarifa”, una canción de tristeza demoledora. Sharon Van Etten tiene el pelo corto estilo Joan Jett o Patti Smith en los ‘70, un vestido suelto, toca la guitarra y con su voz elegante se adentra en “Tarifa”, una canción de letra fragmentada y sugerente: “No recuerdo/ Nos perdimos el amanecer/ Lento, eran las siete/ Ojalá hubiesen sido las siete toda la noche/ Decime cuándo se termina esto/ Masticame y escupime/ Todo lo demás palidece/ Enviá a la lechuza/ Decime que no soy una niña”. Sus letras no suelen ser así, como fragmentos de un sueño. Sharon Van Etten escribe sobre el amor y lo describe como una experiencia insoportable y dolorosa. “Tarifa” se editó en su disco de 2014, Are We There, el cuarto, que tenía su canción más conocida hasta el momento, la grandiosa “Your Love is Killing Me”; sobre una catedral de sonido dice: “Rompeme las piernas así no camino hacia vos/ Cortame la lengua así no te hablo/ Quemame la piel así no te siento/ Apuñalame los ojos así no te veo”. Todo con una melodía imposible de olvidar, la gran marca de sus canciones. No es casual que, el año anterior, Sharon Van Etten se fuese de gira como artista soporte de Nick Cave. Aunque con diferentes influencias líricas y musicales, para ambos artistas el amor es aterrador porque es sagrado, y desdichado porque te arranca el corazón -y no tiene sentido, afirman, intentar evitarlo–. Es fácil compararla con Cat Power, pero lo que se escucha en sus canciones es diferente. En Van Etten conviven el rock clásico de Neil Young y Springsteen con los clásicos de los 90, década de la que, dice “tengo todos los clichés”. Así en All I Can, de Tramp, su tercer disco, se puede encontrar a Radiohead de The Bends; peor también están ahí Juliana Hatfield o Liz Phair. Van Etten es, además, hitera: sus canciones, en un mundo alternativo, serían grandes éxitos, podrían musicalizar películas.  

Sharon Van Etten nació en New Jersey y en su vida se movió mucho dentro de los Estados Unidos; vivió en Mississippi y en Brooklyn, y ahora se va a Los Angeles porque se enamoró de la ciudad. Produjo sus primeros dos discos, Because I Was in Love (2009) y epic (2010), en su casa; eran discos de guitarra y voz, esa voz técnicamente impecable, cálida y expresiva pero solo cuando hace falta: también puede ser fría, con la distancia necesaria para cantar sobre el dolor. Una de las mejores canciones de epic es “One Day”, que recuerda al cierre de Are We There, la deliciosa “Everytime The Sound Goes Up”: canciones uptempo que suenan casi alegres y soleadas y esconden veranos en soledad. 

Ese año, 2014, después de la gira con su propio disco y con Cave, Sharon Van Etten decidió dejar la música por un tiempo. No es exactamente que sus discos se repitieran pero, aunque todos son muy buenos y su facilidad para la melodía es siempre impactante, empezaban a parecer un paisaje conocido. Se sabía, más o menos, qué se iba a encontrar en un disco de Sharon Van Etten. Y aunque Are We There dejaba atrás (bastante) las guitarras para darle algún protagonismo a los sintetizadores y era mejor que los anteriores, entraba dentro de la misma banda sonora. Así que decidió darle un descanso a las canciones. Actuó en la serie The OA de Netflix, producida y protagonizada por Brit Marling, volvió a la universidad a estudiar psicología, se enamoró sin tragedia y tuvo su primer hijo. Ahora, cinco años después, volvió con Remind Me Tomorrow, un disco tan bueno que desmonta cualquier mito sobre la hiperproductividad musical. 

Van Etten reconoce que su novio de la adolescencia, el que conoció cuando vivía en el Sur, es una musa negativa que la ayuda a conjurar cierta desesperación. Estaba loco, cuenta, era un rockero que no la dejaba tocar, ella escapaba para hacer pequeños shows, con miedo de que él se enterara y se pusiera violento. Era adicto y controlador y ahora está preso. Su nueva relación, con el padre de su hijo, es completamente diferente. Y a ella le cuesta creerlo. Esas sensaciones encontradas, la sorpresa de ser capaz de la felicidad, la nostalgia por una juventud problemática e intensa y por eso añorada, todo eso está en “Seventeen”, la mejor canción de Remind me Tomorrow: “Solía ser libre/ yo tenía 17 años”. Remind Me Tomorrow es un disco muy diferente a los cuatro anteriores: cansada de la guitarra, se aferró a los sintetizadores y mantiene intactas sus melodías, con un resultado claustrofóbico que, cuando se libera, como en “Comeback Kid”, tiene toda la agresión y la gracia de las grandes canciones de pop electrónico de los 80 -incluso esos sonidos como de aspas de helicóptero– pero con la producción inteligente de 2018. Remind Me Tomorrow no es un disco vintage ni un gesto retro. Suena actual y maduro pero a contracorriente: Sharon Van Etten no entiende la madurez como canciones íntimas con su guitarra, eso ya lo hizo. Incluso hay una canción que tiene como título “Jupiter 4”, el modelo de sintetizador Roland que más usó para componer y grabar. Es una canción de amor algo fúnebre donde dice: “Me pasé la vida esperando a alguien como vos”; eso debería ser alegre, pero sobrevuela la inseguridad, porque eso que llamamos amor se puede desvanecer o desgastar, y esa fragilidad merece escucharse como una tempestad fantasma. 

A ella se la ve muy diferente: el pelo largo, el maquillaje decidido, los tatuajes tribales pero discretos: destila autoridad. El disco tiene tanto de la euforia melancólica de Bruce Springsteen como de la negrura electrónica de Nick Cave en Skeleton Tree, el disco que le mencionó al productor John Congleton cuando empezó a escribir en teclados y máquina de ritmos, un método totalmente distinto al de las guitarras, repetitivo y centrado en la voz. “El trabajo con la banda me aburría”, cuenta. Hay algo de Suicide también, y de Portishead, en estas canciones urbanas y misteriosas. Pero, sobre todo, el desafío y el riesgo que transmiten resultan liberadores porque en Remind Me Tomorrow hay una artista que encontró otra voz, que también es la voz propia. No es una reinvención: es la sencilla verdad de que no hay por qué quedarse siempre en el mismo lugar, mordiéndose los labios, como si cierta sensibilidad no fuera un regalo, sino una condena.