“Tengo la piel de gallina”. Visiblemente conmovida, Na­dya Tolokonnikova le acerca el brazo a Daniel Sandoval para que lo vea con sus propios ojos. Está terminando la charla sobre el derecho a la protesta, organizada por el Centro de Estudios Legales y Sociales, que ofició como antesala del show de Pussy Riot. El docente y militante del PTS, que perdió la visión en un ojo tras ser atacado con balas de goma en la manifestación del 18 de diciembre de 2017 en el Congreso contra la reforma previsional, acaba de reemplazar la pregunta que le ofrecían intercambiar con la activista rusa por una declaración: “Yo nunca salí de la Argentina, pero al escuchar tu historia y todo lo que te pasó, siento que hay gente en todo el mundo que quiere cambiar las cosas. Eso confirma mi convicción de que el cambio tiene que ser internacional. Y que utilicen el arte para llevar este mensaje me pone muy contento. Ojalá no dejen de hacerlo nunca”, auguró Sandoval. “Siempre que siento miedo, hablo con la gente que me rodea y lo que hacemos es tratar de burlarnos de las personas que intentan intimidarnos. El humor siempre ayuda”, había declarado la Pussy Riot minutos antes. Ambos militantes coincidieron en que la única manera de continuar con las luchas es a través de la organización y el trabajo en conjunto.

La entrevista pública, moderada por Florencia Alcaraz, periodista de LatFem e integrante del colectivo Ni Una Menos, fue convocada por el CELS para dar a conocer el proyecto Heridas Abiertas, iniciativa de la Inclo que reúne organizaciones de derechos humanos de todo el mundo, para advertir sobre los efectos de la utilización de la fuerza policial durante manifestaciones públicas, y la amenaza que ello representa contra el Estado democrático. El objetivo de esta charla, de la que también participó Paula Litvachky, directora del área Justicia y Seguridad del CELS, fue poner de manifiesto, a partir del testimonio de personas que sufrieron la represión en sus propios cuerpos, las consecuencias, marcas y heridas irreversibles que las armas llamadas “no letales” suponen y que no siempre son registradas por la sociedad.