Nadya Tolokonnikova pega un gritito de sorpresa, deja de cantar mientras en el fondo sigue sonando la aceleradísima base electrónica, se acerca al atril donde tiene varios objetos personales, agarra el celular y, entre divertida y perpleja, se pone a grabar el pogo, los saltos, el baile y a alguno que otro que se animó a hacer mosh en el sector más cercano al escenario. La performance de Pussy Riot en Niceto está llegando a su final y es entonces que la cosa se subvierte y el público se convierte en espectáculo, se borra esa línea divisoria, la artista es sorprendida por su proyección en la audiencia y la cosa termina de tomar sentido.

Era difícil saber qué esperar de esta primera presentación de Pussy Riot en la Argentina. El conjunto ruso venía envuelto por un halo de contradicciones que persigue a sus integrantes desde el momento mismo de su salida de la cárcel y su consiguiente vida de figuras públicas con alto perfil mediático. A partir de ese momento, se pueden citar tres claros cambios en la dirección de este proyecto político/artístico: el primero, el operado sobre su producción musical que, desde 2014, está enfocada a canciones en inglés, más relacionadas con el pop, la electrónica y el hip hop que con el punk rock de sus inicios. El segundo, inevitable cambio es la pérdida del anonimato de sus dos cabezas visibles: tras el juicio que las llevó a pasar dos años en prisión, a Tolokonnikova y Masha Alyokhina no les quedó otra que andar por la vida con el rostro descubierto, lo cual dio vuelta el signo de sus emblemáticas balaclavas y convirtió a esos coloridos pasamontañas ya no en elementos de clandestinidad sino en símbolos de reconocimiento. “Pensamos que al ponernos la máscara, lo que hacemos es poner por delante nuestras ideas, no las personas. Dejamos de lado los egos en pos de transmitir una idea artística”, explicaba más temprano Nadya, en una charla ofrecida por el CELS junto al docente y militante del PTS Daniel Sandoval (ver aparte). 

El tercer cambio que se puede observar en la deriva de Pussy Riot tiene que ver con esto que su líder mencionaba y que en la práctica estaría funcionando de manera inversa: mal que a ella le pese, lo que parecería haber ocurrido en el seno de este movimiento (tal como ella prefiere llamarlo) es una especie de stalinización de su figura. Entonces, la que habla es ella, la que da las notas es ella, la que explica es ella, la que canta es ella. Para muestra de eso, lo ocurrido el domingo en Niceto, donde estuvo acompañada por una chica que manejaba la parte electrónica y ocasionalmente tocaba la guitarra y otras dos pussys que se limitaron a bailar sobre una tarima al fondo del escenario, casi como si fueran una especie de escenografía viviente. 

Lo cierto es que a través de la hora y media que duró el show, se pudo comprobar que esta muchacha punk tiene muy claro su discurso y que su prédica puede cambiar de forma, de dispositivo, puede cambiar de público y de emplazamiento, pero su mensaje seguirá siendo el mismo: la crítica al gobierno de Vladimir Putin, la exigencia de la separación de la Iglesia y el Estado y la defensa de los derechos de las mujeres, de las personas trans, de las identidades de género no binarias y de todas las minorías que se vean oprimidas por los regímenes autoritarios en Rusia y en el mundo. Quien quiera acompañarla en eso es bienvenido.

Así fue que con la música al servicio del activismo político se plantaron las Riot en el escenario y ofrecieron un recital en el que las guitarras distorsionadas fueron definitivamente reemplazadas por beats que iban desde la opresión y la inmersión en una atmósfera industrial postapocalíptica a la efervescencia súper acelerada de una góndolas de supermercado chino a la hora del cierre. El show, que podría describirse como Armin Van Buuren meets K-pop en ruso meets M.I.A., arrancó con la arriesgada “Go Vomit” e inmediatamente apuntó las balas hacia uno de los enemigos principales de estas chicas con “Police State”, para continuar con la canción que las volvió personas de interés global cuando decidieron tocarla en el altar de la Catedral de Cristo Salvador de Moscú y pasar a formar parte de la historia, pidiéndole a la Virgen María que se haga feminista en “Punk Prayer”. 

“Hace diez años era muy poco frecuente encontrar feministas en Rusia. Ahora nos dicen que somos feministas porque está de moda. Nosotras respondemos: no. Creemos que cualquiera debe ser feminista: mujeres, varones, aliens”, arengó la rusa después de interpretar “Organs”, ante un público que agotó el repertorio de cantitos a favor del aborto legal, seguro y gratuito. Tras la intervención de una riot latinoamericana que dio cuenta de un listado de reivindicaciones regionales, “Bad Apples” y “Bad Girls” comenzaron la cuenta regresiva del encuentro, seguidas por el frenético bloque trancepunk “Track About Good Cop”, “Free The Pavement” y “Hands Up”. “¿Tu vagina tiene marca? ¡Que tu vagina empiece una banda!”, incitaron las Riot desde “Straight Outta Vagina”, en un final de show que dejó en el escenario y la pista una estela ardiente, política, sudada y muy muy feminista.