Los gritos bajan desde un balcón escondido en Caballito. Sara Hebe asoma medio cuerpo afuera. El pelo largo atado, que le cae por un costado, parece que podría llegar hasta la calle si se lo soltase. En los últimos diez minutos gritó y bajó a abrir tres veces. En el medio armó el mate, se vistió y se peinó apurada para las fotos –“porque, la verdad, dormí muy poco y no tuve tiempo”, se pintó una hilera de puntos blancos a los costados de sus ojos, volvió a cambiarse, habló sobre un libro de John Fante que tiene en su biblioteca, buscó entre las fotos y dibujos que guarda en su mesa, y eligió el de una chica que corre y cuyos pensamientos se desvanecen en el aire. Debajo de la chica se lee “Correr te saca todos los diablos”.

Sara Hebe corre. Ayer Hebe subió a todas las redes sociales su cuarto disco, Politicalpari. Esta semana grabó dos de los videos de difusión. Hoy a las 20 se presenta en Niceto Club (Niceto Vega 5510). El sábado siguiente lo hará en El Galpón de las Artes, en la Plata. El último día de abril saldrá de gira tres meses por Europa. Antes de mitad de año se estrenará Expansivas, la película que coprotagoniza, un thriller “donde aparecen dos mujeres jóvenes ocupan un lugar en el que no suelen estar: matando, cagando a piñas a todo el mundo”. Lo que ordena la vida de la rapera argentina que más convoca parece escondido en esa frase que ella atesora en su mesa: una velocidad furiosa con la que enfrenta sus demonios internos.

“Yo no paro, soy manija de todo. Ensayo mucho, viajamos mucho, tocamos mucho. Pero también tuve que aprender a administrar mi energía”, dice antes de prender el primero de varios cigarrillos, y que los ojos de un verde cristalino se vuelvan difusos detrás del humo. “Aprendí a la fuerza a buscar momentos de tranquilidad, porque llegó un punto en el que toda la intensidad con la que venía no me permitía disfrutar del todo las cosas que me pasaban. Salgo a correr, trato de frenar, alimentarme bien. Igual sigo en mi camino. A mí me conecta bailar, el movimiento. Amo salir de fiesta. Estamos en un momento en el que lo que intentan es dominarnos a través de la afectación triste. Y hay una resistencia frente a eso en el movimiento. Si bien podríamos estar aplastadas y deprimidas, estamos bailando”.

Entonces, una vez más la velocidad. La que la trajo desde Trelew para un intento fugaz de estudiar abogacía en Buenos Aires y en Córdoba, la que la llevó a estudiar teatro con Norman Briski, a escribir sus primeras letras mientras escuchaba fascinada a Actitud María Marta y Todos Tus Muertos. “En los ‘90, acá lo que había irrumpido con más fuerza era el rock. Pero eso se fue transformando”, asegura esta rapera de 35 años, que viene de cerrar en el verano el festival Buena Vibra para más de 10 mil personas. “Ahora la denuncia social, las historias que salen de los barrios, las están contando el rap, el hip hop, hasta el trap. Esa es la nueva banda de sonido de la juventud”.

Sara Hebe atravesó el cambio de siglo tratando de decodificar los sonidos que pudiesen envolver las letras kilométricas que salían de su cabeza. Y lo que creó fue un mundo calidoscópico que los mezcla a todos. En sus cuatro discos, nacidos de la sociedad con el beatmaker y productor musical Ramiro Jota, el rap se convierte en el centro de un universo donde confluyen el punk, el pop, la cumbia, el rock, el hip hop, el reggae. Un universo personal en el que hay espacio para denunciar desalojos, casos de gatillo fácil, barrios hambreados, pero también para preguntarse cuántas cosas hay que quemar para ser uno mismo, cuáles son los secretos que solo la noche puede contar, o cuántas veces hay que equivocarse para encontrar algo parecido al amor.

Su camino produjo una explosión aún más fuerte cuando el año pasado escribió la cortina de la serie El marginal –incluida en Politicalpari–, una cumbia afilada que tomó una dimensión inesperada. “El tema quedó muy pegado en la sociedad, como un personaje más de la serie. Pero yo no había visto tanto de lo que pasaba ahí. Fui algunas veces al set de filmación, pero la letra salió de mi propia cárcel, de tantas cárceles en las que estamos guardados”.

–En tus canciones, las búsquedas personales se cruzan casi siempre con la denuncia social. ¿Politicalpari tiene que ver con eso? 

– “Pari” es fiesta, es como party pero en latino, en la jerga del reggaetón. Es un disco donde hay fiesta y hay organización. Es algo que está pasando en este momento, que si bien la derecha está avanzando muy fuerte en todo el mundo, hay organización popular. Creo que la música puede acompañar las luchas sociales. Quiero que mi música esté ahí. El proceso fue distinto a los anteriores: fui sacando algunos temas que tenía hasta llegar al disco. Ahora es así, tenés que ir al ritmo del capitalismo. Pero a mi manera, diciendo lo que veo, lo que me pasa. Buscamos un sonido más moderno. Nos gusta el trap, lo que suena ahora, que suena muy fuerte. Seguimos mezclando todo lo que nos pasa. 

–El riesgo de las canciones que buscan amplificar denuncias sociales suele estar en volverse un panfleto. ¿Cómo trabajás esa cuestión?

–Lo que intento es escribir poesía, pensar, inventar. El acto poético es pensamiento puro. Retomo frases que están escritas en las paredes, que escucho en la calle, en las manifestaciones, pero después hay que inventar algo, darle una mirada propia. Hay momentos en los que todo se vuelve muy objetivo y encontrás en lo subjetivo algo que te conmueve. Después está la confusión propia de las palabras. En el primer tema del disco, “Fck the Pwr”, hay una parte donde canto “como nunca nos fuimos, siempre vamos a volver”. Nunca lo pensé por lo que pasó con el kirchnerismo. Para mí “Nunca nos fuimos” es Flema, es punk. Pero entiendo que también se pueda mezclar. Es la historia del yin y el yang, que nunca termina. 

–Algunos versos de tus letras, como “Antes que histérica, histórica”, o “Menos mal que tengo fuego”, llegaron a varias pancartas durante las marchas del movimiento Ni Una Menos. ¿Cómo lo viviste?

–Siento que en ese momento las letras dejan de ser mías. Son lo que me unen con el movimiento, con el feminismo. No estoy en ninguna agrupación, solo en mi banda. Diría que soy una “mala” feminista. No leo tanto. Admiro a Ofelia Fernández, a Rita Segato y a mi mamá, que fue feminista sin conocer la palabra, sin el recogimiento filosófico. Ella denunció a un jefe abusador de poder y acosador sexual en Trelew. Mi vieja se enfermó por eso, me crió sola. Son cosas que te marcan y sobre las que a veces no tenés una teoría para entenderlas. Entonces me parece importante también que hoy se pueda repensar todas las relaciones, que haya charlas gratuitas, que nos hagamos las preguntas necesarias.

–En Politicalpari incluiste un reggaetón, más cumbia y trap. Son tres escenas donde hoy se cuestiona mucho el machismo que destilan. ¿Fue un problema para vos?

–En el rock también está. Está en la historia, en todos lados. El reggaetón y la cumbia villera cuentan historias reales, son idiomas auténticos de los barrios. El rock es de clase media. Cristian Aldana era el que gritaba por todos lados “la cumbia es una mierda”. Ahora el funky, el afro trap, con cantantes maricas, queers, de la favela, es lo que explota en Brasil frente a Bolsonaro. ¿Por qué juzgar a esos espacios que a su vez están cambiando? Ya no estamos en el 2001 escuchando “colate un dedo cabezona”, que igual yo lo sigo cantando. No quiero volverme moralista. Sería un micro fascismo juzgar mirando un pedacito y no el contexto. También hay letras de trap re guarras, porno, y me gustan. No creo que haya que eliminar ni prohibir eso, como ahora pasa en Cuba, que es algo terrible. Hay que entender por qué esas letras dicen lo que dicen, pensar el momento histórico en el que estamos. Si no, pongamos una iglesia de la poesía y salgamos a cazarlos. Yo nunca voy a ir por ese camino.