La primera temporada de The OA acabó con un baile que trasladó a de su protagonista a otra dimensión. Así y todo, sus nuevos ocho episodios ofrecen argumentos de peso como para que la propuesta ostente el título “whatafack” en su categoría. Relato caleidoscópico y mata incrédulos que va de la ciencia ficción a escala humana al thriller personal con notas misticismo y un gran secreto a descubrir. ¿Qué fue de Prairie Johnson alias Nina, alias The OA? Debe reconocérsele a la serie creada por Brit Marling y Zal Batmanglijq que no se anda con chiquitas. Con momentos geniales, sin miedo al ridículo, a ser tildada de New Age o a proponer una estética deslumbrante con pulpos enormes, seres durmientes en casas abandonadas y jardines humanos. 

La encarnación de Marling (una exciega, algo mesiánica y con gran talento para la música) ha entrado en un nuevo plano espacio/temporal gracias a su “salto”. Ahora se ha transformado en Nina Azarovau, una heredera rusa que habita en palacetes repletos de lujo y soledad. En esta nueva realidad aparecerán nuevos personajes y retos pero también hay conexiones con lo que ha dejado atrás. Entre los novatos, sin dudas el más importante Karim Washington (Kingsley Ben-Adir), un detective privado contratado para encontrar a una niña a la que se le ha perdido el rastro. Se trata del escéptico por antonomasia pero que podría ser “el elegido”. Se suma una línea argumental con soñadores que tienen el poder de ver el futuro al estilo de los Precogs de Minority Report. Para complejizar más el asunto, los que creyeron en Praire andan tras su paradero y en búsqueda de una respuesta para cierto enigma: ¿Será la rubia de aspecto angelical una embustera exprofeso o realmente es un espíritu celestial? 

La narrativa apela a la confusión porque la ambigüedad es su horma preferida. Es un laberinto y para jugarlo bien hay que perderse. Si en la primera temporada el baile de los cinco movimientos resumía su quid ilógico, en esta nueva fase ese rol icónico queda para la botánica (explicarlo sería un sinsentido). Básicamente, The OA parece aprovecharse con sagacidad de todas las teorías que tienen a la web como su medio de difusión predilecto: seis grados de separación, efecto Mandela, doppelganger, por nombrar algunas. Desde su alojamiento, la producción original de Netflix pasó a ocupar el casillero que dejara vacante la mastodóntica Sense 8. Al igual que aquella se ganó fans incondicionales y también críticas por sus golpes de efecto y pretensiones “más grandes que la vida” (significativamente la cuestión del umbral que divide lo vivo de lo muerto es medular). En el 2017, Brit Marling le dijo a este diario que no le interesaba romper el molde para molestar sino que ésta era la forma más honesta para contar un relato que requiere de un espectador activo. Y esta segunda temporada sigue por esa misma senda. Para su autora quedan tres años más para creer, reventar y viajar a otras dimensiones.