Olga Orozco estaba sentada en un gran sillón. El living era amplio y luminoso. El ruido de la calle Arenales no se escuchó en ningún momento de la charla, sólo el caminar de los gatos ofrecía cierta distracción durante el encuentro.A su alrededor había bibliotecas colmadas de libros y en las mesas recortes de diarios y revistas.

¿Cree que la poesía da respuestas o genera nuevas preguntas? 

–Da respuestas que tal vez sean nuevas preguntas. Creo que la respuesta final no la encontramos nunca. Con la última pregunta se produce el silencio porque se roza ya la zona de lo vedado. No tiene respuesta posible porque sería la transgresión suprema. Además no nos estaría permitido abrir esa puerta, no la sabemos abrir, no tenemos respuesta desde este costado del mundo. No sabemos ni quiénes somos ni de dónde venimos ni a donde vamos, por más que busquemos mil imágenes para esos posibles lugares. Por mucha fe que tengamos la imagen no la tenemos, sabemos que se producirá una metamorfosis que nos llevará tal vez al lugar del comienzo.

¿La poesía no es una forma de corregir el destino?

–Es una pretensión de corregirlo, sí, por supuesto. Yo creo que sino de corregirlo por lo menos completarlo. Creo que escribimos porque nos sentimos incompletos, porque nos sentimos insuficientes, porque no nos basta con esta realidad de este aquí y este ahora; este yo limitado a una sola persona, con que todo se reduzca a una causa y un efecto y a un tiempo lineal; queremos transgredir todas esas cosas, sobrepasarlas, ser uno y ser todos.

¿Usted cree que la sociedad respeta el oficio de poeta?

–Yo no sé si se respeta por desamparo. Creo que se respeta por refugio, como se respetan algunas sectas, pero la poesía nunca ha sido bien mirada por todos. Siempre se ha visto al poeta como un habitante de la nube, que camina con un pie apoyado en un costado y con el otro en el vacío tanteando por dónde va a poder seguir y si encuentra el puente levadizo podrá apoyar el pie y así no caerá. Foucault mismo dice que la gente en general, la sociedad, coloca al poeta en el mismo lugar que los transgresores máximos, como los violadores, los asesinos, los ladrones. El habla de esas jaulas hacia afuera que pone la sociedad para esas gentes, se supone que son jaulas de no admisión, no tienen barrotes.

¿Porque continúa vigente el hábito de leer y escribir poesía?

–La poesía acompaña a la gente, les ayuda a compartir sus extrañamientos, a sentir que no están solos para mirar el fondo de los abismos que se nos presentan a cada rato y los acompaña en sus interrogantes, en sus inquietudes extremas, en el enigma que todos llevamos con nosotros por el sólo hecho de estar vivos y no saber quiénes somos. Además la poesía ayuda a no dormirse del lado más cómodo.

Siempre circuló en su poesía el tema de la muerte. Una idea que en su obra resultó un desafío para narrar algo.

–La muerte fue una gran preocupación. Hice ensayos generales para la muerte, podría decir que todos los días y a cada rato. La vida está entrecruzada con la muerte. Creo con Henry Miller que no se puede pensar en una sin pensar en la otra. Lo contrario de la vida no es la muerte, lo contrario de la vida es la nada. La muerte es una continuidad, para mí siempre fue una incógnita.

En una de sus conferencias usted aludió a los ríos que se secan y lo vinculó a la poesía...

–En relación al tiempo pero no a la poesía. No creo que la poesía termine como suponen algunos escritores, como Milan Kundera y otros que sostienen que la poesía tendrá fin. No creo para nada en eso, así el hombre tendría entonces que dejar el espíritu a un costado y pactar más con lo inmediato, con lo eventual, con lo circunstancial y renunciar a lo absoluto y a los grandes valores del espíritu. La búsqueda en poesía se dirige a lo alto o a lo muy hondo como dice Bachelard, la poesía sino dice el cielo por lo menos se refiere a las grandes alturas y a los abismos.

Usted trabajó obsesiones dentro de su obra. ¿Cómo las manejó para escribir?

–Las pude manejar por suerte. Trabajé con sensaciones muy extremas. Hay un libro que está hecho de ese modo que es Museo Salvaje donde cada parte de mi cuerpo está tomada como un extrañamiento, en una época en que yo sentía  angustias y extrañamientos frente a mí misma. Diría que las obsesiones las exacerbé. Pasó algo muy curioso. A medida que iba analizando cada parte ésta se iba deteriorando. Por ejemplo miraba con un ojo en todo su detalle hasta ver una selva casi en el fondo y se me acortaba la vista; hacía el poema a la sangre y tenia altísima glucosa. Hacía el poema a los huesos y había una fractura. Yo no sé si eran premoniciones o era al revés. Era porque empezaba ese poema o porque eso ya estaba en vigencia y de alguna manera algo en mí lo advertía sin conciencia.

¿Qué opina de los talleres literarios?

–Creo que sirven mucho en especial a la gente tímida, allí los animan a mostrar sus cosas. Sirve mucho para corregir los textos. Tal vez fomente el sentido de la crítica el hecho de tener presente la obra del otro y estar analizando y encontrando en conjunto con gente que está en la misma situación lo valioso y lo inválido.

¿La poesía es un refugio para lo que ocurre a nuestro alrededor?

– Creo que sí. Pero existe el peligro de que ese refugio sea un refugio de aislamiento, que sea una cáscara para no ver lo que pasa. Es un refugio pero de alguna manera tiene que ser un refugio compartido por el sentimiento de lo que ocurre. No creo que una acabe en el “yo”, uno está comunicado. 

¿Cómo manejó el tema del pudor en su poesía?

–Uno no tiene que tener barreras que lo inhiban. Uno tiene que decir lo que debe decir. Por supuesto que no me gustan las groserías en la poesía, de la misma manera que no me gustan en la vida cotidiana, las encuentro innecesarias. Todo se puede manejar con delicadeza, absolutamente todo. Creo que no hay temas prohibidos, para nada, creo que hay maneras de decirlo todo.

¿Cómo recuerda hoy a Alejandra Pizarnik?

–Igual que cuando estaba viva. Lo que pasa con esa chica es que se ha hecho mucha mitología alrededor, se cuentan cosas fantasiosas, que no son reales. Creo que tenía mucho futuro. Uno siente ante su poesía que no había una carencia,  había carencia en su vida por lo que dice la obra. Una obra en la que se tiene frío, se tiene sed, se tiene hambre y se pide ayuda.