“¿Se puede reconstruir la memoria de un hombre?, ¿recuerdo hoy lo que recordaba ayer?, ¿qué es mi memoria, si mis recuerdos cambian a medida que vivo?”, reflexiona Gonzalo Garcés en su prólogo a Crónica de un iniciado, recientemente reeditada a la par de las otras tres novelas de Abelardo Castillo: El que tiene sed, El Evangelio según Van Hutten y La casa de ceniza para conformar así la primera parte de  la Biblioteca Abelardo Castillo, donde también prologan Liliana Heker, José Emilio Burucúa y Juan Forn que además está a cargo de la curaduría del proyecto, que incluye las ilustraciones de las tapas con obras del artista Carlos Alonso. Biblioteca Abelardo Castillo Seix Barral también se materializa gracias al trabajo conjunto de Alberto Diaz e Ignacio Iraola. “Escribimos nuestros recuerdos del mismo modo que nos miramos al espejo, buscando el ángulo más favorable”, escribe Castillo en una entrada de su Diario, un 12 de junio de 1999, es decir en el segundo tomo que comprende los años 1992 hasta 2006, publicado por Alfaguara casi al mismo tiempo del lanzamiento de la primera parte de su narrativa. No existen las casualidades; acaso Borges lo diría mejor: a la realidad le gustan las simetrías. “Quiero decir algo: el único protagonista de esta entrevista es el Diario. Yo puedo ser una mediadora en cuanto a ciertas circunstancias que rodearon la edición, y eso es todo. Los Diarios fueron una parte fundamental de la persona de Abelardo Castillo, una escritura fiel que lo acompañó hasta un mes antes de su muerte. La última anotación es de la madrugada siguiente a su cumpleaños, del 28 de marzo de 2017, y es una partida de ajedrez”, señala la esposa de Abelardo Castillo, la escritora Sylvia Iparraguirre, cuando la pregunta repara en la decisión que tomó Abelardo de publicar un segundo tomo de sus Diarios.

Este segundo volumen aparece con el impulso de la decisión de Abelardo, años atrás, de publicar sus diarios personales. “No fue una idea que le gustara mucho o de la que estuviera plenamente convencido. Yo conocía sus diarios; a lo largo de los años me fue leyendo fragmentos de los cuadernos y de la computadora. Pero ni el chico de 18 años que empezó un diario, ni el joven, ni el hombre maduro que lo continuó hasta la vejez lo escribieron con la idea de publicarlo. Alrededor del 2011 empecé a decirle que por qué no lo hacía, al menos en parte, empecé a tratar de convencerlo. Me parecía un material increíble, muy poco frecuente por sus características dentro de la literatura argentina. Una escritura que completaba, de un modo inesperado, oblicuo, su  literatura de ficción. La historia de un chico que viene de un pueblo y, sin  conocer a nadie en Buenos Aires, un día gana un Premio de una revista, Gaceta Literaria dirigida por Pedro Orgambide, siente que ese premio le confirma lo que deseaba en la adolescencia de San Pedro, y decide que, como sea, se va a dedicar a lo único que le importa: escribir”. 

De hecho el primer tomo es una especie de historia exactamente así.

–Sí, casi una novela de iniciación. También está el momento en que nos conocimos, 1969. Dividió ese primer volumen en dos partes, antes y después de conocernos. Al fin se convenció y, durante el 2013, con la asistencia inapreciable de Gabriela Franco, que Alfaguara le brindó para ayudarlo con la edición, trabajó en el primer volumen. Después vinieron las conversaciones con Julia Saltzmann sobre hasta dónde llegaría el diario, hasta qué fecha. El primer tomo termina en 1991, con la publicación de Crónica de un iniciado. 

¿Y este segundo tomo?

–Este segundo volumen empieza en 1992 y decidió concluirlo en el 2006, aunque como dije, continuó escribiéndolo hasta el final. En 1992, una querida amiga nuestra Paula Grandío, le regaló la primera computadora que tuvo Abelardo. Para acostumbrarse a cambiar del teclado mecánico a ese otro tan sensible, comenzó a pasar sus diarios manuscritos, cuaderno por cuaderno, con una paciencia de hormiga. Abre un archivo para los diarios manuscritos y empieza a pasar los cuadernos, mientras abre otro archivo, en mayo de 1992, donde empieza a escribirlos directamente en la PC. Mientras escribe el día a día de del segundo volumen, opina, por momentos, sobre aquellos cuadernos de cuando tenía 21 o 25 años. Así están divididos los dos tomos: diarios manuscritos; diarios en la computadora. Algo debía sugerirlo en la ilustración de tapa y él eligió la máquina de escribir de Nietzsche: un artefacto estrafalario, mucho más lindo, a su criterio, que una insulsa pantalla de computadora. Fue muy complejo terminar de editar este volumen, en principio por lo mucho que hubo que resolver de su contenido, no del diario en sí, por supuesto, sino de los ensayos, reportajes y notas que lo acompañan y sobre los que habíamos hablado durante meses. Quiero acá agradecer a la editorial, que me esperó el tiempo que necesité, a Juan Boido, a Julieta Obedman, editora de Alfaguara, a Mariana Creo, correctora extraordinaria, ¿sabés lo que fue corregir pruebas de un texto de 700 páginas lleno de nombres propios de escritores músicos y demás?  

¿Quitó entradas de sus diarios antes de ser publicados?

–No, no quería cambiar nada. Tenía una especie de probidad con la escritura que puede resultar difícil de creer. Pueden dar fe de lo que digo Gabi Franco y mi sobrina Josefina Itoiz, conocen el diario tanto como yo. Ellas lo acompañaron en la edición del primer volumen y después a mí, con el minucioso  trabajo de Gabriela, a lo largo del año y medio en que trabajé en este segundo tomo. Sin ellas no habría podido hacerlo. En este segundo volumen, descartó algunas líneas que consideró que no tenían ningún interés, precisó palabras y cambió tiempos de verbos. Eso fue todo.

La lectura del diario revela una clase de escritor que pareciera estar en extinción hoy en día.

–Es cierto. Alguien intenso, que se tomaba las cosas en serio, al mismo tiempo que practicaba la ironía y el humor corrosivo consigo mismo. Enemigo de lo frívolo, de lo banal, pero no solemne, más bien rabelesiano. Decía que había que tomar en serio la literatura, pero no tomarse en serio a uno mismo. Ahora creo que pasa al revés. El que lea los Diarios se va a encontrar con un hombre en toda su dimensión, sus defectos y manías, sus dolores, su inteligencia y su obsesión por escribir. Y, simultáneamente, con un intelectual, alguien que puede mirar el mundo críticamente, que ha pulido y agudizado sus medios de análisis, que ha leído tanto literatura como filosofía, que tiene una ética y una sólida base ideológica, en este caso marxista, de un marxismo no totalitario y crítico, fue un socialista convencido hasta el último día de su vida, que puede desentrañar el lugar que ocupa en el mundo, y que veía cómo el intelectual de ese tipo, comprometido con su sociedad y con su tiempo, ya no jugaba ningún papel en la opinión pública, que la literatura se había ido reduciendo a una isla, pero que seguía adelante;un escritor acostumbrado al intercambio de argumentos, de ideas, tratando de entender los cambios vertiginosos de las últimas décadas. Y con un caudal formidable de lecturas. Eso era. Y creo, sí, que ese modelo de escritor, al menos en las nuevas generaciones, pareciera estar en extinción. Es un modelo que exige esfuerzo. Aunque a veces, acá o en el mundo, nos sorprendemos con descubrimientos literarios o ensayísticos, profundos, inteligentes, felices. u