PáginaI12 en España
Desde Madrid

Los principales candidatos a presidir el Gobierno de España cerraron la campaña electoral utilizando munición gruesa. La dinámica electoral de estos tiempos, en la que el votante decide su voto a última hora, obliga a los dirigentes políticos a reservarse declaraciones de impacto sobre el tramo final. El contexto de incertidumbre y crispación que se instaló en el país ibérico, con la agudización del conflicto territorial en Cataluña, y la irrupción de la ultraderecha, colabora para que así sea.

En una de las declaraciones mas relevantes de la última jornada de campaña, el presidente del Gobierno y candidato socialista, Pedro Sánchez, puso en su boca las palabras que evitó pronunciar desde que anunció el adelanto de los comicios, el 15 de febrero. En una entrevista este viernes al periódico El País, dijo que no tendría problemas en que Unidas Podemos (UP) ocupe cargos en un gobierno de coalición. Una opción que eludió en los dos debates televisivos de esta semana, tras las preguntas reiteradas de Pablo Iglesias, que asoció el silencio del socialista con la posibilidad de que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) reedite un pacto con Ciudadanos (Cs). Un acuerdo que observa con buenos ojos el establishment español. 

Durante la campaña, el PSOE ha intentando traccionar a su favor los votos de la izquierda con el fin de formar un gobierno en solitario. Sin embargo, no hay ninguna encuesta que refleje ese panorama. En el mejor de los casos, el socialismo obtendría entre 120 y 130 escaños, y necesitaría 50 adicionales para conformar la mayoría parlamentaria de 176 que permite formar un gobierno. De esa necesidad surgen las dudas sobre a qué fuerza podría elegir Sánchez para permanecer en La Moncloa.

El candidato del Partido Popular (PP), Pablo Casado, no se privó tampoco de alterar el tramo final de la campaña, aunque su declaración es un exabrupto más en la furiosa concatenación de falsedades y despropósitos que vertió en estos últimos dos meses. En una entrevista a Radio.es, una emisora vinculada al electorado de derecha, el joven dirigente popular sugirió el ingreso del partido de ultraderecha Vox en un gobierno presidido por él. “Vox y Ciudadanos, tengan 10 escaños o 40, van a tener la influencia que quieran tener, para entrar al Gobierno, para decidir la investidura o la legislatura”, afirmó antes de explicar que las tres fuerzas no debían competir entre ellas.

Más tarde, en otra declaración que profundizó su aprobación con el partido que lidera Santiago Abascal, el jefe de los populares, afirmó que “el votante de Vox pedía al PP” lo que ahora él está ofreciendo como líder de la fuerza, marcando una diferencia con su antecesor, el ex presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Un mensaje que no solo legitima el discurso radical de Vox, si no que, incluso, lo abraza. 

Por otra parte, la idea de una coalición de gobierno formada por el PP, Cs, y Vox, había sido, sobre todo, un fantasma que agitaban el PSOE y Unidas Podemos durante la campaña. Los líderes de las fuerzas de derecha, Casado y Albert Rivera, solo habían planteado la posibilidad de gobernar conjuntamente y, si fuera necesario, con el apoyo legislativo de Vox. Sin embargo, en su entrevista radial, el candidato del PP fue, por primera vez, abiertamente concreto con la idea de que algún dirigente de Vox pueda ocupar un cargo ministerial.

Por el lado de Cs, también hubo sorpresas sobre el cierre electoral. Después del combate cuerpo a cuerpo que protagonizaron Casado y Rivera sobre el terreno televisivo en su disputa por el electorado de derecha, el presidente de Cs lanzó un ataque sorpresa con el fichaje de Ángel Garrido. Expresidente de la Comunidad de Madrid, y dirigente popular desde 1991, Garrido afirmó que se marchó a Cs por convicción, y decepcionado con el rumbo de su antigua fuerza. Lógicamente, el presidente de Cs aprovechó el flamante pase para seguir asediando al PP. “Si yo perdiera escaños me preguntaría qué he hecho mal”, dijo durante un desayuno económico en la capital española.

Entre tanto fuego y artillería pesada, el líder de Unidas Podemos apostó por una estrategia inversa. Incluso para los últimos días de campaña. Su mayor logró electoral se reflejó en los dos debates televisivos que disputó con Sánchez, Rivera, y Casado. Hasta la prensa más conservadora de España rescató su perfil razonable, y el tono moderado con el que descendió al barro electoral. Lo cierto es que Iglesias se apartó de las rencillas entre los candidatos, y dedicó sus intervenciones a desglosar propuestas como reducir el iva para productos de primera necesidad y a los artículos de la higiene femenina, o proponer el diálogo y una reconciliación nacional para abordar el conflicto de Cataluña. El único momento en que varió su estilo fue para presionar a Sánchez en una definición sobre un posible pacto con Cs. Una advertencia que sirvió para mostrarse como la única garantía de la izquierda. 

Fuera de los titulares y de los estudios de televisión, el partido ultra Vox continuó su caravana de mitines en las distintas ciudades del país. Este jueves, marcó su más multitudinario evento en Valencia, donde reunió a más de seis mil seguidores. Aupado por miles de banderas españolas, Abascal pidió el voto para defender “la supervivencia de la Nación” y evitar “otra dictadura pogre”, en referencia al ejecutivo que resultó tras la moción de censura y que lideró Sánchez.

El cierre electoral se realizó en la Plaza Colón de Madrid. El mismo sitio en que se reunió junto a Casado y Rivera para rechazar el diálogo de La Moncloa con el gobierno de Cataluña, y que precipitó el llamado a elecciones anticipado. Un episodio en el que Abascal ocupó un rol protagónico. Un rol que podría extender a la política nacional, y que nadie está dispuesto a reconocerle, aunque la campaña electoral demuestre su silencioso y escalofriante avance.