Gilda y Lucas son dos hermanos adolescentes que deciden viajar en invierno a una ciudad de la costa bonaerense para cumplir el último deseo de su madre: arrojar sus restos al mar. Pero como no disponen de su cuerpo lo que tiran al agua es una prótesis que le perteneció, una mano de goma. Cuando quieren volver, un sorpresivo paro de transporte los obliga a quedarse en ese pueblo fantasma y a habitar la casa en la que vivió su madre, llena de lugares vedados simbólicamente. Será ese espacio el que los obligue a repensar no sólo el vínculo que los une, si no a tratar de encontrar una nueva forma de estar en el mundo, ya sin las garantías de seguridad que hasta ahora ofrecía la figura materna. 

La sinopsis de Los miembros de la familia, segunda película de Mateo Bendesky que tuvo su premiere mundial en la última Berlinale, puede resultar un poco engañosa. Porque aunque todas sus flechas parecen apuntar hacia el lado del dramón, se trata en realidad de una comedia en la que la luz ilumina cada giro del relato. Una comedia muy extraña, es cierto, porque aunque sus rincones oscuros se multiplican, el camino elegido por el director y guionista nunca deja de ser el de la esperanza, un territorio en el que la danza del humor se baila con cara de piedra, pero sin dejar ninguna duda de que se trata de una comedia.

Con una sensibilidad infrecuente, Bendesky aborda temas como la muerte, el luto o el duelo de una forma que él mismo se permite definir como liviana, ligera, pero que no le saca el cuerpo a las emociones intensas que atraviesan sus personajes en un clásico camino ritual de entrada a la madurez. “Como dice Leonard Cohen: es a través de las grietas por donde al final entra la luz”, afirma el director parado sobre los hombros del enorme trovador canadiense. “Incluso en momentos dolorosos el humor y el absurdo logran hacerse un lugar. Porque en todas estas situaciones que en teoría deberían ser sórdidas, también se cuela cierta liviandad”, continúa el cineasta. Los miembros de la familia se proyecta a partir de hoy en la Sala Lugones del Complejo Teatral San Martín (Av. Corrientes 1530) y en el complejo Arte Multiplex Belgrano (Av. Cabildo 2829).

–¿Por qué elegiste el paisaje invernal de la costa como escenario, un espacio que se ha vuelto recurrente para varias generaciones del llamado Nuevo Cine Argentino?

–Necesitaba que Lucas y Gilda quedaran atrapados en un limbo y la costa fuera de temporada tiene una atmósfera que me parece maravillosa. Esa idea de pueblo que se construye para un fin que solo se cumple durante tres meses. Quería que la melancolía del espacio reflejara la desolación interna de los personajes.

–Que de alguna manera el espacio materialice lo que les pasa pero sin el exceso de la palabra.

–Me gustaba la idea de crear un clima que fuera opuesto al de las vacaciones, porque estos dos hermanos están yendo a cumplir con algo que está muy lejos del disfrute y tienen que quedarse ahí, en una ciudad donde la gente va a descansar pero que ahora está desierta y todo parece estar corrido de lugar. Eso provoca un desplazamiento del sentido que me resultó útil para contar esta historia en la que el sentido de la vida también está corrido de su centro habitual.

–Es evidente que estos hermanos no solo van a despedir a su madre, sino que de algún modo se les impone la necesidad de tratar de encontrar algo propio, aunque todavía no saben bien qué es.

–Porque se trata de una búsqueda que todavía es inconsciente para ellos, de la misma forma que quedar varados en ese pueblo es una contingencia imprevista. Ellos creen que van y vuelven, que solo van a pasar una noche en ese lugar, en esa casa, y esta situación que los fuerza a quedarse los obliga también a que esta búsqueda se vuelva más concreta. No porque se propongan buscar algo, sino porque las situaciones los van obligando a enfrentarlas como pueden. 

–Pero esa necesidad de encontrar algo comienza a manifestarse en ellos de otras formas.

–A través de otras búsquedas que si son conscientes, como el fitness en el caso de Lucas o el esoterismo para Gilda, que señalan con claridad que en ellos existe el impulso de encontrar un camino. Pero no es que ellos estén ahí como parte de una búsqueda deliberada, sino que eso se les va imponiendo y a partir de ahí comienzan a hacerse preguntas que van desbloqueando ciertas cuestiones. Como una contractura que se va soltando y les permite acercarse cada vez más a ese núcleo, digamos, siniestro, aunque esa no es la mejor palabra.

–Por otra parte las particularidades de la muerte de esta madre, que no es una muerte natural, abre en estos chicos una cantidad de nuevas preguntas.

–Porque en esa muerte también hay toda una cuestión en torno del abandono que se vuelve inefable, inabordable para los personajes, que necesitan darle un sentido a las cosas que les pasan. Y ellos van intentando explicarlas a partir de distintos caminos a través de los cuales comienzan a acercarse un poco más a la raíz del conflicto. Pero siempre de una manera que es incompleta, porque hay una parte de la información que necesitan que no solo ya no está, sino que se ha vuelto irrecuperable. Y parte de poder seguir adelante tiene que ver con aprender a convivir con ese misterio. 

–En esa decisión de ir a tirar al mar una prótesis, esa mano de goma que perteneció a la madre, hay un gesto de resistencia, una duplicidad. Porque por un lado está la voluntad de dejar atrás, pero al mismo tiempo lo que arrojan al agua es lo único que no forma parte del cuerpo.

–Lo único que no es orgánico. Me agrada la idea de que tengan ese objeto que necesitan sacarse de encima como si de ello dependiera la posibilidad de avanzar, una cuestión energética. Es un gesto que convierte en literal la necesidad de los protagonistas de completar esa tarea casi herculeana que deben cumplir para poder seguir adelante. Claro que lo que viene después los pone frente al problema de que en realidad ese sacarse el problema de encima no es tan literal como el hecho de arrojar una mano ortopédica al mar. El camino es mucho más espiralado.

–La elección de la prótesis también resulta significativa, porque la mano representa la guía. Los padres llevan a los hijos de la mano hasta que crecen y caminan solos.

–Claro, porque en el gesto de arrojarla al mar se juega literalmente la idea de “soltar la mano”. Me gustaba eso de soltar la mano de los adultos. Hacerse grande y despedirse, porque también nos despedimos con la mano. Despedirse y aceptar que algo de esa guía ya no va a estar más, o al menos no va a estar de la misma manera.

–En ese caminar soltando la mano de la madre estos hermanos recurren a una cantidad de relatos. Desde tirarse las cartas o los sueños que la película pone en escena, hasta las mentiras que Lucas cuenta de sí mismo a otros.

–Ellos van construyendo su propio relato. Desde el guión me propuse explorar estas formas en las que cada uno de los personajes intenta generar sentido a partir de estos relatos que se van superponiendo. Lucas a través del fitness, de esta idea de hacerse muy fuerte, y Gilda a través de lo místico. Pero también Guido, el chico del que Lucas se hace amigo, que habla de esta teoría de la física según la cual vivimos en una simulación creada por una supercomputadora. Son caminos a través de los cuales cada uno busca entender el mundo. Y creo que de eso se trata la libertad, de construir un sentido que funcione para uno mismo. El resto son construcciones sociales.

–¿Por qué decidiste encarar el relato desde la comedia, cuyos códigos a priori parecen estar en las antípodas de esta historia de aristas trágicas?

–Siempre que me propongo hacer algo más serio me terminan saliendo estas cosas medio graciosas a las que se ve que no me puedo resistir. Diría que la vida suele ser más realista que el cine, porque incluso en los momentos más trágicos se termina colando el humor. Todo el mundo tiene una anécdota en la que en un momento súper sórdido ocurre algo absurdo y no podés evitar reírte. Y me parece que las películas que abordan temáticas como esta tienen una pesadez tal, que parecen más obra de alguien al que le contaron cómo son ese tipo de situaciones que de una persona que realmente las vivió.