“¿Cuánto tiempo duran los moretones en el cuerpo?”, se pregunta Mona Tarrile- Byrne poco antes de armar la valija y decidirse a viajar rumbo a Suecia para participar, junto a otros doce finalistas, del prestigioso Premio Basske-Wortz que otorga la suma nada despreciable de doscientos mil euros. ¿Qué haría Mona, la protagonista de la nueva novela de Pola Oloixarac, con ese dinero? Dejaría su vida académica en Stanford y se internaría en la selva, viajaría hasta perderse por el Pantanal de Brasil. “Si te mudas al Pantanal podrás vivir con cien dólares al año, y el resto gastártelo en médicos para tratarte las infecciones y enfermedades que contraigas ahí. Podrás quedarte toda tu vida en la selva porque seguramente te morirías bastante rápido, ¡no estaría mal!”, le dirá Antonio, un hombre despreciable que irrumpirá en lo más frágil de la existencia de Mona, habitándola en una zona muy oscura de ella misma, ahí donde el límite se desdibuja entre el temor y la culpa. O, acaso, algo mucho más complejo de carácter existencial y psicológico: un acto determinante ya no logra  suavizarse con el arrepentimiento  porque se  alimenta de algo tan tortuoso como perverso. Pero nada de todo esto tendrá una resolución temprana en la novela de Pola Oloixarac. 

Mona es una joven escritora peruana que se ve a ella misma como una sirena, mezcla de maravilla y presencia inexplicable cuyo destino real es vivir bajo el agua, flotando entre los muertos, turista y a la vez observadora. Y esto en parte podía explicárselo sintiendo las miradas de su rol de latina sobreeducada en la administración Trump y por eso no dudó en usar “el antifaz ideal para el baile de máscaras tribales de la universidad”, declarar su origen en el lugar donde se le solicita a cada doctorando:  Hispánica, Indígena, y, finalmente Inca. La mirada que uno tiene de sí mismo rara vez coincide con la de los demás, los otros: el infierno. Por eso no resulta tan sencillo definirla; su elevado concepto del arte literario, su inteligencia y cinismo con gestos de humor, su sentido del bien que la distancia de quienes son incapaces de hacer el mal, su sensualidad y erotismo en un cuerpo hermoso que ella  misma se recorre con la libertad de una autopista abandonada y su sensibilidad, sobre todo eso, hacen de Mona  un personaje memorable. La prosa poética de Pola, es decir literaria en el más bello sentido del término, resulta coherente y necesaria para contar una historia que podría resumirse en una pocas líneas pero dejaría afuera lo más importante que tiene esta novela: su capacidad para deslumbrar con reflexiones que sobrepasan lo literario para ir hacia una ética de la forma que no es otra cosa que lo que suele llamarse “estilo” y, por ende, una manera particular de estar en el mundo.

Pola Oloixarac articula la trama en dos planos que fluyen simultáneamente, Ahí está Mona: huyendo. El Festival en Suecia, incluso el dinero que podría llegar a tener si le dieran  el Premio Basske-Wortz no es más que una excusa como cualquier otra para poder escapar. ¿De ella misma?  

Con su primera novela deslumbró al público lector y al mundillo literario pero ahora su segunda obra va camino a resultar ilegible para su editora. Algo se quebró en lo más intrínseco de Mona y no hay droga ni viaje que logre reconciliarla del todo consigo misma. El Festival poco a poco asumirá la forma de un descenso a los infiernos donde será su propia guía, una Sibila en busca de su destino fugado.  Pareciera que hace años que Mona viene estableciendo una lucha secreta entre la vida y la literatura. Y que no es lo mismo alguien que escribe que una escritora o escritor, como pensará de Marco, el autor colombiano que realiza comparaciones interesantes entre la ideología y la literatura para luego reparar en las nuevas tecnologías, asegurando que Google es la contranovela de la novela humana y luego, en confidencia con su amiga, hablar sobre la inteligencia artificial literaria. 

Mientras Mona de alguna manera se ve vivir y participa en el Festival, el encuentro con distintos autores, salvando algunas excepciones, los recorridos nocturnos, entre ceremonias y fiestas, ponen en evidencia toda clase de miserias y egos enloquecidos, escritores que no tienen ningún prurito en adueñarse de palabras de otros, como el caso de Phillippe Laval, que intenta engañar al público copiando párrafos enteros de Beckett.  

Entre personajes desopilantes y enigmáticos, poetas y autoras convencidas del poder de las palabras para construir piedra por piedra el gran Panteón de la memoria y reflexiones sobre cómo la lengua crea el ser nacional,  Pola Oloixarac irá labrando lentamente uno de los finales novelísticos más logrados de la literatura argentina actual: el impulso a retomar la primera página resulta prácticamente instintivo. “El arte está marcado por momentos en los que los artistas se gustan unos a otros. Se llevan bien, son amigos; algo parecido al amor circula entre ellos. Ese llevarse bien y ser amigos de ciertos grupos es lo que llamamos, al cabo de algunas décadas, vanguardia, o movimiento, Boom, o lo que fuera”, le hace decir Pola Oloixarac a Mona, una mujer que apuesta al amor poniendo sobre la mesa los restos de una vida destrozada. Hay que llegar al final de la novela para comprenderlo en toda su dimensión.