Esteban está a punto de quedarse sin gasoil. Un argentino medio está siempre a punto de perderlo todo: gasoil, auto, trabajo, casa, amor, vida. Un argentino medio vive un maratón infinito; carrera de obstáculos, Ludomatic, "El Estanciero" y si faltaba algo, llegó Macri, con una catástrofe social que ha expulsado a la miseria a diez millones de argentinos. Uno de ellos, el llamado "loco del puñal", la otra noche intentó atacar a Esteban, por la espalda, cuando iba a buscar el auto alrededor del Hospital Centenario donde hace guardias. Con lo que le gusta el porrón a Esteban.

El cuidacoches del Hospital Vilela acaba de avisarle que no tiene gasoil:

-Mirá la luz amarilla, Esteban…

Claro, los cuidacoches pueden ver la luz amarilla del tablero un día de eclipse, desde cien metros, con lentes de sol y a través de vidrios polarizados. Un trapito es más solícito que el arcángel Gabriel y sabe más cosas. "En qué farmacia te venden Viagra suelto o Vimax 50, sin receta". "En qué horario hay en el bar La Rosa un happy hour de cerveza, una fellatio diez pesos… viste calle Entre Ríos, pasando el Policlínico, hay un taller mecánico, mano izquierda, viste esos carteles que paran en la vereda con ofertas. Fijate bien… de día, dice: cambio de aceite, filtro. A la noche, las chicas lo dan vuelta y ponen tarifas para changarines, de parado, en el caño de la bici. Es la zona… y bueno ¿qué querés? Andá al Sheraton…"

El trapito de Esteban sabe todo: "qué tintura usar para pintarse el pelo; para que no se note y cómo guardar el pomo en la heladera para que rinda muchos carnavales". "Cómo conseguir un aloe auténtico, para que crezca… doctor Botura, el pelo ¿viste?" "Cómo conseguir un Fonavi, cómo venderlo, cómo lavar chorizos con lavandina y cobrar tres AUH…." "Hasta sabe -dice- quién mató a Nisman… el recibe unos mails que le baten la justa… no tiene correo electrónico, ni idea, ni sabe, pero todos los Nisman le parecen dudosos, parece que había hasta animales en la fiestita…"

-No tengo ninguna duda, dice lacónico Esteban.

El cuidacoches sabe, porque pregunta; es un interrogador de la KGB, un moscardón; Esteban tiembla cuando le lava el auto, porque cada vez le encuentra un corpiño o una bombacha.

-¿Y esto…? dice el trapito mientras agita un sostén de puntillas, con una expresión mitad feliz mitad chantajista. - Ja… Esteban, ¿no sabía que te gustaba Caro Cuore? Y decime, esa grandota que anda con vos, a veces… ¿qué onda?

A Esteban jamás se le cae un nombre, evasivas, datos falsos, equívocos. El trapito solo ve el par de piernas o los pechos, el botox, lo que se tensa con cirugía, no con deseo. Sus colegas de plástica, piensa, están haciendo fortuna. Mujeres para taller mecánico, Bar La Rosa o el Bailando. La otra vereda, él, que es clínico, y muere por esa parte de las mujeres donde no llega el bisturí: la lengua, los ojos, los huecos, la cabeza, la mirada, un rictus del labio, un mohín de un oyuelo, la sonrisa, una lágrima, un piropo, la resistencia, la lealtad consigo misma, la espalda, verla irse, volver, la mirada, el beso furtivo, las contradicciones, el cabello, el vello, la oreja, el esfínter, un espasmo, el olor, el aliento, la cucharita, el poema.

¿Cómo compartirlo con el cuidacoches? Cada vez que empieza la lista, el arcángel recoge la moneda y sale corriendo por otra luz amarilla. No quiere oír análisis y todos sus cuentos terminan con "Esteban, dejáte de boludeces…"

-Hasta mañana… ¿Issue, me dijiste?

-Issue, color y suero… después ponelo en la heladera, te va a durar tres meses. Y con la pastillita, toda la noche… pero ojo, no chupes mucho…

Esteban se está quedando sin gasoil. La luz amarilla del tablero es tan ominosa como la cara de Christine Lagarde. "Morirás, morirás, morirás de sed si intentas escapar por el desierto… te quedarás sin gasoil, morirás a mis pies…"

Esteban tiene unas cábalas tontas. Por ejemplo, él cree que si aumenta el riesgo de quedarse sin gasoil, si continúa esa búsqueda imprecisa de la mujer verdadera, imaginaria, soñada, imposible, la posibilidad de alcanzarla es simétrica al riesgo de quedarse a pie. O sea, si sigue dando vueltas sin combustible, él piensa que le crecen las dos suertes, la de hallar a la chica en la misma proporción que quedarse en la cuneta. Un maratón infinito. Una fuga, rajarle a la muerte. El amor es el único viaje que desafía los límites: velocidad, caminos, mapas, repuestos, combustible. Cada vez más a prisa, se mueven los horizontes y en los carteles de vialidad en vez de kilómetros, está la cara de una chica.

Esteban levanta la vista en calle Santa Fe y un cartel dice "Aeropuerto". El dibujo del avión está hecho con las aletas de la nariz de ella. Podría tomar uno de esos vuelos de oferta y descarte que le guarda Elizabeth, su amiga azafata. Un hornerito, mil pesos ida y vuelta a Buenos Aires en uno de esos vuelos que pierden una rueda o el tren de aterrizaje.

Pero esta mañana no puede, va rumbo al Hospital Centenario y antes necesita hacer unas fotocopias. Mira el cruce, Urquiza y Callao, lo encandilan dos palabras en un cartel de pizarra negra y letra de tiza: "girasol y alpiste". Un salón de ventas cualquiera. Parece un mercado persa, venden ropa, comida, regalos, útiles y hasta alimentos para pájaros. Esas dos palabras lo imantan: girasol y alpiste. Esteban es una especie de hombre pájaro. Las señales no lo defraudan, la chica que atiende está leyendo un libro de poemas y aunque sea de Benedetti, él piensa que es un comienzo. Tan suavecita, leve o delicada, con un shorcito ceñido y la panza lisa y al aire. Un top de dos tiras tan breves que podrían estar sujetas del pico de dos palomas. Parece recién bañada, el pelo rapado y húmedo exhuma una colonia dulce como un oporto amaderado. Desgranando las copias de unas historias clínicas, cada flash de la máquina zumba una luz amarilla. Otra luz amarilla y la chica parece tan ágil como si en verdad fuera un jinete sobre la máquina. A Esteban le da de pensar que también hay una Ley de Murphy positiva, y que cuando uno cree que algo va a salir bien, saldrá mejor.

La chica tiene un arito en el cornete de la nariz. Esteban pregunta y ella lo tranquiliza: solamente está aplicado, no tiene perforado el rostro de Botticelli. Ella está de espaldas y él aprovecha a auscultarla: no tiene tatuajes y los ojos pardo verdosos se le aclaran con la luz intensa de la máquina. Ninguna pose ni seducción aconsejada, una chica transparente sobre el vidrio de una reproductora. Cambian ideas sobre el progreso y cierto sopor que ya se vislumbra a las nueve de la mañana, el consuelo sobre el fin del verano. Esteban no sabe qué más hacer para quedarse. Ya hizo suficientes juegos de copias. Ya compró tarjeta magnética por si se queda sin nafta, compró un lápiz Faber por las dudas, y sin sentido pregunta el precio de algunas ropas. ¿Qué más…? Un bombón, claro… "Bon-o-bon" dice y como un imbécil machirulo se lo ofrece a ella. A la chica, que tiene una caja llena de tipos como él y ya se ha dado cuenta y lo mira con pena.

-¿Qué significa la luz amarilla de la fotocopiadora?, dice él intentando cambiar de tema.

-Que por hoy está bien… tenés que irte.