Entre la jactancia y la ironía, en el justo medio entre mandarse la parte y renegar de todo, Aristóteles ubica a la Sinceridad. Más que “la” verdad, es la coherencia entre el pensamiento y el acto, un modo de comunicarse con los otros. Si arrastramos a Aristóteles hasta la escena política argentina, el nuevo libro de Cristina Kirchner se ubica en el centro de dos escenas clave: la primera es la Cristina Presidenta hablando largo, articulado y con su tonito para muchos irritante por cadena nacional, y la otra es una ex Presidenta, en mute, entrando y saliendo de Comodoro Py indignadísima durante los casi cuatro años de Cambiemos. En ese justo medio se publica Sinceramente, el libro azul de Cristina, firmado de puño y letra en clara competencia con lo que ella, chapada a la antigua, llama “letras de molde” y traduce para las nuevas generaciones como “medios hegemónicos”. Un tomo de 600 páginas que en cuanto aparece se vuelve best seller y que sin necesidad de ser leído funciona como sondeo de opinión. Ni historia argentina de autor a lo Bartolomé Mitre, ni promesario descartable típico de temporada electoral y tampoco un ensayo literario de corte sarmientino para señalar una barbarie, ni siquiera un chetaje.

Como cuando en los programas de TV dicen a cada rato la hora para demostrar que van en vivo, Cristina refuerza el carácter urgente de su texto precisando el momento exacto de su escritura: “Ayer terminé el último capítulo, hoy empiezo  a escribir el primero, estoy en mi casa...” Enlaza escenas de su pasado con Néstor, explica desde las gobernaciones de Santa Cruz hasta su último mandato como si le hablara a la Cristina que pretende que todos tienen adentro. ¿Todo diario íntimo es político? Digamos que inventa un género que incluye charla, digresiones sobre sus series de Netflix favoritas, y también un “Confieso que he gobernado” donde más que logros enumera estrategias de gobierno entre las que se destaca cómo hizo para sortear la peor crisis mundial (2008) sin que Argentina sintiera, como sintió el resto del planeta, que “pasaron cosas”.

¿Dónde se ubica Cristina para escribir o para grabar lo que se ha transcripto tal cual lo dijo? Ni en el balcón de la Plaza de Mayo, ni en el banquillo de Bonadio: Cristina se te instala en un sillón de tu casa, o tras el celular donde hayas descargado el pdf gratis que circula por todas partes y se pone a responderte preguntas que no le hiciste, acusaciones que le hicieron, rumores que creés un poco ciertos, pero sobre todo argumentos que no se te ocurren cuando escuchás barbaridades. Es un testimonio más que una defensa, un viaje a los orígenes del odio. ¿Te molestaban sus políticas, sus efectos en tu vida o las interpretaciones de las mismas? ¿No lo sabés muy bien? El libro es también es un inventario de intervenciones posibles, material para revisar y para responder cuando lo que se llamó grieta se vuelva diálogo. ¿Qué hace tu hija en Cuba? ¿Está enferma o escapa de la Justicia? ¿De qué la acusan? ¿Llegaste pobre a la Presidencia? ¿Cómo fue creciendo tu patrimonio? ¿Cómo ganó licitaciones Lázaro Báez? ¿Por qué no le entregaste a Macri el bastón de mando en el traspaso presidencial? ¿Cómo es que te robaste un PBI?

Los enemigos de siempre

Insisten quienes la leen desde un machismo sin make up, que el libro refrenda sus enfermedades nerviosas. Cristina es bipolar y además sufre del mal de hubris, intoxicación que ataca al poder pero que ¡oh casualidad! hasta el momento sólo se le ha detectado a ella, ni siquiera un dictador genocida mostró síntomas. También se dice que el libro transmite un odio marca Cris y hasta se ha sugerido que su sola aparición en librerías hizo tambalear los mercados. He aquí uno de los primeros efectos no buscados de Sinceramente: el kit de acusaciones (yegua, grasa, puta, asesina de su marido, ocultadora del cadáver, presidenta que simula reunirse con Fidel Castro cuando el cubano en realidad estaba muerto, parte de una asociación ilícita, dueña de bóveda millonaria bajo el suelo patagónico, abogada sin título, etc) comienza a resultar insuficiente para justificar la descomunal deuda contraída con el FMI, la caída de la Industria, las tasas de interés impagables, la inflación, el aumento de la desocupación y la pobreza, la suba del dólar, la represión como método de educación pública, etc.

Pero más allá de los subrayados de quienes no leyeron todos los capítulos, la gran sorpresa es que aquí no hay construcción de la figura del enemigo. Es Imposible negar que el blanco favorito es Macri, nombrado cada dos por tres seguido de la candidata que más mide en las encuestas, María Eugenia Vidal. Imposible negar que todos cobran de refilón: Lilita porque sufre disforia de clase y trabaja para la oligarquía, Lousteau que en un despliegue de eficiencia dijo en tiempos de la 125: “No se preocupen, vamos para adelante que a los agroexportadores no les importa nada  la soja”,  Lavagna, que se mostró temeroso a la hora de pelear con fondos buitres y reducir la deuda a cero, a tantos arrepentidos que sólo se arrepintieron por TV... Pero si medimos en términos de estrategias contemporáneas aquí están faltando los cuadernos Rivadavia que le respondan a los Gloria. Cristina se limita a citar la presencia de Macri y compañía en los Panama Papers, donde ella no figura y hace números en relación a inversiones, devaluaciones express, pero definitivamente se niega a la estrategia de los carpetazos.

¿Por qué no hay ensañamiento? ¿Será que Cristina es la más buena del mundo? Este libro encuentra su posibilidad en un consenso imposible de hallar cuatro años atrás. Cristina escribe sobre un inédito terreno común: el malestar general, la sensación compartida de que de un momento a otro podría explotar todo, de que Cambiemos no cambió para mejor. Y todavía más: si en el fondo de muchas expectativas electorales Macri fue votado para vehiculizar el odio, nada, ni verla presa calmará ese fuego. Sinceramente propone lo contrario: argumentación, números, detalles, comparaciones, digresiones, un discurrir por fuera del ritmo tuitero que obturó el razonamiento a fuerza de binarismos: década ganada/pesada herencia, yegua/gato, cambiemos/se robaron todo. ¿Acaso lo que se ha caracterizado como “la grieta” no es ese punto sin retorno de la gresca familiar, el parloteo de los trolls y el bloqueo de amistades en Facebook que impone un gran silencio?

Y todo eso porque soy mujer

El feminismo sobrevuela el libro como dron más que don controlando los términos en que se va a expresar una corrección y una convicción recién nacidas. Cristina se asume en un grado bajo cero y se reconoce en la más banal y popular de las frases: “Yo soy de las que decían soy femenina, no feminista”. De ahí para adelante aparece la figura de Florencia como activista y educadora de su madre. Cristina aprende y va un punto más: las mujeres no son todas iguales, a las liberales se les permiten más cosas, se les traza otro perfil, a las peronistas no. Pero para una principiante y católica, el capítulo dedicado a Bergoglio resulta un salto muy significativo. Pudiendo haberse pronunciado sobre el tema del aborto en cualquier sector de las 600 páginas, elige hacerlo luego de haber dejado claro su alianza con el Papa. Cristina junta sus dos convicciones y de algún modo sienta como nadie la necesidad de una división entre iglesia y Estado. El título de ese capítulo comienza con una tracción de aquella advertencia de campaña: “Mauricio es Macri” (también circulaba “Francisco es Bergoglio”) que ahora se ha vuelto “Cuando Jorge era Bergoglio y después fue Francisco”. O sea, ese Jorge que atraviesa las otras identidades es el que dialoga con Cristina, quien minimiza las diferencias tremendas que tuvo con Bergoglio y deja clara su relación armoniosa y cercana con Francisco. Sí reconoce (si no ya era el colmo) que pegó el faltazo a los Tedéum para no tolerar los retos del cura, aprovecha su reciente feminismo para endilgar el distanciamiento al machirulismo de Néstor y el sacerdote. Ninguno quería cruzar la Plaza, uno esperaba que el otro fuera a la Catedral o a la Casa Rosada respectivamente y ninguno cedió. Cristina está por encima de esto y así es que cuenta cómo se puso sus mejores galas para entrar al Vaticano más de un par de veces. Cuando termina el relato de romance que podría resumirse como “El Papa es mío” saca el tema del aborto. Nunca estuvo a favor ni lo estará, adora a sus nietos pero habría acompañado a su hija si ella no hubiera querido tener a Helenita. Con este ejemplo que incluye afectos, nombres y apellidos familiares, Cristina demuestra que lo de Sinceramente no es un efecto de campaña, que no está dispuesta a agradar a todo el mundo, pero que con la sinceridad se llega mucho más lejos. Que el resto siga dando manotazos debajo de la grieta.