Según el manual de propaganda macrista la recesión y hecatombe económica son eso que le pasa a “la gente” mientras habla de otra cosa. Por lo menos así eran la intención y la estrategia que últimamente vienen fallando. 

El agobio cotidiano, los despidos que cuentan por decenas de miles, los cierres de establecimientos industriales o comercios pegan fuerte. Las personas comunes los padecen, protestan, conversan sobre ello. Como mínimo padecen la angustia, sufren, callan y rumian su bronca. ¿Recordarán lo que viven en el cuarto oscuro? Hagan juego, señoras y señores.

Las manipulaciones oficiales duran poco. Las cortinas de humo se disipan en el huracán de la crisis. Hasta inventos como el crimen mafioso denunciado por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich se diluyen como una gota de agua en un río: rápido y sin dejar recuerdos.

El decálogo de Washington promovido por la Casa Rosada provee fotografías, adhesiones nimias. La cadena oficial de medios privados describe reuniones aburridas y breves con el diputado Daniel Scioli o con el gobernador chaqueño Domingo Peppo como si fueran el Tratado de Versalles o la Cumbre de Yalta o el Congreso de Tucumán… Nadie lo cree, ni siquiera los asistentes. Y lo que es más preocupante para la narrativa oficial: a nadie le importa. Ni en los quinchos, ni en las tertulias de café, ni en las redes sociales se les presta atención. Son un simulacro que, diferencia de otros, carece de atractivo. La sociedad civil atiende en muchos mostradores y se interesa en diversos temas; hasta dos partidazos de la lejana Champions League promueven más paliques que la Moncloa berreta.

A la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner la vieron y escucharon muchas y muchos, sencillamente porque quisieron. Trending topic en las redes, boom en el deprimido mercado editorial, rating en vivo comparable con a una final de Copa Libertadores… la presentación de “Sinceramente” constituyó el hecho político y masivo de la semana. 

CFK no develó si será candidata ni (menos) determinó el resultado de las elecciones. Pero viene ganando el centro de la escena, saltando el cerco de la agresión judicial y del bastardeo mediático.

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Una prosapia herbívora: En la aldea global ningún orador le habla solo (ni a menudo) especialmente, al auditorio que tiene delante. La regla, sencilla, es olvidada con frecuencia por quienes se dejan arrastrar por el microclima. La jornada del jueves escenificó diversas napas de público: la sala Jorge Luis Borges, miles de adherentes dentro o en las adyacencias de la Feria del Libro, los espectadores en vivo por tele o compu, las repercusiones.

Tal vez la mayoría de quienes anduvieron cerca, en la oximorónica Borges o sobrellevando un diluvio bíblico esperaban otro discurso, un talante distinto, el anuncio de la candidatura, vituperios contra el presidente Mauricio Macri o el elenco de Comodoro Py. No se hubieran ofendido, para nada, con una presentación más extensa: treinta y cuatro minutos podrían parecerle pocos. Hubieran celebrado a una Cristina más confrontativa y sarcástica. La tribuna, puramente local, le encareció: “presidenta/Cristina presidenta” o “vamos a volver”. La interpelada escogió un rumbo diferente sin dejarse tentar ni conducir por sus fieles. 

Por lo pronto, también quiso hablar sobre su libro (se subraya “también”). El formato fue, no más, el de una presentación. Contó cómo lo concibió, cómo lo fue plasmando, resaltó el valor incomparable de la palabra escrita. Compartió una vivencia, cree este cronista, que asalta a quien va haciendo un libro. En algún momento, el texto cobra algo así como vida propia, redefine límites y temas, se los impone o propone a quien lo concibe.

El mensaje político, el primordial, convocó a la templanza, en cierta manera a “la unidad” que no mencionó. Cristina reserva su decisión final aunque a cada paso la sugiere. Ahora agregó a su texto la necesidad del “contrato social” (otro libro exitoso, bromeaba a la salida el sociólogo Horacio González). Un acuerdo que presupone concesiones entre sectores, sin la falaz neutralidad de los políticos (que para algo representan) pero reconociendo la necesidad de un proyecto común. Etapista (“con metas verificables y cuantificables”) e inscripto en una de las prosapias alegadas por el peronismo. El kirchnerismo, encarnado en su líder, ensalza al Pacto Social del último gobierno de Juan Domingo Perón. En el libro, Cristina se pintó como “la yegua herbívora”. Retoma una ironía polisémica de Perón que refería (entre otras variantes perdidas en la bruma de la historia) a su intento pacificador después de 18 años de proscripción, exilio y casi siete de dictadura militar. 

La remisión escrita se incrusta en centenares de páginas. Sus adversarios o detractores la juzgaron irrelevante o falsa. Tradujeron “Sinceramente” como un alegato rencoroso y vengativo. Uno no lo entiende igual pero la libertad de opinión y el pluralismo son sagrados. En el nuevo capítulo, la versión oral, los dichos y los modales de Cristina aleccionaron a la fuerza propia. Dicho en jerga:  Cristina “bajó” consignas para la campaña o para hacer política en la inmediato. El argentino medio propende a (y es hábil para) para decodificar mensajes. 

Las alabanzas-caricias al ex Jefe de Gabinete Alberto Fernández guiñan al “ala moderada” del kirchnerismo, deponen enconos y suturan separaciones previas. 

Las merecidas menciones halagüeñas al Plan Jefas y Jefes de Hogar vinieron en combo con la recordación del presidente “doctor Eduardo Duhalde” y su ministro de economía, Roberto Lavagna. Un gesto amable hacia dos figuras insospechadas de sumarse al Frente patriótico impulsado por el kirchnerismo.

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El tono y la escucha: Jamás podrá saberse si Cristina Kirchner supuso el impacto causado a partir de la publicación. Ella dijo que eligió el 9 de mayo para rememorar el aniversario de su casamiento. Vale, pero el lugar y la cercanía con el cierre de listas habrán integrado el cálculo. CFK meditó la jugada, supo lo que buscaba. Quizás el resultado superó las predicciones más optimistas.

 En cualquier caso, rompió el trabajado silencio con un libro y un discurso de tono mesurado, con un bosquejo de propuestas para el futuro. Se inclinó por un estilo conversador, desalentó los aplausos intermedios. Vista desde adentro de la sala, se corroboró de nuevo que cuando Cristina habla, cunde un silencio que revela escucha.

Es la principal dirigente opositora con votos, lo construyó en años signados por persecuciones. En los meses recientes Cambiemos endurece su faz: Macri se descontrola con frecuencia, Carrió desbarranca y falta el respeto. Hace unas semanas el oficialismo orbita en derredor de su contrincante, algo desaconsejable en campaña.

Fue menguada la concurrencia de dirigentes justicialistas no K, se ignora si por falta de invitaciones o por voluntad propia. La verdad número 22 indica que es de buen peronista correr presto en auxilio del ganador. Si Cristina va prevaleciendo en las predicciones o las encuestas las adhesiones aumentarán aunque muchos compañeros federales siguen reacios. Su electorado potencial aún subsiste aunque sería aventurado hablar de porcentajes. 

Sueñan con ampliar la avenida del medio: de momento les faltan programa, discurso, algún referente que le saque ventaja e ínfulas al resto. Mirarán con ansia y atención qué pasará en Córdoba (ver nota aparte).

En la semana que viene se conocerá el índice de precios al consumidor, exorbitante. La ciudadanía no precisa el dato; ya conoce la inflación, la sufre en carne propia. El Gobierno eludirá el tema, prometerá brotes verdes en mayo o meneará denuncias judiciales. 

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