La desesperación y la angustia ante la fatalidad no se borran de la memoria de Adrián Gianángelo. El único querellante en el juicio por la explosión del edificio de Salta 2141 declaró en el juicio cómo fueron los días previos y posteriores al siniestro en el que su hermana, Débora, falleció. “Ella me salvó la vida, porque ese día nos pidieron que nos quedemos para que vayan a controlar nuestro departamento, que era el único en condiciones; y me dijo que ella se quedaba, que fuera a trabajar”, dijo el joven que cumplía 30 años cuando le anunciaron que su “hermanita” fue encontrada sin vida, dos días después del estallido. “A mí, calle Salta no me la contó nadie. Yo lo viví”, sollozó en una sala de silencio cerrado. También recordó que vio cómo estaban los caños de gas en el gabinete y aseguró que un reclamista le dijo “que estaban podridos y que iba a volar todo”.

Adrián y su hermana menor, estudiante de derecho, alquilaban en el 3° C. “El nuestro, era el único departamento habilitado porque semanas antes lo adaptaron a las normas por un problema que tuvimos. La tarde anterior al hecho, Norma Bauer (administradora imputada) me dijo en el palier que nos quedemos porque usarían ese departamento para habilitar todo el edificio”, tras el cambio de regulador.

Su problema empezó el 28 de junio. “Me atrasé en el pago y me cortaron automáticamente. Me crucé con el portero y me dijo que dejó entrar a los inspectores de Litoral Gsa que pusieron el cepo”. Así comenzó el trámite de reconexión del servicio que incluía una visita de inspectores para ver las condiciones del departamento. Las constataciones de la empresa dieron cuenta que “el calefactor no tenía salida y tenía pérdida; el calefón quemaba mal, la cocina no tenía caño fijo sino flexible; y en las habitaciones faltaban rejillas de respiración”. Tenía un mes para poner todo en regla. La dueña y la administración se hicieron cargo. “Fueron (José) Allala y Gauna (un plomero) a hacer los arreglos, entre el 15 y el 20 de julio”, recordó.

Gianángelo señaló que Gerardo Bolaños, uno de los reclamistas imputados, le habilitó el servicio. “Con una llave especial sacó el cepo. Los caños estaban por arriba de nuestra cabeza. Los vi podridos, con óxido, pintados de negro solo por abajo para tapar el óxido”, aseguró sobre lo que vio y lo que le dijo el reclamista.

“El 25 de julio llegué y no había gas en el edificio. Mi hermana me dijo que una vecina supuestamente tuvo pérdidas. Nos dijeron de todo, porque pensaron que era mi hermana la que llamó”. Al día siguiente, estuvo durante los arreglos de la fuga. “Vi a Allala trabajando y me mostró un líquido con detergente y burbujas, y dónde estaba la pérdida. Era en el niple y en el codo. Como no tenía una llave, martilló un montón de horas la llave. Muchos vecinos vieron eso. Incluso, muchos de los que murieron, como Santiago Laguía, Estefanía Magáz”, recordó. También dijo que “entre dos personas hacían fuerza para abrir la llave”; y que los que estaban trabajando decían que el “repuesto no existía más. Lo tuvieron que tornear”.

Tras aquella reparación, “se constató que estaba todo bien, pero ni siquiera usaron una luz para ver bien. Les pregunté a los de Litoral Gas por qué no alumbraban, y dijeron que no hacía falta. Tampoco subieron a ver ningún departamento”, aseguró.

En su vivienda, la llama era “muy débil”. “Andaba todo mal. No nos podíamos bañar, en lo de una vecina el calefón hacia explosiones, tardaba 40 minutos para calentar el agua de la pava. Ahí empezó todo lo del cambio de regulador”, recordó sobre el reclamo que varios vecinos hicieron a la administración.

Por esos días, señaló que “se dijo que Gauna cobraba muy caro, y que buscarían un matriculado. Bauer estaba pegando carteles para decir que nos quedemos en casa para que un gasista revise los departamentos. Norma me dijo que estaban viendo presupuestos. Las opciones eran dos de 50 o uno más grande”. Sobre la semana antes del 6 de agosto, recordó: “Ya teníamos miedo, comentábamos las irregularidades y se lo dijimos a Carlos Repupilli (el abogado de la administración)”.

Aunque no participó de la reunión con el gasista Carlos García, un propietario le contó que éste era más barato y que dijo que “era una boludez; que en dos horas lo solucionaba”. El cartel que vieron pegado en los pasillos del edificio decía que de 9 a 14 estaría cortado el gas para ese arreglo.

“Esa mañana me levanté temprano. Nos teníamos que quedar; pero ella me dijo que vaya tranquilo que se quedaba. En esa época no teníamos un peso”, dijo el muchacho que hacía diligencias en Tribunales. “Estaba en un pasillo del tribunal y me llamaron para avisarme que explotó una caldera en un super cerca de mi casa. Tomé un taxi. Llegué y estaba todo en llamas: mi casa, la entrada, una llama salía de donde estaba el gabinete. Empecé a preguntar dónde estaba mi hermana. Mostraba fotos. Me dijeron que la habían cargado en una ambulancia. Con unos amigos recorrimos morgues y hospitales. Era una desorganización terrible. Volví al lugar. Era un caos todo. Nadie estaba preparado para esto, para lo que se vivió”, revivió. En las horas de espera se instaló detrás del edificio siniestrado. “Aparecían vecinos y mi hermana, no. Aumentaba la desesperación”, recordó. “Los perros buscaban. En un momento vi gente que empezaba a barrer y a acomodar un montículo de tierra porque estaba llegando Cristina y se paralizó la obra. Yo les pedía que busquen a mi hermana, porque ella murió por asfixia”, dijo sobre lo que supo el 8 de agosto. Antes de terminar, les dijo a los jueces: “Les vine a contar lo que pasó, porque a calle Salta a mí no me la contaron; yo lo viví antes y después”.