A la conquista del Congreso, el documental estrenado hace unas semanas en Netflix que sigue la campaña de cuatro candidatas en las primarias demócratas de 2018, tiene toda la épica de lo imposible. Como suele suceder en los grandes relatos clásicos, son los obstáculos y las desventajas de la travesía los que engrandecen la gesta, la hacen visceral y emotiva, ponen en medida lo que significa asumir un verdadero desafío. Parece difícil que la campaña de un grupo de mujeres que deciden tomar protagonismo en la política de los Estados Unidos desde los márgenes, enfrentando estructuras partidarias y dinero corporativo, pueda resultar fascinante más allá de todos los resultados. El mérito no es solo de la directora Rachel Lears en el seguimiento de sus personajes y en el manejo de la tensión del relato, sino sobre todo de Alexandria Ocasio-Cortez, figura clave de la campaña neoyorkina por una banca en el Congreso, pero también portavoz de un ideario sólido y disruptivo en la anomia política actual de eslóganes y frases hechas. 

Todo comienza con la presentación de esta nueva clase política. La palabra “nueva” asociada a la política desde hace tiempo que despierta sospechas de disfraz o neoliberalismo. Es que ese fue el artilugio de la dirigencia que asomó en los 80, en Estados Unidos y en el mundo, desde afuera de la arena política tradicional: desde el mundo de los negocios, desde Wall Street, desde la farándula o el deporte. Pero en el 2018 surgió una camada de candidatos que asomaban desde la vida civil para pelear un lugar en sus respectivos distritos: miembros de la clase trabajadora que rompían la hegemonía que determinaba que casi el 80 por ciento de los candidatos fueran hombres, blancos, millonarios y abogados. Según contó Rachel Lears en varias entrevistas, después del triunfo de Donald Trump en 2016 se puso en contacto con organizaciones como Brand New Congress y Justice Democrats, dedicadas al patrocinio de candidatos no tradicionales en las elecciones de medio término para erosionar esa hegemonía instalada. Como señala Manohla Dargis en su crítica para The New York Times, Lears seleccionó a cuatro postulantes para la campaña demócrata de 2018, cada una de ellas con una historia de vida interesante, un oponente imbatible y una plataforma progresista. Ahora solo quedaba seguirlas en esa carrera. 

Lears, quien además escribió y produjo el documental –junto a su esposo Robin Blotnick, que se reservó el rol de editor–, entendió que la clave de su historia estaba en seguir con su cámara a cada una de sus candidatas, verlas en campaña, poner en imágenes su trabajo, pero al mismo tiempo contarse y contarnos porqué decidieron entrar en la política. Ellas son Paula Jean Swearengin, de Virginia Occidental, Cori Bush, de Missouri, Amy Vilela, de Nevada, y, por supuesto, Ocasio-Cortez de Nueva York. Cada una de ellas esgrime la decisión de ganar y no de ser meramente una opción posible. Sus motivos combinan las tragedias personales –Vilela perdió una hija en el hospital por no tener seguro médico–, la experiencia en su comunidad –Bush recoge los sucesos de Ferguson, la ciudad en la que fue asesinado un joven negro a manos de la policía–, el compromiso por revertir la situación de sus estados –la región de Virginia por la que pelea Swearengin es severamente afectada por la contaminación de las mineras–, y la emergencia de un discurso capaz de articular ideas y logros concretos, demostrando que más allá de las historias individuales está la defensa de lo colectivo. Es allí donde emerge la figura de Ocasio-Cortez, quien consigue sintetizar el propósito del documental en la precisión de su discurso y la firmeza de su presencia. 

Las primeras imágenes de A la conquista del Congreso la muestran frente al espejo, preparándose para una aparición pública. “Para las mujeres, arreglarnos es un acto que involucra muchas decisiones sobre cómo vamos a presentarnos ante el mundo”. Más allá de protocolos de vestimenta o de estrategias comunicacionales, lo que Alexandria Ocasio-Cortez logra en escena es transmitir su voluntad de llevar a la práctica sus ideas. Lears deja en sus manos su propia figura, la entrevista con su familia, muestra videos hogareños de su infancia y comparte sus horas en el bar donde trabaja o haciendo campaña en las esquinas. Ocasio-Cortez utiliza la palabra “clase trabajadora” en varias de sus intervenciones, y deconstruye su significado con inteligencia y apelando a la participación de la ciudadanía de su distrito, celebrando la ocasión de las primarias como una jornada de elección en la que ella es solo una de las más visibles participantes. 

Es interesante cómo la emergencia de su figura en el escenario político queda capturada en el registro de la película. De origen latino y habitante del Bronx, Ocasio-Cortez es una outsider en todos los sentidos. Su madre fue empleada doméstica, ella trabajó para pagarse sus estudios luego de la muerte de su padre, sus ideales se modelaron con el pragmatismo de quienes enfrentan la adversidad. Joven, aguda, de rápidas respuestas y consistente plataforma política, su discurso esgrime los resultados de esa experiencia: la salud como derecho humano, la abolición de la política antiinmigratoria, la conquista de un salario digno, el acceso libre a la educación. El oponente de Ocasio-Cortez en Nueva York es Joseph Crowley, un referente del Partido Demócrata, quien ocupa una banca por el distrito 14 desde el 1999, no vive ni en Queens ni en el Bronx, y concentra su discurso en términos nacionales, en oposición a la figura de Trump. Además, como la mayoría de los candidatos de la política estadounidense, recibe los apoyos de los tres poderes que gobiernan desde afuera la arena política: Wall Street, el negocio inmobiliario y las corporaciones farmacéuticas. Es esa posición segura la que Ocasio-Cortez pone en jaque de manera inesperada, con la fuerza de aquellos que fueron subestimados. 

El documental consigue la tensión necesaria en sus tramos finales en el acelerado progreso de las campañas y los resultados definitivos de las elecciones. Pero más allá de ese suspenso, el gran hallazgo está en el descubrimiento del personaje desde su gestación. En entenderlo más allá de su fascinante irrupción en escena y de la pregnancia de su imagen: en capturar el vigor de su convicción y la determinación de su llegada. “Presentarse para ganar” son las palabras que subyacen a ese recorrido, aunque no siempre sea de inmediato, o en el primer intento. Lo que cuenta es el atrevimiento a quebrar esa hegemonía sin demasiadas cartas a favor, pero con la certeza de que pueden ser bien jugadas.