Desde Brasilia

Jair Bolsonaro trastabilla. Se le enredó la lengua cuando finalizaba un discurso pronunciado el jueves en Dallas con la frase –destinada a quedar en los anales de su paso por el poder– “Brasil y Estados Unidos encima de todos”. Fue durante un almuerzo con empresarios en esa ciudad tejana y no en Nueva York como estaba previsto inicialmente porque allí es visto como una persona no grata repudiada por su alcalde, el precandidato presidencial por el partido Demócrata Bill de Blasio,  agrupaciones ambientalistas y de la comunidad LGBT que habían prometido realizar actos en su contra.

Antes de confraternizar con petroleros y banqueros declaró a un grupo de periodistas que las movilizaciones lideradas por estudiantes el último miércoles en unas doscientas ciudades brasileñas fueron cosa de “idiotas útiles”. En este caso habló a los gritos con una modulación muy distinta al tono inseguro, genuflexo, empleado en el banquete con los tejanos, donde dijo “queremos a los empresarios norteamericanos de nuestro lado” y prometió , a través del ministro de Economía Paulo Guedes, una privatización encubierta del Banco de Brasil mediante la fusión con el Bank of América.

La noticia de las movilizaciones en los 27 estados brasileños opacó el impacto del evento en Dallas al que ni siquiera fue el secretario de Estado norteamericano, el republicano Mike Pompeo, pese a que era uno de los convidados especiales pues iba a recibir el premio a la personalidad del año junto a Bolsonaro. El presidente estaba enardecido contra los manifestantes a los que consideró “manipulados” por el Partido de los Trabajadores que en decenas de concentraciones donde, recordó, se desplegaron pasacalles con el lema “Lula Libre”. Que no haya podido desembarcar en Nueva York mientras cerca de dos millones de manifestantes en unas doscientas ciudades brasileñas se reunieron para repudiarlo demuestran que el militar jubilado es un fiasco al frente del Palacio del Planalto.

Lo visto en las avenidas de  San Pablo, Rio de Janeiro y Brasilia revela un descontento social amplio porque detrás de los estudiantes había profesores, sindicalistas y padres de alumnos. “Fui a la Avenida Paulista  con mi nieto de 14 años, hacía años que no estaba en una concentración igual, impresionante la cantidad de gente,  muchos chicos de las escuelas privadas, de clase media al lado de los que venían en grupos de las escuelas publicas, profesores de la Universidad de San Pablo (estatal)  y muchos de las privadas, estaba la rectora de la Pontificia Universidad Católica (la más importante privada del país) , Maria Abib Andery”, le contó a este diario Adriano Diogo, ex presidente de la Comisión de la Verdad sobre la dictadura de San Pablo.

Desde la mañana del miércoles decenas de miles marcharon por la avenida principal de Brasilia donde hubo un alto acatamiento a la huelga en las escuelas primarias y secundarias, y un cese total en la Universidad de Brasilia (UNB). “Bolsonaro tiene una fijación con la UNB por su historia de enfrentamiento a la dictadura, que nos costó la intervención militar, y ahora estamos preocupados porque se dice que quiera intervenirla de vuelta con cualquier excusa”, señaló el médico José Lorenzo, de la Asociación de Docentes de la UNB, entrevistado por PáginaI12.

El paro de la comunidad educativa del miércoles 15 de mayo, del que ya se habla como el 15M, fue  una revuelta pacífica contra el régimen que tal vez haya dado inicio de una fase de ascenso de la resistencia democrática y popular. El recorte al presupuesto universitario se suma a una desocupación y subocupación que afecta a 28 millones de trabajadores (13 millones son desocupados puros), un crecimiento económico que ya se proyecta entre el 1,1 y 1,5 por ciento contra el 2,5 prometido a comienzos del año y un escándalo de corrupción y posible vínculos con las “milicias” paramilitares que envuelve a Flavio Bolsonaro, hijo y apadrinado político del mandatario. 

“La medida de fuerza del miércoles fue el mejor arranque posible para calentar a la militancia  hacia la huelga general del 14 de junio contra la reforma previsional (...) la mayoría de los brasileños ya comprendió que este gobierno atiende a la parte más rica de la sociedad”, declaró Douglas Izzo de la Central Unica de los Trabajadores.

Bolsonaro profesa un desprecio viceral por los universitarios a los que asocia con el “marxismo cultural” que habría  tomado cuenta de las casas de altos estudios. Frente a ese enemigo imaginario su estrategia es acabar, o hacer tanto daño como sea posible, en las universidades aduciendo que no hay presupuesto al tiempo que promete construir colegios militares.

 Su flamante ministro de educación, Abraham Weintraub, llegó a decir que el recorte del presupuesto era una forma de escarmiento contra las facultades donde hay  “balburdia” (desorden, quilombo), incentivada especialmente las carreras de ciencias humanas y sociales. El primer titular de esa cartera, profesor Ricardo Vélez Rodriguez, propuso en sus poco más de tres meses de gestión que los libros escolares quiten las referencias a la dictadura militar, la cual en su definición fue un “régimen democrático de fuerza” y aseguraba que las universidades eran “antros bolivarianos”.

Bolsonaro obtuvo buenos resultados electorales el año pasado sustentado en las fake news y unos argumentos disparatados que lograron captar el voto de 57 millones de ciudadanos, una parte de los cuales ya dejó de creerle de acuerdo a los que indican todas las encuestas en las que perdió unos quince puntos de popularidad. El viernes, al regreso de Texas, divulgó un artículo reconociendo su incompetencia para llevar adelante un país “ingobernable” y pidió que “Dios nos ayude”.

El texto ambivalente se prestó a varias interpretaciones: unos lo entendieron como una forma de incitar a sus seguidores a una movilización oficialista el 26 de junio a otros les recordó una carta escrita por el efímero presidente Janio Quadros que cayó ocho meses después de asumir en 1961. Los ejemplos de Quadros y Fernando Collor de Mello, que gobernó entre 1990 y 1992, son citados frecuentemente en los despachos del Congreso y las mesas de algunos restaurantes caros de Brasilia frecuentados por funcionarios y jueces.

El futuro de Bolsonaro se presta a dudas especulaciones de todo tipo –incluso la que habla de un autogolpe– al tiempo que parte de sus aliados toma distancia del gobierno y los medios dominantes le dedican editoriales  cada vez más duros. Por ejemplo el publicado el viernes por el Folha de Sao Paulo que, jugando con su frase sobre la protesta de los “idiotas útiles”, se refirió al presidente como un “idiota inútil”.