Desde Cannes

Si hay algo en lo que Quentin Tarantino se ha especializado en sus últimas películas es en reescribir eso llamado Historia, con mayúsculas. Y reescribirla en plan de Venganza, también con mayúsculas, como si se tratara de uno de esos spaghetti westerns que forman parte de su educación sentimental. Lo hizo en Bastardos sin gloria (2009), donde la plana mayor del nazismo ardía en llamas gracias al fuego purificador del nitrato con el que se hacían las copias de las películas en los años ’40. Volvió a hacerlo en Django sin cadenas (2012), en la que un improbable cowboy afroamericano ajustaba cuentas a sangre y fuego con el más violento esclavismo de su país. Y ahora lo hace una vez más con Once Upon a Time… in Hollywood, que –25 años después de la Palma de Oro a Pulp Fiction-- acaba de tener su estreno mundial en el Festival de Cannes, con Leonardo Di Caprio, Brad Pitt y Margot Robbie devorados por los paparazzi de la Croisette.


Es muy difícil hablar de la película, proyectada en una gloriosa copia en 35mm, sin revelar algo fundamental de su trama. Y es por ello que Tarantino --en una amable carta a la prensa reunida en el festival, que se distribuyó por redes y también fue leída en inglés y francés a quienes asistían a las funciones en el Palais des Festivals— pidió encarecidamente no adelantar nada que pudiera frustrar esa experiencia. “Amo el cine. Ustedes aman el cine. Es el viaje del descubrimiento de una historia por primera vez”, escribió Tarantino. “Estoy encantado de estar aquí en Cannes para compartir Once Upon a Time… in Hollywood con el público del festival. El elenco y el equipo han trabajado muy duro para crear algo original y solamente les pido a todos que eviten revelar cualquier cosa que pudiera impedir que quienes la vean después experimenten la película de la misma manera. Gracias”.

Si hubiera que respetar a rajatablas el pedido de Tarantino –quien deliberadamente excluyó de su carta la maldita palabra “spoiler”, nacida para las series de hoy, a las que debe considerar sus enemigas-- casi no se podría decir mucho más que la lacónica sinopsis oficial, que es la que figura en el sitio web del festival: “La estrella de televisión Rick Dalton y su doble Cliff Booth, con quien ha trabajado desde hace mucho tiempo, continúan su carrera en una industria que ya no conocen”. Sin embargo, se puede contar algo más sin faltar a ese contrato moral que pide el director.

Corre el año 1969. Durante la última década, Rick (Di Caprio) y su amigo Booth (Pitt) se han ganado bastante bien la vida trabajando para la televisión, en distintas series (como “El FBI en acción”) y en especial con una que hizo de Rick una estrella del western: “Cazador de recompensas”. Pero un histriónico agente de relaciones públicas (Al Pacino, en una aparición especial, de apenas un par de escenas), convence a Rick de que en la pantalla chica ya no tiene futuro y que lo mejor que puede hacer es mudarse una temporada a Roma, donde no le va a faltar trabajo arriba de un caballo y batiéndose a duelo con villanos mucho peores a los que está acostumbrado. (Cualquier semejanza con lo que sucedió con el protagonista de la serie Cuero crudo, un tal Clint Eastwood, no parece casual).

Como suele ser costumbre en el cine de Tarantino, el relato no es lineal y va y viene virtuosamente en el tiempo y en el espacio, aunque a la manera de Los ocho más odiados el director nunca apura el paso, al punto de que la película dura 159 minutos. Se ven jugosos fragmentos de las series de las que participa Rick (en los que aparecen algunos actores habituales en el cine del director, como Michael Madsen) y también las bambalinas de algunos rodajes. Entre ellos, uno particularmente muy divertido –con Kurt Russell en la silla del director-- en el que el “stuntman” que compone Brad Pitt como si fuera un vaquero con camisa hawaiana se trenza a los puñetazos y patadas con el recordado Kato que Bruce Lee hacía en la serie “El avispón verde”.

Hay mucho color local y previsiblemente infinidad de memorabilia en Había una vez… en Hollywood (el título de estreno en Argentina, previsto para el 22 de agosto), con referencias de todo tipo a películas y series de esa época, tantas que sería casi imposible enumerarlas, por más que alguien se tomara el trabajo de hacerlo. Algunas, sin embargo, tienen más relevancia que otras porque se supone que forman parte del “panteón” personal del propio Tarantino, como la serie Mannix. Y otras no sólo porque representan cabalmente ese año crucial que fue 1969 sino porque aunque hoy están definitivamente olvidadas, como Las demoledoras (The Wrecking Crew), había allí una rubia muy llamativa llamada Sharon Tate, que en la película de Tarantino interpreta nada menos que Margot Robbie.

Más allá de esa celebración de la cultura pop de su época cómo sólo Tarantino está en condiciones de hacerlo, el núcleo de la trama es –al modo de Bastardos sin gloria y Django sin cadenas— contrafáctico. ¿Qué hubiera pasado si en vez de suceder lo que sucedió hubiera pasado otra cosa distinta? ¿Y si Roman Polanski y Sharon Tate, que por entonces esperaba su primer hijo, hubieran tenido por vecino a ese actor de spaghetti westerns inventado por la imaginación afiebrada de Tarantino?

Conviene no seguir planteando preguntas porque de ser así se corre el riesgo de impedir el “descubrimiento” que Tarantino quiere que para cada espectador sea su película. Pero en todo caso bien vale un interrogante más: ¿qué pensará Polanski cuando vea Había una vez… en Hollywood? Alguna consulta incómoda de esta índole tuvo que enfrentar el director en la atestada conferencia de prensa de apenas 30 minutos que dio en el Palais des Festivals de Cannes, rodeado por Di Caprio, Pitt y Robbie. Quizás entrenado por su jefe de prensa, Tarantino trató de ser lo más simpático que pudo cuando no se tocaba el tema y se hablaba de sus películas y directores favoritos, como el italiano Sergio Corbucci. Pero se mostró particularmente seco y cortante cuando la pregunta podía ponerlo en problemas. ¿Quiso o pudo hablar con Roman Polanski de la película? “No”, dijo sin pronunciar otra palabra que esa. ¿Dudó en algún momento acerca de si estaba haciendo lo correcto cuando escribía el guion? “No”, volvió a retrucar sin agregar nada más.

Fue un poco más explícito cuando le preguntaron sobre su opinión sobre el cine de Polanski: “Lo vi personalmente un par de veces en mi vida, pero son un fan de su obra. Es uno de los grandes”, dijo muy serio. ¿Y por qué piensa que esa matanza que perpetró el clan Manson sigue siendo de interés, después de tantos años? “Creo que seguimos fascinados por lo que sucedió allí y que se siguen haciendo tantos documentales sobre el tema porque cuanto más investigamos y más sabemos, menos podemos entender qué es lo que sucedió. Todo se vuelve más oscuro”, se explayó apenas Tarantino. Y Brad Pitt agregó: “Esa época era en Hollywood un momento brillante, de ilusiones y esperanzas, pero ese circunstancia negra marcó la pérdida de la ilusión”.

Otro momento incómodo fue cuando una periodista del New York Times encaró a Tarantino por el lado del feminismo. ¿Por qué el personaje de Sharon Tate, si es tan importante, apenas tiene unas pocas líneas de diálogo?, lo interpeló. “¡Rechazo esa hipótesis!”, replicó con énfasis y visiblemente nervioso Tarantino. Para romper el hielo, Margo Robbie salió rápidamente al cruce: “Creo que los momentos en los que estoy en pantalla permiten honrar a Sharon”, dijo Robbie. “Fue una tragedia, pero sentí que para mostrar su lado luminoso se podía hacer casi sin diálogos. Tuve mucho tiempo para explorar mi personaje, lo cual es algo interesante. Rara vez tengo la oportunidad de hacerlo”.

Quizás la mejor escena de Había una vez… en Hollywood –y una de las mejores del cine de Tarantino, aunque ésta quizás no sea su mejor película-- es aquella en la que el personaje de Brad Pitt se interna en el destartalado Spahn Ranch donde el clan Manson tenía su base de operaciones. Ese momento tiene toda la tensión de un duelo de un spaghetti western, pero con la salvedad de que aquí los villanos de la película son esencialmente unas chicas muy hippies y muy jóvenes, casi adolescentes. “¿Tienen algo siniestro, espeluznante esas chicas, no?”, se relajó un poco Tarantino cuando pudo hablar de esa escena. “Cuando tenía seis años, fui a andar a caballo con mis padres a un rancho similar, y siempre me quedó la idea de que bien podría haber sido el Spahn Ranch. ¿Por qué no?”