En los últimos días, llama la atención el espacio que han ganado en el prime time de los medios de comunicación dos series de imágenes aparentemente contradictorias entre sí. La primera de ellas se propone generar cierta sensación de tranquilidad y seguridad, y está constituida por noticias ligadas al ejercicio de la violencia "legítima" por parte de la policía o las fuerzas federales. Los videos provistos por los propios poderes públicos ocupan buena parte del tiempo de los programas de noticias y promueven una convalidación social del combate contra la criminalidad al mostrar persistentemente detenciones, operativos "anti-droga" y requisas.

Por el contrario, en la segunda serie de imágenes se trata de una constelación de acontecimientos inusuales y difundidos hasta el cansancio: el asesinato de Miguel Yadón y el Diputado nacional Héctor Olivares -repetido con un video que parecía en formato "GIF"-, las amenazas de bomba al canal Telefé, a la Cámara Nacional de Diputados, a la Legislatura Bonaerense, al Hospital Santojanni, a las líneas de trenes Belgrano Norte, Mitre, San Martín, Roca y la estación Constitución, también el intento de ingreso de un hombre armado (luego se supo que es militante del Pro de La Pampa) a la Casa Rosada y un supuesto artefacto explosivo encontrado afuera de la casa del hijo del fiscal rebelde, Stornelli. Estas imágenes y acontecimientos parecieran devolvernos una sensación de vulnerabilidad, de crisis, inseguridad y de inminente desastre.

Ahora bien, ¿cómo interpretar esta esquizofrenia audiovisual que, al tiempo que busca estimular una sensación de seguridad desparrama permanentemente zozobra, tragedia venidera, sorpresiva e inevitable? La premisa neoliberal que sostiene que las crisis constituyen oportunidades, sin duda otorga algunas claves de lecturas, sobretodo en pleno año electoral.

Milton Friedman, en su libro de divulgación Capitalismo y Libertad, publicado por primera vez en 1962, admite la necesidad de crisis, sea ésta real o percibida, poco importa esa "insignificante" diferencia. Lo que realmente importa es advertir que la aparición de eso llamado "crisis" tiene la potencialidad de producir un cambio real. Es a través de ella que se pueden generar transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales profundas y, por lo tanto, debe ser real o, en su defecto, se deben generar todas las condiciones para que sea vivida como tal. La crisis deja de ser sólo un acontecimiento que debe ser enfrentado, corregido y sobrepasado para pasar a ser un dispositivo: un mecanismo a través del cual se configuran realidades, se producen subjetividades y se gobierna a las poblaciones.

En este marco de discusiones el fundador de la Trilateral, David Rockefeller, señala con absoluta tranquilidad: "(…) estamos al borde de una transformación global. Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial […] de lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos en el pasado, por la soberanía de una èlite de técnicos y financieros mundiales". El neoliberalismo no sólo produce crisis como resultado de sus políticas llevadas adelante con altísimos costos humanos y ambientales, también produce crisis como modo de gobierno. El neoliberalismo no pretende resolver las crisis: las produce porque vive de ellas, constituyen un insumo, las consume vorazmente.

En este sentido, las imágenes que desafían la (¿sensación de?) seguridad pública y social, como el ataque a un diputado o las amenazas a un medio de comunicación, al margen de la veracidad de las confabulaciones detrás de estos hechos, constituyen noticias capaces de alcanzar cualquier sensibilidad. Instalan la sensación de una inminente catástrofe y tornan no sólo aceptable, sino deseable la presencia constante de fuerzas de seguridad de distinta jerarquía: policía federal, policías provinciales, brigadas antiexplosivos, gendarmería, etc. Por ello, no hay esquizofrenia, hay concomitancia que justifica, de este modo, el recrudecimiento de las prácticas represivas y de control generando la sensación que todo está a punto de explotar inminentemente. También mantienen la intención de redireccionar el malestar existente y enrarecer el clima político en el marco de un año electoral, en el cual no le está yendo bien a Cambiemos en ninguno de los distritos donde se han celebrado elecciones hasta el momento y donde una causa de espionaje ilegal enchastra a muchos de sus funcionarios más importantes.

En el medio de esa aparente esquizofrenia nos topamos con Carlos Fuentealba, con Graciela Acosta y Pocho Lepratti, con Darío y Maxi, con Santiago Maldonado, con Rafael Nahuel, es decir, con el accionar del aparato represivo del Estado contra compañeros que debieron salir y tomar la calle en acto de protesta. Protestarle a un Estado Democrático les costó la vida y pareciera que todo está configurado para aceitar mejor las relaciones entre poder político, poder económico y fuerzas de seguridad. Las imposturas de las requisas y los allanamientos y la materialidad de las muertes y los cuerpos abyectos parecen ser la perfecta expresión de un escenario donde las FFSS encuentran legitimado su accionar y una vía libre para actuar discrecionalmente con el objetivo de acallar el conflicto social.

El decreto 683 del PEN de 2018 que habilita a las FFAA a intervenir en conflictos internos dice: "este tipo de agresiones no sólo son de carácter estatal militar, sino que en ocasiones se manifiestan de otras formas que, sin dejar de tener su origen en el exterior, se desarrollan en nuestro territorio y/o tienen efectos en él, afectando intereses que la Defensa Nacional puede y debe contribuir a preservar". Producir una crisis, crear un enemigo y constituir lo represivo como la dimensión privilegiada para conducir la política es crear sujetos voraces, con alta tolerancia a la violencia y dependientes de los esquemas represivos.

Sobrevuela sobre nuestras cabezas la crisis del 2001, el estallido social, la desesperación del desempleo y la pobreza, la quiebra del sistema bancario con los ahorros adentro, el invierno que se aproxima, la miseria de miles que viven en la calle y que piden ya no dinero, sino comida. Tenemos el recuerdo muy fresco de lo vivido por aquellos largos y oscuros años. La pretensión de activar este temor adquiere una pregnancia cada vez más notoria aunque sea sutilmente y a menudo se torne, ridícula. Guardamos como sociedad en nuestras capas arqueológicas colectivas el sentimiento de la tragedia, del dolor, de compañeres militantes asesinades y de la debacle social que fácilmente se despierta con sólo tocar algunas de las notas más trágicas de las melodías del infierno. Y Patricia Bullrich lo sabe. Sabe también que este es uno de los modos en que adquiere protagonismo su figura para disputar al interior de la fuerza política a la que pertenece un lugar de mayor liderazgo.

Si por caso estos nuevos acontecimientos que se fueron sucediendo como efecto dominó y que parecen haberse desbloqueado con el asesinato del diputado de la Nación, pretendieran acentuar el malestar social (redireccionando las causas por las cuales preocuparnos) y afianzar el sentimiento de angustia que ciertos sectores, por múltiples razones, sentimos para descentrar, de este modo, a la política y hacerla jugar en el terreno criminológico y judicial, el anuncio de la precandidatura presidencial de Alberto Fernández y de Cristina Fernández es una apuesta por recentrar a la política en el terreno de las discusiones propiamente tales.

Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. UNR

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