“En la playa de interminables mundos, los niños juegan.” 
Rabindranath Tagore

 

¿En esos mundos existirá un lugar para nuestros niños, en esta Argentina año 2019? Juan (9 años) ante la pregunta de qué es para él la crisis económica, contesta: “Para mí es dejar de jugar...”(Informe Unicef).

Winnicott puntualiza en su libro Realidad y Juego: El lugar de ubicación de la experiencia cultural es el espacio potencial que existe entre el individuo y el ambiente. La experiencia cultural comienza con el vivir creador, cuya primera manifestación es el juego. Y agrega: En cada individuo la utilización de dicho espacio la determinan las experiencias vitales que surgen en las primeras etapas de la vida.

Fernando Ulloa instala en estas primeras experiencias vitales el origen de la crueldad y de la ternura en tanto sostén del sujeto y su posibilidad de vida. La falta de ternura habilita el desarrollo de la crueldad, la ternura es la que va a alojar al niño y le va a posibilitar un universo simbólico a ser habitado.

Un Estado sordo y con objetivos económico-sociales de marginación y de ajuste organiza un dispositivo que se sostiene en la crueldad en tanto no hay otro a tener en cuenta, sus necesidades y su lugar en el mundo.

Tres son los suministros imprescindibles para instalar la ternura y permitir el advenimiento del sujeto. El abrigo para los rigores del invierno, el alimento frente a los rigores del hambre y el buen trato. El trato según arte, enfatiza Ulloa, ya que el cachorro humano se encuentra en un estado de invalidez y vulnerabilidad extrema. El buen trato es la donación simbólica con que se dan los suministros. Es una donación cultural.

La ternura entonces acota ferocidades y lo constituye en tanto sujeto ético. Los suministros necesarios para la vida y el miramiento del niño deben ser garantizados para que se construya un sujeto social.

Los últimos datos analizados por Unicef (marzo 2019) muestran que un 42 por ciento de los niños, niñas y adolescentes viven bajo la línea de pobreza. En el informe se cuenta la historia de Juana, de 9 años. Ella va a la escuela a la mañana. Pero desde el año pasado le cuesta prestar atención porque la panza le hace ruidos. Ella y sus hermanos almuerzan en un comedor y vuelven a la tarde por la merienda.

Esta descripción nos habla de una condición in-familiar, o sea que niega toda condición de protección, de Ley. La definimos como cruel en tanto lo que propone es la exclusión el odio y la eliminación.

Generar sobrevivientes, esa es la consecuencia. Ninguno de estos suministros de ternura están presentes; ni el abrigo, ni el alimento, ni el buen trato.

Ulloa utiliza el término intimidación como consecuencia  de la ausencia de suministros y buen trato, una caracterización que se hace costumbre en este contexto socioeconómico. La intimidación forma parte de esta cultura mercantil; cultura del malestar hecho costumbre; acobardamiento del sujeto. Una comunidad mortificada en la cual se pierde incluso el adueñamiento del cuerpo y la certidumbre de un mañana  y la búsqueda constante de lo básico para vivir transforma el tiempo en algo inmediato y sin futuro.

El individuo aparece despojado de lazo, arrasado; la presencia del desamparo tiene por función destruir cualquier intento de construcción subjetivante, engendrando un sentimiento de desvalimiento que da lugar a la más profunda de las angustias. Se trata de una vivencia de desauxilio, de desayuda, de sentir que ese otro responsable de los suministros indispensables no puede responder al llamado  y que ese otro también está sometido a la violencia.

El capitalismo salvaje organiza este desmantelamiento y aniquilación mediante acciones que no se sostienen solamente en el intento de demoler al otro sino en el desconocimiento liso y llano de su existencia, en la ausencia de todo reconocimiento de lo que se produce en el otro como semejante, la desarticulación de toda empatía. La banalidad del mal entonces es la indiferencia, la posibilidad de un ejercicio de destrucción sin el menor miramiento porque la víctima ha dejado de ser mi prójimo.

Chicos frágiles con adultos frágiles, sin el amparo del Estado y con instituciones devastadas.

Ignacio Lewcowicz plantea: “Existe una crisis del Estado Nación como práctica dominante. Esta destrucción no describe solamente un mal funcionamiento sino la descomposición del Estado como ordenador de todas y cada una de las situaciones. El Mercado lo sustituye y desarrolla otra operatoria: conecta y desconecta lugares, mercancías, personas, capitales sin que esa desconexión proponga un sentido. El agente de mercado no solo está desamarrado de cualquier semejante o complementario sino que está desamarrado de cualquier amarra. Es un punto catastróficamente aislado. El lazo social en el contexto del capital financiero tiende a su máxima dispersión”.

Recuerdo las palabras de un compatriota, Eduardo Galeano, acerca de nuestra niñez:

“En América Latina los niños, niñas y adolescentes suman casi la mitad de la población total. La mitad de esa mitad vive en la miseria. Sobrevivientes. En América Latina mueren cien niños cada hora por hambre o enfermedad curable pero hay cada vez mas niños pobres en la calles y en los campos de esta región que fabrica pobres y prohíbe la pobreza. Niños son en su mayoría los pobres y pobres son en su mayoría los niños. Y entre todos los rehenes del sistema ellos son los que peor la pasan. La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata, casi nunca los escucha, jamás los comprende. Mucha magia y mucha suerte tiene los niños que consiguen ser niños”.

* Psicoanalista. Escritora. Integrante del Centro Cunita de la Comisión de Salud del Instituto Patria.