Su disco, su esperado primer disco, lleva su nombre. A esta joven prodigio, ángel tan rabioso como silente de la escena musical lesbofeminista, integrante de grandes proyectos como Las taradas y La cosa mostra, se la muestra en el arte de tapa de “Lucy Patané” tocando el bajo en el aire, en pleno salto, como si estuviera volando. De fondo, la pared rayada de un estacionamiento da la clave de un recuerdo fundacional, momento temprano de su historia en el que empezaron a sonar con estridencia cuerdas y platillos: “Hay una anécdota de mi infancia –cuenta–. Cuando tenía nueve, mi hermana que tenía once, cantaba en una banda de niñes prodigio que se formó en la escuela y en un momento echaron al bajista, entonces yo dije: voy a ser la bajista de esa banda. Mis viejos me dijeron: pero vos no sabés tocar el bajo. Y yo le dije: sí, sé. Y con unos pocos ensayos estrené con la banda en un patio de estacionamiento de un supermercado de Quilmes, no me olvidó más. Siempre fue importante para mí tocar con otras personas, nunca una institución, mi escuela siempre fue con otres y sentirme un poco incómoda”.

¿Incómoda?

La incomodidad me ayuda a avanzar en todo sentido. A nivel ejecución, yo siempre siento todo como una prueba mortal, como una acrobacia, y eso me prende muchísimo fuego. Eso me hace sentir segura a la hora de ejecutar los instrumentos. Hay algunas personas que fueron claves para asentar mi forma de tocar la guitarra, como Pablo Hadida, de Lapsus, una banda muy de culto, Diego Frenkel, con quién toqué muchos años, y por supuesto no puedo dejar de nombrar a Paula Maffia, que me abrió en gran parte de la cabeza. Y también mi viejo, la persona inicial en conducirme en la música. Este es un disco presentación de lo que soy y de lo que sé hacer, componer, tocar varios instrumentos, producir, grabar, es como una bienvenida a mi universo, a mi arte, la obra soy yo, intentando traducirla en algo que quedó plasmado. Siempre supe que se iba a llamar así.

Te escuché decir en una entrevista que este disco que se fue haciendo de un modo un poco caótico, también es el fruto de que se te haya roto el corazón… 

Los corazones rotos impulsan muchas cosas. Este disco fue bastante caótico, sí. Sentí la necesidad de hacer algo, pero inicialmente no sabía qué. Arranqué sola y ahí sentí la necesidad de otros y otras jugadoras para que se destrabe. No tenía plan, yo iba siguiendo las pistas de lo que con cada tema sucedía. El disco tiene partes de audios muy viejos y demos que hice en viajes, muchas cosas hechas también de una sola toma. Fueron dos años condensados en esos doce tracks. Con respecto al corazón roto, este disco lo empecé a hacer cuando el corazón todavía estaba entero, y al proyecto no le estaba dando la prioridad que se merecía. Y una vez que el corazón se rompió, tuve que agarrarme de todas las cosas que una siente que se tiene que agarrar en esos momentos, el disco fue un lugar en el que pude subir con todas mis maletas, como en un barco todavía sin armar. Yo busqué que cada track me conmoviera y esa búsqueda es difícil de pensar desde lo técnico, simplemente a veces es con la aparición de un error, un ruido, hay que estar muy abierto desde un lugar sensorial para que una canción te atraviese. Entonces por supuesto que fue caótico, yo buscaba eso.

Antes la mencionabas a Paula, y su nombre es indisociable del tuyo, no sólo en cuanto a trayectoria sino también como representatividad artística de la disidencia musical, feminista, lesbiana…

Sí, claro, con Paula siempre decimos que somos ex maridas, ya vamos pasando por todas las etapas vinculares; y siempre la tomo como referente, desde los inicios en que formamos Las taradas y La cosa Mostra, dos proyectos que irrumpieron en la escena, se ve que hay algo que sucede juntas, será su sol en Aries y mi luna en Aries, no sé. A mí me parece muy importante encontrar pares, también está Marina Fages, con quién hice otros proyectos. Yo creo que mi disco en sí es disidente, no tomé ejemplo en absolutamente nada de lo que la industria musical o modas marcan. En ningún momento pensé si el disco tenía que sonar de una manera u otra, tenía que sonar como yo lo tenía en el cerebro y por supuesto que es un disco lesbiano, un par de canciones que te das cuenta claramente que están escritas a mujeres.

¿Y cómo lo tenías en tu cerebro?

En verdad nunca suena como está en el cerebro. Una cosa es el universo que uno puede tener adentro, lo que se imagina como música. Y ahí me parece que la figura de producción está buena para intentar traducir lo que está en la cabeza cuando se baja a la realidad. Es diferente. Intentar ajustar desde la producción ese tipo de detalles es lo que lo hace único. Es raro lo que voy a decir porque yo no tengo deseos en absoluto de gestar un niño, ni de ser madre o padre o lo que sea, pero me imagino que si uno tiene dentro de la panza a una persona, te imaginás los rasgos y después cuando nace, seguramente no es de esa manera, pero a la vez es como tenía que ser. Ese rostro que te imaginabas desaparece en segundos, una vez que le niñe nace. 

El disco arranca con el tema “Toneles”, de una manera poco habitual para un comienzo: como si fuera en la mitad de un tema, en el pico del galope. De ponerle a una imagen yo pensaría en un caballo corriendo a full en mitad de la noche…

Muchas personas me dicen que el disco es muy soundtrack, porque para mí a este trabajo sólo le falta la película. Estoy recibiendo muchos mensajes de gente que dice: lo escuché caminando, o andando en bici, lo escuché en la ruta. Y a mí me entusiasma mucho que pase eso. Para mí no hay dudas de que este viaje arrancaba con este galope.

Tus canciones tienen muchas imágenes. Hay una que se llama “La clavícula”, me dio la impresión de que estabas enojada cuando la compusiste…

No, no estaba enojada justamente. Tenía en frente a una persona que me provocaba esas cosas y fue una manera un poco galante de preguntar y proponer una situación. Claro, estoy pidiendo amablemente que me dé su clavícula para usar de escarbadientes porque me quedaron besitos entre los dientes. Estoy hablando de un canibalismo romántico.

¿Cómo sentís este nuevo canal de expresión, pasar de que las letras de las canciones las compongan otras personas a ser vos misma quien lo hace?

A mí siempre me gustó escribir, hice canciones desde el humor y el chiste, nunca las había hecho en serio. Me inspiré en una persona que escribe poesía y desde su poesía habló mucho del vínculo que tenía conmigo; aprendí el peso de las palabras y me enamora mucho esa situación. Y por supuesto que me dio mucha vergüenza que se escuchen mis letras, creo que eso es muy fuerte. La mayoría de estas son canciones de amor y quizás hay algo de ser canciones privilegiadas…

¿Qué querés decir con eso? 

Yo soy una persona blanca, no sé si clase media o qué, pero me puedo bancar. Y hablo de las cosas que me atraviesan, el amor y el desamor. El lugar que hoy me toca. El año pasado hice una residencia artística en Brasil y también en Perú y el poder conocer otras chicas, muchas afrodescendientes, o de los pueblos originarios, me hizo entender que hay gente que desde el arte canaliza problemáticas que no son las mías. Y descubrir que yo tenía otras cosas para decir que tenían que ver con el amor o el desamor… fue fuerte entender eso. Yo puedo interpretar de un montón de maneras musicalmente, pero expresarme con palabras está mucho más cercano de que te juzguen directamente. Eso puede haber sido un poco lo que demoró la salida de este disco. En los documentales o en los discos, las músicas son instrumentales y eso pudo haber funcionado como un resguardo. Ahora estoy en este viaje para inmolarme con mis letras, de pies a cabeza.

El disco “Lucy Patané” se presenta hoy a las 21 en el Club de Arte Te Empuja, Cerrito 56, Bernal.