El primer día de la materia electiva “El aborto como un problema de salud pública”, en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario, Raquel Tizziani respondió primero al periodismo y a las cámara de televisión. Luego, frente al auditorio repleto, planteó las bases de la materia. Más tarde, se fue a festejar con el equipo. Sabían que estaban haciendo historia. Era la primera materia con ese tema y perspectiva en una universidad argentina. No es una cátedra libre sino que forma parte del contenido curricular, o sea que los alumnos la pueden elegir como parte de su trayecto académico. Tizziani está acostumbrada a dar clases que convocan multitudes. La otra materia, también electiva, es sexualidad clínica. “Es la menos famosa, siempre digo: esa es la que no sale en la tele”, dice Raquel jocosa. Pero sí es masiva. En los márgenes de la academia, esta médica clínica, con formación de posgrado en sexología, se apura a aclarar: “Obviamente que es todo científico, porque no inventamos nada, pero es lo no hegemónico, está por afuera, son contenidos que transitan la periferia porque están dedicados a temáticas tabú y a poblaciones que son excluidas. El abuso sexual en la infancia es un tema tabú, la violación, la violencia de género, la atención integral de personas trans, todo esto transita en la currícula” de sus materias, y cree que en algún momento deberá permear toda la formación. Como médica, proclama el “derecho al placer” y le gusta hablar del clítoris, único órgano dedicado exclusivamente a gozar.

Tizziani asegura que siempre fue una “trans” porque si bien es médica clínica, siempre estuvo cerca de la ginecología y obstetricia en la salud pública municipal de Rosario. Desde hace años transita las consejerías sobre salud reproductiva y aborto, y -de forma más reciente- garantiza las Interrupciones Legales del Embarazo. En la ciudad santafesina se aplica el Protocolo ILE del Ministerio de Salud de la Nación de 2015, que tiene estatus de ley provincial. 

Sobre la cátedra de aborto, de la que es titular porque era la única integrante del equipo con un cargo universitario, Tizziani se apresura en aclarar que la iniciativa fue de María Paula “Pali” Botta, compañeras médicas. La decisión política del entonces decano Ricardo Nidd hizo el resto. El 4 de mayo de 2017, cuando el Consejo Directivo aprobó la materia por unanimidad, se preguntaron ¿ahora qué hacemos? Comenzaron en agosto de ese año, primero con 120 alumnos y en 2018, con 90. Abrieron un camino. Diseminaron su material a otras Facultades, que fueron haciendo sus propias cátedras. El 20 de mayo pasado se formó la Red Universitaria por el Derecho al Aborto (RUDA), en el primer Encuentro de Cátedras Extracurriculares de Derechos Sexuales y Reproductivos de las Universidades Públicas Nacionales, que se hizo en La Pampa.

“Habíamos generado un circuito con Socorristas en Red, con el que había médicas amigables que lograban el acceso al aborto seguro en centros de salud, también sabíamos de profesionales que hacían las ecografías sin hacer escuchar el sonido, de farmacias donde se podía comprar misoprostol sin recetas, lugares donde se podía garantizar el aborto seguro”, relata Raquel, y reconoce: “El motor en ese sentido fue Pali, hicieron una primera reunión en Buenos Aires, en 2015, con otras compañeras que trabajan en el sistema de salud en CABA y las Socorristas y así se fundó la Red de Profesionales de la Salud por el Derecho a Decidir”, cuenta sobre el dispositivo del que forma parte. 

Raquel cursó la primaria en un colegio parroquial de la ciudad de Santa Fe. Siempre tuvo carácter fuerte, se imponía como la mayor, con tres hermanos varones. Ellas los lideraba, ponía los brazos en jarra y no se dejaba pasar por encima. “El quiebre fue al momento de elegir la secundaria, decidí que no quería saber más nada con la religión y fui a una escuela pública”. Así nomás, en la escuela 331 Almirante Brown fue delegada de Derechos Humanos del Centro de Estudiantes. Al terminar el colegio, a los 18 años, se mudó a Rosario para estudiar Medicina. A su juicio, a la carrera le faltaba contenido social y cuando iba por la mitad, entró en crisis con la medicina hegemónica. Estudió tres años Antropología en la Facultad de Humanidades y Arte, donde conoció a pioneras como Hilda Habichayn, fundadora de la maestría Poder y Sociedad desde la perspectiva de género de la UNR, la primera de América Latina.

Y aunque volvió a la carrera que había empezado, lo hizo desde otro lugar. “En Humanidades se terminó de definir la perspectiva de género que me acompañó a lo largo de la formación. Volví a medicina y me metí en el proceso de formación curricular, en la comisión de género, donde estaban Habychain, Susana Chiarotti, Cristina Granero, todas maestras en el tema, y perfilé para la sexología, la educación sexual”, relata su formación académica. En 2000, en la Facultad de Medicina de la UNR se constituyó una comisión para la transformación curricular. La decana era una mujer, Raquel Chiara. “Yo era estudiante todavía y me incorporé para trabajar en los contenidos de un área que se llama Sexualidad, género y reproducción, que forma parte del plan 2001, todavía vigente”, relata. 

Su historia muestra el profundo engarce entre la salud pública y la universidad pública en Rosario. Durante años trabajó en el hospital Roque Sáenz Peña, en la consejería posaborto, y también hizo una formación en México en el método AMEU (aspiración manual indouterina), que hoy aplica en otro hospital público. 

Si bien Raquel Tizziani creció en Santa Fe, los veranos de su infancia transcurrieron en una pequeña ciudad del norte provincial, Vera, una zona más bien árida donde muchos años después una chica de 19 años, llamada Ana María Acevedo, no encontraría tratamiento para el cáncer de maxilar que padecía. Sus padres batallaron para que la trasladaran en ambulancia a la ciudad de Santa Fe, al hospital Iturraspe, donde meses después la joven moriría, sin tratamiento porque los médicos habían decidido no hacerlo para no interrumpir el embarazo que cursaba. La interrupción estaba totalmente permitida por la ley vigente en 2007. “Fue una historia que me marcó mucho porque mis viejos son de ahí y me conozco el pueblo de memoria”, subraya. 

A esta médica que habla con seguridad pero se pone nerviosa ante las cámaras, le temblaban las manos en mayo del año pasado, cuando disertó en las audiencias por la Interrupción Voluntaria del Embarazo, en el Congreso. Se emocionó al referir la muerte de una paciente por aborto inseguro. Estaba de guardia en el hospital Carrasco. “Era una piba joven, tenía una hija ya, estaba separada del papá de la nena, tenía una pareja nueva. El motivo de consulta era fiebre y dolor abdominal con 48 horas de evolución. Decía que tenía diarrea, estaba muy retraída, muy reticente. Hicimos todo el análisis clínico buscando neumonía, infección urinaria, los motivos de consulta más recurrentes. Una vez que descarté todo eso, en el laboratorio le hicimos un Subunidad Beta, que dio positivo. Uno pierde un montón de tiempo si no hay un relato específico, por miedo a las represalias. Cuando le preguntamos: ‘¿vos estabas embarazada?’, ella se puso a llorar y nos cuenta”, revive. La derivaron a un centro de mayor complejidad, donde la chica falleció. “Había visto en las guardias muchísimas situaciones de aborto en curso, atendí mil mujeres. El tema es que ninguna se murió, esta fue la que me marcó. Fue tremendo”, rememora.