El Cordobazo fue un levantamiento popular, una acción de masas; modestas reivindicaciones laborales y un repudio a la violencia policial contra manifestantes terminaron en una pueblada histórica. Fue un hito dentro de una serie de acciones semejantes que recorrieron el mapa nacional. Fue también el acta de nacimiento de grupos armados que pensaban la revolución en los términos –vivos y triunfantes entonces– en los que la había planteado la revolución cubana. El Cordobazo es la recuperación de las relaciones entre el movimiento obrero y el movimiento estudiantil después de la histórica ruptura en los años del primer peronismo. Fue el principio del fin de la dictadura y del comienzo de una inédita radicalización popular y juvenil que terminaría con la dictadura de Onganía y crearía las condiciones para el regreso y el triunfo electoral de Perón. Pero ante todo el Cordobazo fue el mito fundante de una generación argentina. Diezmada en los años del terrorismo de Estado, vilipendiada en los años de la recuperación democrática, habitual e interesadamente reducida al símbolo de los errores militaristas y vanguardistas de algunas de sus expresiones políticas, a la llamada “generación de los setenta”se la pretendió convertir en el símbolo de un pasado violento al que no hay que regresar.

Cincuenta años después nos volvemos a encontrar con aquellas escenas que parecen provenir de un tiempo irreal. Con la imagen de los policías montados rodando en el asfalto después de que los caballos pisaran las bolitas de rulemanes que subversivas manos de obreros y estudiantes habían colocado en la ruta de sus caballos. Volvemos a dialogar con los peronistas Elpidio Torres y Atilio López, con el filocomunista Tosco, con la FUA de Córdoba, con la CGT de los Argentinos de Raimundo Ongaro. ¿Hay algo que conversar con esos fantasmas añorados por el pibe que soñó entonces con la revolución popular, con la “alianza obrero-estudiantil” en su centro? 

“Siempre el coraje es mejor, la esperanza nunca es vana”, supo decir Borges, insospechable de simpatías con los insubordinados cordobeses de 1969. Hace algún tiempo que escuchamos que esas fotos amarillentas perdieron actualidad. Que vivimos los vientos del fin de la historia y de la modernidad líquida y hay que resignarse a  los consejos de la moderación y el diálogo como único lenguaje de la política. Pero la generación del Cordobazo –equívocamente evocada como la “generación de los setenta”– tiene algo más que decir además de la reivindicación de aquella valentía, de aquel inédito desafío a la violencia de los poderosos de este país. La generación del Cordobazo   –mi generación– carente de aquellas energías de la adolescencia y la juventud se resiste a envejecer. Claro que la vejez biológica es inevitable. Pero hay otra vejez, la que se disfraza de sabiduría política y amonesta a quienes resisten, a quienes luchan, con la supuesta prudencia que dan los años. Es la falsa experiencia que reduce la lucha política y el antagonismo a los malos entendidos, a la testarudez de quien no quiere escuchar las razones del otro. Claro que sufríamos los jóvenes de aquel mayo de una suerte de síndrome de la inmediatez, de la inminencia. Creíamos que había nacido un tiempo nuevo, liberador e irreversible y también inmediato. Pero la generación ha madurado. Aprendió a vivir en democracia, a trabajar en las instituciones, a hacer política. Muchos de sus mejores cuadros fueron el objeto de la violencia terrorista de la última dictadura. No faltan tampoco quienes han adaptado sus convicciones a las conveniencias materiales o han adoptado lo que el dirigente político chileno Carlos Ominami llamó “la culpa del sobreviviente” y se dedicaron a perorar contra cualquier posición transformadora utilizando el recuerdo de la tragedia colectiva como argumento a favor del statu quo.    

El Cordobazo puede ser unas efemérides vacías y formales. Puede reducirse a la evocación de furias y de heroísmos que ya no son. Así se ha presentado últimamente la evocación de nuestras guerras de la independencia y de nuestros héroes fundadores. La “modernidad líquida” no concibe héroes ni gestas fundadoras. Su retórica revolucionaria llega hasta el equilibrio fiscal y su utopía es la adaptación definitiva del país a los planes de sus amos coloniales. Sus símbolos son secos, son viejos y gastados, aunque algunos de sus cultores posen como jóvenes exitosos y emprendedores. También hace 50 años había predicadores de la resignación. Había también en aquel tiempo jóvenes viejos. Fueron la rama seca de la generación del Cordobazo. Pasaron de largo de esa escena fundacional y hasta terminaron reduciéndola a un episodio de la “subversión”, recularon frente al acontecimiento como la policía frente a los sublevados de aquellos días.

Esta generación, la del Cordobazo, tiene “tantos hermanos que no los puede contar”, como decía Atahualpa. Los recuerda y en muchísimos casos los llora. Y también tiene a los nuevos emergentes de estos tiempos que muchos soñaban “pospolíticos” y “posrevolucionarios”. A esos que descolgaron los cuadros de los genocidas, a esos que se animaron y desafiaron a ese poder desaforado que los declaró sus enemigos eternos y los condecora diariamente con la prisión, con la persecución y el escarnio. La presencia del Cordobazo, la actualidad del Cordobazo, es la lucha política, la unidad del pueblo, la inteligencia táctica y estratégica que conduce a la victoria. ¿Será una casualidad que los cincuenta años de aquella gesta se celebran con un paro general contra el nuevo plan de entrega y de hambre? Actualidad inesperada del Cordobazo…

El Cordobazo cumple cincuenta años –los cincuenta años de militancia de quien esto escribe– cuando la patria se enfrenta con encrucijadas decisivas, en tiempos en que los cursillistas de Onganía, los evaluadores de polleras femeninas y melenas masculinas y los represores del movimiento obrero y estudiantil han devenido publicistas ingeniosos y desprejuiciados que exorcizan la palabra pueblo y esgrimen las nuevas técnicas represivas. Se los ve ejerciendo la violencia contra los jóvenes en nombre de la revolución de la alegría, saqueando al país y persiguiendo a los disidentes igual que hace cincuenta años, en nombre de la reconciliación y la paz. Un nuevo “nunca más” madura en las entrañas de la sociedad argentina. Consecuente con aquel que condenó al terrorismo de estado, el nunca más de hoy significa la voluntad de construir una democracia definitivamente a salvo de plutocracias y proyectos coloniales. 

La generación del Cordobazo está más viva que nunca, mezclada en la calle con la juventud y sus nuevas banderas y símbolos. En estas horas graves y decisivas del país, la presencia del Cordobazo tiene intención recordatoria pero también potente actualidad.