Si queremos construir una nueva historia que esta vez sí incluya a las mujeres es necesario comprender las razones que las expulsaron. En la Edad Media la obsesión cristiana con la virginidad y la pureza redujo cualquier opción de la mujer laica a profesar algún interés fuera del matrimonio y la vida religiosa. Pero las razones que subyacían eran otras. 

En los primeros siglos de la Edad Media (VI-X) las mujeres desempeñaban un papel fundamental en el proceso de transformación de la sociedad gentilicia a la feudal por ser transmisoras de derechos y bienes. El cristianismo comenzó a ejercer una influencia real en lo referido a las leyes en torno a la familia a partir de la segunda mitad del siglo VIII. La poligamia, el concubinato y el divorcio, prácticas comunes hasta ese momento, comienzan a ser tachadas de paganas por la Iglesia. La prohibición del divorcio influyó positivamente en la reducción de la dispersión de las propiedades del esposo entre una serie de esposas. Las prohibiciones en torno al parentesco promovían uniones exógenas y distantes y evitaban la acumulación de riqueza en un mismo linaje y provocaba donaciones al clero de quienes no contraían matrimonio y no tenían herederos. 

A partir del siglo XII la Iglesia promovió la primogenitura, es decir, convertir en heredero único al primer hijo varón, por lo que era muy común que las familias ofrecieran a sus hijos pequeños para ingresar en los monasterios y que hiciesen donaciones territoriales o monetarias junto con ellos. Las hijas mujeres se verían en la necesidad de ser expulsadas del seno familiar hacia la familia del marido llevando consigo su único valor, su dote o aportación económica, que le sería retenida hasta su viudez y luego controlada por sus hijos para que no haga uso personal. 

En esta misma época se produjo un giro en el sistema de representación religiosa de las mujeres. La visión misógina de la mujer como pecadora nata sigue en pie, pero nuevas imágenes cómo la de María Magdalena, la pecadora redimida, y el auge del culto a la Virgen María parecieron insuflar nuevos aires positivos a la visión de la mujer. Pero sólo buscaba perpetuar un sistema económico. 

Desde la pluma literaria de los monjes se ejerció una influencia cultural enorme al elegir a las mujeres en sus redacciones épicas y literarias como las protagonistas y causantes ineludibles de todas las tragedias que les suceden a los protagonistas hombres. También se construyen los ideales a los que debe alcanzar la mujer de la época: la doncella virgen y pura, el de la buena esposa que se mantiene al margen y no emite sonido alguno ni cuando la rodean las tragedias; y el de la viuda que abandona cualquier placer tanto físico como económico luego de la muerte de su marido, pero todas juntas renuncian a algo que le importa mucho más al clero: el control sobre sus bienes y su autonomía económica. 

Sofía Cirmi Obón: Doctoranda en Historia Medieval por la Universidad de Burgos, España.