Francia es sinónimo de lucha y revolución. En 1789 las masas populares se plantaron ante el régimen monárquico que gobernó durante muchos siglos. La Toma de la Bastilla fue el hecho que marcó el inicio de una nueva era y abrió el juego a los movimientos sociales que gestaron diferentes luchas a lo largo del tiempo.

París, 230 años después: un grupo de jugadoras argentinas llega a la capital francesa en busca de, otra vez, reescribir la historia. Es la revolución de las mujeres, de las lesbianas, de les trans, de quienes quisieron tocar la pelota y fueron burladas, apartadas o castigadas adentro y afuera de la cancha. Pasó más de una década para que Argentina pueda tomar la delantera y animarse a jugar el partido más importante de todos.

Chile fue el lugar de las primeras batallas. El equipo participó de la Copa América 2018 con pocas provisiones y sin apoyo de nadie: la Asociación del Fútbol Argentino destrataba a las jugadoras al punto tal de no pagarles los 150 pesos de viáticos que les correspondían por vestir la camiseta de la Selección y ni siquiera les daba ropa adecuada para la competencia. Las prendas de las chicas eran las que ya no usaban los varones y nadie respondía por esa falta de interés. El escenario era desolador.

El plantel sabía de peleas, claro, porque las mujeres aprenden eso desde chiquitas. Y estas futbolistas no fueron la excepción: las veintitrés jugadoras llegaron a esa instancia luchando, primero, contra cada NO que recibieron a lo largo de sus vidas, contra cada muñeca que les regalaron fieles a los estereotipos, contra cada pelota que no les dejaron patear y contra cada vez que quisieron cortarles el pelo para infiltrarlas en un equipo de varones “porque las mujeres no deben jugar al fútbol”, les decían. 

Mientras la pelota rodaba en la Copa América, ellas seguían batallando y se hacían cada vez más fuertes. Se unieron, armaron un plan de lucha y enfrentaron al patriarcado vestido de dirigentes, esos que durante muchos años solo se ocuparon de enaltecer al fútbol masculino y ocultar al femenino con mucho desprecio. Las jugadoras dijeron basta y tocaron las puertas de la AFA. Quisieron frenar las desigualdades de género y se manifestaron con una foto que recorrió el mundo y las hizo plantar bandera. Una mano en la oreja, el ceño fruncido y un mensaje bien claro: pedían ser escuchadas. Sin saberlo, esa imagen se convirtió en el emblema de esta historia.

En el Viejo Continente, el movimiento de los chalecos amarillos agitó las aguas retomando los valores de la lucha social y afirmando una vez más que Francia es el lugar indicado para cambiar la historia. En Argentina, la rebelión tiene pañuelos verdes. El 8 de agosto del 2018 una horda de mujeres imparables salió a la calle para exigir por el aborto seguro legal y gratuito. Un pedido que sigue vigente y que se extendió hacia cada terreno en el que las mujeres y disidencias sexuales no pueden decidir con libertad sobre sus cuerpos, sus deseos, sus vidas. Un pañuelo verde que es bandera, una bandera que llegó al fútbol. Porque el fútbol es un derecho, derecho a jugar, a decidir, a gozar, a hacer lo que cada mujer quiere hacer. Y lo que no quiere también.

Como en toda lucha siempre hay una abanderada, y fue Macarena Sánchez quien quiso poner el cuerpo y alzar la voz por las que no podían. El 5 de enero de 2019, cuando fue echada de UAI Urquiza sin ningún tipo de respeto, tomó la lucha como propia y se enfrentó con la Asociación del Fútbol Argentino y el club de Villa Lynch exigiendo lo derechos que le hicieron creer que no tenía. Ella pidió ser reconocida como jugadora profesional de fútbol y reivindicó que las mujeres también tienen derecho a concebir el fútbol como una profesión. Tal como hizo la francesa Olympe de Gouges, más conocida como Marie Gouze, quien en plena revolución de su país escribió la Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana y aseguró que “la mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”.

El inicio de la profesionalización ya era un hecho y el fútbol comenzaba a dejar de ser como lo conocíamos. Porque empezó a jugarse distinto, en equipo. Hablamos de sueldos y paridad de condiciones. De apostar al desarrollo del juego y demandar que se suceda en todo el país, porque también quiere ser federal. Este nuevo fútbol quiere ser feminista y disidente. Quiere construir un espacio inclusivo donde las pibas pueden jugar, enseñar o hablar de fútbol sin que un hombre les diga que no, que “eso no es cosa de mujeres”. Este fútbol quiere ser político. Este fútbol quiere ser de todas, todos y todes.

Como en cada lucha, las batallas se expanden a lo largo del territorio. En Noruega, Ada Hegerberg va por todo o nada. La elegida como mejor jugadora del mundo se convirtió en la representante del feminismo en este Mundial: eligió no participar de la máxima competencia futbolística a nivel selecciones para manifestar las desigualdades de género entre los planteles femeninos y masculinos. En 2017 consiguió que la federación y el sindicato equilibraran los sueldos de ambos seleccionados, pero ella sabe que la pelea también “se trata de la preparación y del profesionalismo”. Y que la igualdad no es una condición capaz de desdoblarse: sólo existe cuando hay paridad total entre las partes. Y por ahora no la hay.

Este año Francia entrará en la historia nuevamente. París, la ciudad de las luces, será sede para el cambio de paradigma. Sin dudas las representantes argentinas abrirán el camino a una generación de mujeres libres que podrán jugar al fútbol (o hablar de) y no deberán esquivar las barreras impuestas por la cultura machista que las quiso dejar afuera de la cancha, esa cancha que las pibas continúan ganando de a poco. Esa cancha que quieren nivelar. Esa cancha a la que sólo saltarán 22 jugadoras, pero en la que tirarán pases y harán gambetas millones de mujeres que juegan este partido contra el patriarcado que, todavía, lleva la delantera, pero se enfrenta a un rival inagotable. Jugamos juntas, unidas y organizadas, y no hay dream team que pueda contra eso. 

Sobran los motivos para alentar e ilusionarse con este equipo. Para sumarse a la lucha colectiva y ser parte de este movimiento. Estás adentro o afuera, no hay término medio. Acá el premio mayor no es la obtención del trofeo, es algo mucho más grande. El haber llegado hasta esta instancia, en este contexto y después de haber sorteado muchos obstáculos, es el reconocimiento necesario para no parar nunca más. Cuando el lunes 10 de junio a las 13 (hora de Argentina) la jueza dé el pitazo inicial para el encuentro ante Japón, habrá millones de compañeras jugando junto a ellas. Y eso no es trampa, es sacar ventaja de lo que ya se tiene: y nosotres nos tenemos.