“Sin duda alguna este es el Goya mejor dado”. Al recibir, a comienzos de este año, el premio Goya de Honor por los logros de toda una carrera, Narciso Ibáñez Serrador no pudo evitar colar el sentido del humor. Su salud parecía muy deteriorada y las palabras no lograban surgir con facilidad, pero, a pesar de ello, logró relatar su fantasía: crear un busto del célebre pintor con un botoncito oculto para activar un abanico musical y, de esa manera, competir con la espectacularidad de los Oscar. En la mañana madrileña de hoy viernes, “Chicho” Serrador -como comenzó a conocérselo luego de sus primeros éxitos en la televisión española- falleció a los ochenta y tres años, luego de permanecer los últimos tiempos en silla de ruedas y bajo atención médica permanente. Deja detrás una importantísima estela en el medio televisivo de su país adoptivo como guionista, realizador y creados de ciclos, además de ser el autor de dos únicos largometrajes que han adquirido, con el paso de los años, una categoría de culto insoslayable, influencia reconocida por cineastas de generaciones más recientes como Juan Antonio Bayona y, fundamentalmente, Álex de la Iglesia.

Hijo de otro famoso, el actor y director teatral Narciso Ibáñez Menta -el rostro del horror castillo para varias generaciones de espectadores de cine y televisión, a pesar de haber participado en roles muy diversos-, y de otra leyenda, la actriz Pepita Serrador, “Chicho” nació en Montevideo en 1935 y, apenas algunos años más tarde, tuvo su primer contacto con el cine: su joven voz fue la encargada de doblar la versión en español del conejito del film Bambi. A los doce años se mudó con la familia al país de sus ancestros, pero no abandonó la actividad creativa rioplatense. La legendaria serie de unitarios televisivos de Canal 7 Obras maestras del terror (1959), que de manera casi inmediata serían adaptados al cine con dirección de Enrique Carreras -anticipando en algunos meses el inicio del ciclo Poe de Roger Corman-, sellaría la imagen de su padre en el terreno del terror gótico en castellano e instalaría al joven Chicho como un confiable guionista y realizador televisivo, en una era en la cual el medio aún estaba en pañales.

Ya en España y a mediados de los años 60, le seguirían el éxito de Mañana puede ser verdad, que Serrador había comenzado a desarrollar en nuestro país un par de años antes, siguiendo la muy en boga tendencia de trasladar a la pequeña pantalla relatos de ciencia ficción, y de Historias para no dormir, donde su afición por los relatos breves de terror sería llevada a un grado de excelencia pocas veces superado en la pequeña pantalla. A partir de cierto momento, los episodios eran presentados por él mismo, cimentando su figura de creador de relatos misteriosos y, en algunos casos, tremebundos. Al mismo tiempo, escribió y dirigió algunos capítulos para el prestigioso ciclo Estudio 3, adaptaciones de obras literarias y teatrales contemporáneas y clásicas. Fue entonces cuando comenzó a utilizar el pseudónimo Luis Peñafiel para firmar sus guiones. Hacia finales de esa década estrenó su primer largometraje, La residencia (1969), la historia de un internado para señoritas con más de un secreto entre sus muros, una película rodada en idioma inglés (práctica común en la época, ligada a la distribución internacional) y una muy idiosincrática aproximación al terror gótico cruzado con la violencia psicosexual, que recién un par de años más tarde sería moneda corriente en el cine europeo.

 

Siete años más tarde dirigiría la notable ¿Quién puede matar a un niño?, una de las obras maestras indiscutibles del terror español. Su relato acerca de una pareja de vacacionistas ingleses y el encuentro en una isla española con un grupo de niños muy particulares sigue siendo, hasta el día de hoy, una de las incursiones más potentes y perturbadoras de esa clásica inversión de la literatura y el cine de terror: la infancia como origen del Mal. Con esas dos películas como único legado cinematográfico, “Chicho” Serrador se ganó justificadamente el cielo de la cinefilia especializada. Para otros, especialmente en España, sus creaciones más recordadas seguirán siendo las televisivas, las ya citadas y otras emisiones como Hablemos de sexo o El semáforo, pero muy especialmente Un, dos, tres… responda otra vez, el programa de concursos televisivos que le cambió la cara para siempre a esa clase de emisiones, conjugando inteligencia, creatividad y diversión (además de presentarle al mundo a Victoria Abril).