Días de clima enrarecido. Show de escuchas ilegales, creíbles o de jugarretas infantiles. Carpetazos de esa entidad autonómica que son los servicios de inteligencia. Y otro servicio también permanente, que es el de que toda esa basura sirva como cortina de humo para tapar un andar de la economía entre helado, angustiante y amenazador. Más un marzo con el ceño fruncido, para empezar, porque podrá no haber un aglutinador de la protesta pero sí una tradición de pelea que no le permite descansar tranquila a la comunión gobernante. 

 Uno de los graves problemas de la política argentina es la ausencia absoluta de grandes fuerzas rectoras a nivel nacional. No hay referencias ni referentes macizos. No hay quienes marquen con solidez un rumbo ideológico de sentido abarcador, que por otra parte no parece ser el interés de la mayoría social. Ese grueso parece centralmente interesado en la resolución operativa, a como sea, de una conflictividad cotidiana siempre caracterizada -con sus más y sus menos- por elementos inalterados que van y vuelven sucesivamente según fueren las realidades y percepciones momentáneas y las amplificaciones o manipulaciones mediáticas: inflación, seguridad, empleo, educación (entiéndase conflictividad gremial educativa), corrupción estatal y otros pocos etcéteras. La desaparición del duopolio peronista-radical -que, a grandes rasgos y desde el recupero democrático, expresaba la tensión entre aspiraciones de justicia social y prolijidad republicana- no fue reemplazada por guía alguna de sentido globalmente orientador. Raúl Alfonsín, finalmente derrotado por el entonces incipiente neoliberalismo, fue el significante del retorno a las libertades civiles y la época, sus capacidades o lo que se quiera no le bastaron para su épica de unión nacional y tercer movimiento histórico. El menemato sinceró la cooptación del peronismo por derecha, pero dentro de un esquema tradicional que no sacó los pies del plato PJ. La implosión de su modelo económico entreguista dio paso a un engendro de viudas neopartidario, la Alianza, que sólo cuestionaba los trazos abyectos de la experiencia vivida, como si la corrupción no hubiera sido estructuralmente funcional al sistema. Acabó en una de las instancias más trágicas del país y sobrevino la anomalía kirchnerista, completamente inesperada, que acomodó los tantos hacia izquierda a través de la apuesta al mercado interno, la redistribución del ingreso y gestos muy fuertes de recuperación simbólica contra la oligarquía diversificada. Sin embargo, y sobre todo bajo la influencia de Kirchner aunque también en la mayor parte de los dos mandatos de Cristina, el peronismo se cuadró. A más de sus características fuertemente verticalistas, que reconocen jefatura única y totalizadora, fue así porque él representó la salida exclusiva del infierno y ella una continuidad ratificada en las urnas con un porcentaje demoledor. 

 Los errores de cálculo político y conducción, sumados a la contraofensiva descomunal de las corporaciones económicas desde su brazo mediático, derrotaron a la anomalía. Lo objetivable es que una coalición de derechas partidariamente inorgánica agregó al poder su gobierno formal, por primera vez de manera legítima, pero sin que eso signifique un liderazgo de dirección monolítica ni muchísimo menos. Las fracciones de la gran burguesía que en ella se expresan –complejo agroexportador, sector financiero, tribus industriales– redundan sin ir más lejos en que está clara la existencia de un modelo de ricos pero no de un plan armónico. Son históricamente una clase rapiñera, sin siquiera visos de culposidad socialdemócrata, y toman nota de que Macri es bien antes un emergente mediático que un cuadro conductivo de sus intereses. De hecho, en las cofradías del gran empresariado no consigue ser Mauricio. Nunca. Es el hijo de Franco. Más luego, el peronismo ya no es más que una liga de provechos o desventuras territoriales –hablamos de su carencia como unificador de expectativas, no de la mística que aún podría suponer su mención– y los radicales son una raza clasemediera extinguida, sujeta a retener intendencias  de ciudades bonaerenses, mendigar ministerios, no tener un sola opinión armónica respecto de nada, ocupar cual kelpers listas electorales y sucumbir frente a los serviciales aportes de la doctora Carrió, quien hace rato se fue del otrora partido pero continúa simbolizando al gorilismo que supo mantenerlo, digamos, testimonialmente despierto. Es en este dibujo desperdigado por donde se cuela no la capacidad aunque sí el oportunismo de la coalición conservadora para mantener, en la subjetividad masiva, ciertas esperanzas de destino mejorado. Pareciera –sólo eso– a estar por los márgenes de aceptación o resignación “positiva” mostrados por las encuestas, que al Gobierno no terminan de entrarle las balas no ya de su gestión económica desastrosa si es por los parámetros de satisfacción de las mayorías, tomado todo índice de actividad laboral, industrial, consumo, situación de las pymes. Tampoco le harían mella las evidencias de que su mentado republicanismo fue y es una estafa. El affaire de los Panamá Papers, la detención escandalosa de Milagro Sala, las imágenes de represión contra luchadores sociales, la violación de la ley en la Paritaria Nacional Docente, el discurso facho contra los inmigrantes, tanto más y ahora la impudicia del perdón fiscal al Grupo Macri por la deuda cuando administró el Correo, remiten a una de dos: a “la gente” no le importa –o lo secundariza– porque al fin y al cabo es la mierda habitual de la política, o está combustionando una reacción que el verano disimula y que en o desde marzo, vistos los dientes que empiezan a exhibirse en el campo gremial, se presentará de alguna manera. En una u otra hipótesis, la pregunta es quiénes canalizarían decepción, descontento o viabilidad alternativa.

El único actor político de minoría intensa, que además crece o se consolida en todos los relevamientos electorales, oficialistas u opositores, publicados o reservados, se llama Cristina Fernández. Con eje obvio en territorio bonaerense, la madre de todas las batallas o como desee llamárselo. No por nada se desata contra ella un ataque mediático-judicial despiadado, respecto del que ya no importaría qué puede ser veraz, qué verosímil, qué nimio, qué un invento bizarro. Lo seguro es que no la socavan por ningún otro interés que no sea asentar una idea de corrupción generalizada durante su gobierno, como humo necesarísimo para ocultar un andamiaje actual que, en todo caso igual o peor de corrupto, agrega el ajuste contra los más postergados y contra la propia clase media que nutrió el voto a Macri. Atrapados por esa lógica, el kirchnerismo y la propia Cristina ejercen su defensa denunciando la perfidia del hostigamiento judicial y de prensa, como en el ítem de las escuchas telefónicas que más se asemejan a una versión devaluada del Súper Agente 86 sin perjuicio de su gravedad institucional. O advirtiendo la obviedad de que esa arremetida es un producto distractivo, para esconder el antipueblo de un modelo feroz. Nadie podría negar que es una reacción lógica, azuzada por un momento con mucho más de resistencia que de contragolpe ofensivo. Pero, enmarcado en aquel diagrama político donde ninguna fuerza ni figura tiene proyección sintetizadora, nadie ofrece garantías respecto de alguna desobediencia o propuesta superadoras de esta mediocridad de derechas: Cristina si resolviera ser candidata, el o los candidatos que ella determine o acompañe, o aquellos que enuncien las mejores intenciones de retomar el populismo progre, deben hacerlo superando la recurrente cita de un pasado reciente que se fue. No alcanza eso para construir una nueva subjetividad. La teta de la herencia recibida le da leche al gorilaje, lo cual no cambiará nunca, pero también a los fluctuantes eternos que sucumben a los cantos de sirena. Quienes se dispongan, Cristina incluida, a reedificar un ofrecimiento de poder real, deberán trazar programas e ideas concretos de recuperación. Supondría tragarse sapos varios para abrir la mano (como siempre en la política de todo tiempo y lugar, vamos); tejer alianzas poco simpáticas; esquivar resentimientos personales y de sector. Pero, esencialmente, hacerlo desde convicciones propositivas. Qué con los resortes de la economía, qué con el tipo de cambio, qué con el crédito, qué con el poder adquisitivo, aun cuando sobrevengan, “apenas”, elecciones de medio término. Ampararse en soledad tras lo bueno que hubo no sirve. La historia comprobada demostró que las expectativas populares incluyeron la apuesta por saltar al vacío, en la confianza de que había una parte ya llena y sin retorno. Como fuere, no se reconstruye guareciéndose en la melancolía. Parecería que lo kirchnerista, como expresión de lo más a la izquierda que tolera esta sociedad, no tiene otro argumento que un/su detrás superior al presente. Así no se agranda el arco y es lo que las últimas elecciones testificaron. El macrismo mintió para adelante, pero el kirchnerismo se refugió en que bastaba con el atrás asentado. Esa retaguardia retórica es válida -vaya si lo es, de sólo pensar en 2001- pero la ansiedad o expectación populares se cimentan evidentemente de otra forma. Cristina es norte alegórico, determinación, coraje. Pero para franjas amplias también es cepo, autoritarismo, López, fortunas mal habidas. Una inclinación a aceptar las críticas y los yerros, un accionar que no consista únicamente en el denuncismo de las mafias corporativas, mediáticas, judiciales, quizá sirviera para reconstituir un liderazgo ampliado. 

 Al menos por ahora, a la derecha gobernante le va mejor con un contrincante apenas atento a defenderse. Ese tiempo se agota, por ser un tanto exagerados. Para unos y para otros.