Los tiempos han cambiado y hoy una película como Hatari! sería imposible de filmar, en gran medida por las razones correctas. El mensaje ideológico central de Mi mascota es un león, rodada en locaciones reales de Sudáfrica y sin ayuda alguna de efectos digitales, es claro y directo: las costumbres culturales en el país africano, afianzadas por leyes que continúan sosteniéndolas, permiten la matanza de leones y otros animales de la sabana sin riesgo alguno por parte del cazador, “deporte” favorito de cierto turismo de aventura definitivamente cuestionable. Para dictar la lección y transformarla en un espectáculo cinematográfico, el realizador francés Gilles de Maistre la recubre con el viejo truco de la amistad entre un pequeño ser humano y un animal ídem: la chica y el cachorro de león (blanco, para más datos, toda una excepción con carga mitológica incluida).

Erase una vez una familia, los Owen, recientemente mudados de Inglaterra y radicados en una granja de cría de leones, elefantes y hienas en el corazón del continente africano. El hijo mayor sufre de ataques de pánico nocturnos y la menor, de unos diez años, no logra hallarse en su nuevo hábitat, ni siquiera después del nacimiento de la pálida cría felina. Todo eso cambia radicalmente cuando Mia, golpe de guion mediante, se encariña con el leoncito, relación que comienza a complicarse cuando el animal ya tiene dimensiones (y dientes y garras) no aptas para el jugueteo con humanos y sus instintos animales comienzan a hacer eclosión. Papá John (Langley Kirkwood), el que sabe de esas cosas por tratarse de una tradición familiar, es el más preocupado de todos, aunque Mamá Alice (Mélanie Laurent, la mujer de fuego de Bastardos sin gloria) no puede evitar cerrar los ojos cada vez que su hija se mete en la jaula junto a su mascota.

Rodada con la supervisión de especialistas en conducta animal de manera intermitente a lo largo de tres años, de manera de acompañar el crecimiento natural de bestias y humanos, Mi mascota es un león pasa continuamente del realismo de algunas escenas (la inexistencia de imágenes generadas digitalmente es una virtud nada menor) a cierto tono de fantasía, que irá en aumento a medida que se definan héroes y villanos y el mensaje ecologista empape la trama de manera definitiva. La joven Mia (la actriz sudafricana Daniah De Villiers) ha crecido y sus trece años la empujan a una peligrosa misión de salvataje con resultados previsibles; al fin y al cabo, se trata de una fábula familiar apta para los más pequeños.