Era una tradición que todo nuevo presidente de Argentina y de Brasil empezaran su mandato visitando al presidente del país vecino. Sin embargo, la relación entre los dos países cambió cuando Lula y Néstor Kirchner, recién elegidos, abrieron una nueva etapa.

La política norteamericana había sido siempre la de tratar de separar y oponer a los tres principales países del continente - Argentina, Brasil y México. Trataban de que los gobernantes y las FF.AA. de Brasil y de Argentina consideraran a otro país como su adversario y hasta su principal hipótesis de guerra.

Lula y Néstor establecieron relaciones fraternales y de alianza estratégica  entre los dos países, en el marco de la integración latinoamericana. Se constituyeron como el eje a partir del cual se  fortaleció y expandió el Mercosur, y se crearon la Unasur y la Celac.

Nunca las relaciones entre los dos países se intensificaron tanto, nunca fueran tan cordiales. Y nunca se vivió un tiempo de relaciones tan fraternales, pacíficas y solidarias entre los gobiernos del continente. Y nunca Estados Unidos estuvo tan aislado de América Latina. Porque los países que prosperaban, que disminuían la exclusión social, que promovían procesos de integración regional, tenían gobiernos conscientes de la soberanía nacional y de sus contradicciones con el gobierno norteamericano.

No por casualidad la estrategia híbrida, la nueva estrategia norteamericana y de la derecha del continente se concentró inicialmente de forma directa sobre Argentina y sobre Brasil, el eje de los procesos de integración latinoamericana. No por casualidad fueron en esos dos países en donde han resurgido los gobiernos mas serviles a Washington.

Después de romper con la tradición de hacer su primer viaje internacional a Argentina –antes fue a Chile, a EE.UU., a Israel–, Bolsonaro finalmente se atrevió a ir a Argentina, a visitar a Mauricio Macri. Como la visita había tardado, el presidente brasileño se encontró con una Argentina mucho más deteriorada que hace algunos meses. Ambos se encuentran en situaciones económicas muy similares, pero radicalmente opuestas a las que se encontraban antes con Lula y Néstor, Cristina y Dilma.

Después de renunciar a la visita a Nueva York, por miedo de recibir un tortazo en la cara, según dijo el propio presidente de Brasil, fue  a Buenos Aires. No queda claro quien desgasta mas la imagen del otro. Porque ambos países se encuentran con sus economías en recesión, ambos sufren un desgaste acelerado del apoyo de la población, ambos no pueden exhibir al otro ningún gran logro de su gobierno.

Son la expresión mas acabada de lo que la derecha latinoamericana tiene para ofrecer a nuestros países. Ambos son gobiernos de destrucción: del patrimonio público, del derecho de los trabajadores, de las políticas sociales, de la autoestima de sus pueblos, del imagen de sus países en el mundo.

Cuando se abrazaron en la Casa Rosada, no fue el abrazo fraternal, alegre, solidario entre Néstor y Lula, entre Cristina y Dilma. Fue un abrazo de los que no saben si se volverán a abrazar. Un abrazo de ahogados, de quienes les gustaría ser capaces de ayudar al otro en momentos tan difíciles como los viven ellos y sus países, por culpa de ellos. Pero más que ayudarse, lo que buscan es no hundirse todavía mas, juntos.

Saben que lo que han dicho y creado, el viento se lo llevará. Ni las fotos quedarán. Van a pasar a la historia como nota de pie de pagina, como momento negativo de sus países y de la relación entre los dos gobiernos.

El presidente brasileño no fue recibido con menos hostilidad que la que le demostraron los neoyorquinos. El pueblo argentino, a punto de sacar a Macri del gobierno, tiene total claridad de lo que significa Bolsonaro, de cómo solo fue elegido como resultado de un golpe y de la guerra híbrida, de la prisión de Lula sin ninguna prueba –sin lo cual lo hubiera derrotado en la primera vuelta– y así lo ha recibido. A sabiendas de que ya no habrá un encuentro de presidentes argentino y brasileño tan repudiados por sus pueblos como estos dos.