Desde Madrid

Se viven días decisivos en España. En las negociaciones que se desarrollan entre partidos para formar acuerdos de Gobiernos en municipios, autonomías y el Estado, subyace un debate político y cultural sobre el sitio que la sociedad española y la dirigencia del país está dispuesta a otorgarle a la ultraderecha local, representada por el partido Vox.

La fuerza que lidera Santiago Abascal rechaza la legislación contra la violencia machista, ataca a la comunidad LGTBI, y busca acabar con la organización territorial vigente basada en la autonomía de las diversas regiones del país, devolviéndole el poder enteramente al Estado. El mejor ejemplo de esto último es su exigencia de aplicar el artículo 155 de la Constitución Nacional en Cataluña, para intervenir el gobierno catalán de forma indefinida.

Aunque sus propuestas atentan contra la democracia española, el Partido Popular (PP) y Ciudadanos (Cs), están dispuestos a llegar acuerdos con Vox para alcanzar las mayorías necesarias para gobernar en Comunidades estratégicas como Madrid. Si bien aún no está claro si formarán Gobiernos tripartitos, o solo será un pacto de programas, esa decisión supone normalizar a la ultraderecha e incluirla en el sistema democrático, a pesar de que Vox quiera dinamitarlo.

Este debate que se produce en España resulta inconcebible en las principales potencias europeas. Un buen ejemplo de ello es la postura que ha tomado Manuel Valls, dirigente de Cs, y ex primer ministro de Francia. El dirigente catalán publicó días atrás un tweet en el que decía: “Pactos anunciados entre el PP y Vox en muchas ciudades... reuniones de líderes de partidos constitucionalistas con Vox...¿normalidad democrática o normalización de un partido de extrema derecha? No es lo mismo, y no puedo esconder otra vez mi gran preocupación”.

La inquietud de Valls es entendible. En Francia, el presidente Emanuel Macron no pactaría nunca con el partido de Marine Le Pen, al que considera de ultraderecha. En Alemania, ni Ángela Merkel, ni el partido Verde, ni el Social Demócrata, pactarían con los radicales de Una Alternativa para Alemania. En Reino Unido, sería surrealista ver un acuerdo de Gobierno entre el laborista Jeremy Corbyn y el jefe del Partido del Brexit, Nigel Farage. En Italia, el nuevo líder del Partido Demócrata, Nicola Zingaretti, dijo que la ultraderecha del Vicepresidente italiano, Matteo Salvini, busca destruir la Unión Europea (UE).

En este contexto, resultante preocupante que los principales medios de comunicación de Argentina, con pocas excepciones, hayan cubierto la visita del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, a nuestro país sin mencionar su condición de ultraderechista (como si hicieron medios de Estados Unidos cuando Bolsonaro visitó a Donald Trump), ni contextualizar el encuentro con algunas de las últimas barbaridades que ha cometido el mandatario brasileño, a quien los principales medios europeos ubican, sin ambigüedades, en la ultraderecha.

Solo en los últimos dos meses, los medios de comunicación de la UE se refirieron a Bolsonaro como un “ultraderechista” (The Guardian, 2 de mayo; El Mundo, 5 de junio) que ataca a “la universidad pública, la ciencia y el pensamiento crítico” (El País, 13 de mayo), que ha intentado “colar” la dictadura en Brasil (El Español, 4 de abril), y “está convirtiendo a Brasil en el ‘exterminador del futuro’” por su política en el Amazonas (La Vanguardia, 10 de mayo), entre otras cosas. El influyente Financial Times, citado a menudo por el establishment argentino, abandonó el auspicio de una gala en honor a Bolsonaro durante la visita del mandatario brasileño a Nueva York, en oposición al enfrentamiento del presidente de Brasil con la comunidad LGTBI.

Viendo cómo se comportan las autoridades de las principales potencias de la UE respecto a la ultraderecha, y el modo en que se posicionan los medios de comunicación europeos ante Jair Bolsonaro, parece incoherente que la gran prensa de Argentina pregone la apertura al mundo y el respeto de los valores democráticos, mientras evita referirse a los aspectos más autoritarios y retrógrados de Bolsonaro, y destaca alegremente la sintonía ideológica que existe entre el mandatario de Brasil y el presidente Macri. Parecería que, al igual que sucede en España, existen algunos dirigentes y algunos medios de comunicación despreocupados por los riesgos que supone normalizar a la ultraderecha en el sistema democrático.