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El Baúl de Manuel

Por M. Fernández López

Lo primero es lo primero

Los egipcios creían que cada uno tiene un doble de sí mismo, el Ka -lo que los alemanes llaman “Doppelgänger”, sombra u otro yo-. Unos pueblos reprimen el otro yo, según mostró Freud en sus estudios del inconsciente. Otros, en cambio, tienen un otro yo tan fuerte que confunden el uno y el otro. Eso les pasa a los argentinos, y ese rasgo lo captó magníficamente el dibujante José A. Guillermo Divito (1914-69) en su tira cómica “El otro yo del doctor Merengue”. El “yo” representaba su figura pública; el “otro yo” expresaba sin inhibición todo lo ocultamente deseado por el yo, pero pasible de censura por los demás. Nuestro yo institucional es Alberdi, la Constitución, a la que debe someterse toda otra ley y toda acción pública y privada. Nuestro otro yo institucional es Rosas, la exaltación de la discrecionalidad, el desconocimiento de toda norma superior y el gobierno por ucases. Hoy mismo, el Congreso de la Nación tramita un proyecto de flexibilización laboral, remitido por el PEN, que, de aprobarse, no sería objetado por la CSJN. Sin embargo, ignora o contradice el art. 14 bis de la Constitución: ¿limita la jornada laboral a un término digno? ¿Norma el descanso? ¿Define cuántos pesos es una retribución justa? ¿Obliga a que el salario sea al menos vital? ¿Revoca la amovilidad salarial prescrita por la Ley de Convertibilidad? ¿Qué participación otorga al trabajador en las ganancias de las empresas? ¿Qué control de la producción permite al obrero? ¿Qué colaboración con la dirección de las empresas le permite ejercer? ¿Se lo protege contra el despido arbitrario? ¿Se da estabilidad al empleado público? ¿Se garantizan los convenios colectivos? ¿Garantiza la estabilidad en el empleo de los representantes gremiales? ¿Otorga el Estado una seguridad social integral e irrenunciable? ¿El PAMI administrado por los interesados? ¿Se otorgan jubilaciones y pensiones móviles? ¿Se da salario familiar a unos y a otros no? ¿Cómo se accede a una vivienda digna? ¿Toda familia gozará de protección integral? Esa es la agenda de la Constitución. No la acepta, empero, la misma clase política que redactó y juró esa Constitución hace apenas 4 años. Prefiere el otro yo, la disciplina partidaria, la lealtad al líder y el propio éxito. Perfumada y rumbosa, prefiere el olor inconfundible del billete nuevo al del sudor de los trabajadores. Por algo no goza de fe pública ni de credibilidad.


Del tomate

Los economistas no tienen coronita, y a pesar de valiosos aportes se ven expuestos como otros mortales a extravíos de la razón, aunque no suelen tener conciencia de ello. La moderna teoría del crecimiento económico, por ejemplo, nace con un artículo de Roy Harrod de 1939. Este economista, en 1928, descubrió la curva de ingreso marginal de la empresa y envió para publicar un artículo a Keynes, responsable del Economic Journal. Keynes lopasó a examen de Frank Ramsey, quien lo objetó, con gran disgusto de Harrod. Este narró el suceso en Vida de Keynes, donde ocultó el verdadero efecto: dijo que aquella vez le afectaba una “salud precaria”. En verdad, se había vuelto loco, y eso no lo dijo él sino Phelps Brown, en un homenaje a Harrod después de fallecer: “Sufría un colapso nervioso, no podía comer ni leer, y sentía especialmente que alguien constantemente tironeaba de un largo pelo que tenía enredado en su cerebro”. Año y medio después superó el trance; el artículo se publicó en junio de 1930 y luego Harrod dio enormes aportes a su país y a la ciencia. Otro caso: John Nash, estudiante de química, física y matemática, apoyado por A. W. Tucker se doctoró en Princeton (allí enseñaban los creadores de la teoría de los juegos, von Neumann y Morgenstern) con la tesis Juegos no cooperativos (1950). Afectado de psicosis, Nash debió abstenerse varios años de tareas científicas. Cuando en 1994 se le dio el Premio Nobel en Economía por su temprana contribución a la teoría de los juegos, sus colegas de universidad se preguntaban: “¿A quién? ¿Al loquito?”. Acá escuchamos de graduados en Economía propuestas como éstas: ¿el pueblo X se quedó sin fuentes de trabajo?: mándense sus habitantes a otro lugar. ¿Tener empleo es un privilegio?: que el subsidio a los desocupados lo paguen de su salario los ocupados. ¿Gravar las ganancias reduce el incentivo a invertir?: que tributen los asalariados, se exima de IVA a consumos de ricos y se grave a consumos de pobres; etc. El doctor Ramos Mejía enseñó que la locura está más extendida de lo que parece. Que el poder no sólo corrompe la moral; también el cerebro: a Reagan le afecta demencia presenil. Su aliada en restablecer el poder neoconservador, Margaret Thatcher, ¿estaba en su sano juicio cuando suprimió la copa de leche a alumnos de escuelas públicas? ¿Cuántos más habrá que, detrás de propuestas extravagantes, encubren rayes fenomenales?